El mayor trauma de La Pasionaria: la aciaga muerte de su hijo frente a los nazis en la Segunda Guerra Mundial
El 3 de septiembre de 1942, Rubén Ibárruri falleció en la URSS a causa de las heridas sufridas en la batalla de Stalingrado. Según la hija de Dolores, aquella tragedia hizo que la cabeza de su madre se llenase de canas
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Sin embargo, Dolores era igual de «pasionaria» en las alegrías que en las tragedias. Por eso, cuando recibió la noticia de que su hijo Rubén había muerto mientras se enfrentaba a los nazis en la Segunda Guerra Mundial, algo dentro de ella se rompió. «Para mi madre fue un golpe terrible. En pocos días se le llenó el pelo de canas», afirmó en una entrevista posterior Amaya Ruiz, hermana del fallecido. Y es que, más allá de las orientaciones políticas y de las fotografías con Fidel Castro, la vida de Ibárruri estuvo siempre ligada a la tragedia en términos familiares. De los seis pequeños a los que dio a luz, cuatro fallecieron poco después de ver sus primeros amaneceres. «Algunos fueron enterrados en un cajoncito porque no tenían dinero para una caja de pino», explicó Irene Falcón, su secretaria, a Televisión Española en los años noventa.Aunque recibió su apodo porque escribió su primer artículo en Semana Santa, el sobrenombre de «La Pasionaria» era idóneo para Dolores Ibárruri. Al fin y al cabo, la que fue a la postre secretaria general y presidenta del Partido Comunista vivía todos los aspectos de su existencia con pasión. Desde sus relaciones sentimentales, hasta sus desaires políticos. Incluso se permitió el lujo de derrochar más efusividad de la habitual en la declamación de los discursos que la convirtieron en una leyenda de la Guerra Civil. Ejemplo de ello es que logró popularizar algunos de los lemas más famosos del ejército republicano gracias a arengas como la que pronunció el 19 de julio de 1936: «Todo el país vibra de indignación ante esos desalmados que quieren hundir la España democrática y popular en un infierno de terror y de muerte. ¡Pero no pasarán!».
En todo caso, lo que jamás se le podrá negar a «La Pasionaria» es que era consecuente con sus ideas. Después de que el Tercer Reichasaltara la URSS en la Operación Barbarroja, Ibárruri permitió a Rubén combatir junto al Ejército Rojo haciendo valer las palabras que había pronunciado en uno de sus mítines: «Es necesario hacer todavía mayores esfuerzos. La victoria solo podrá ser obtenida a costa de sacrificios y de abnegaciones. ¡Que no seáis vosotras las que retengáis a vuestros hijos y a vuestros maridos! Porque, si queréis velar por su vida, sabed que esta no se defiende quedándose en casa, sino luchando». Esto le costó la vida del joven; un soldado al que, poco después, Stalin nombró Héroe de la Unión Soviética y que, en la actualidad, cuenta con un monumento en su honor en Volgogrado.
Dura infancia
Rubén llegó al mundo en plena efervescencia política de su madre. Así lo recuerda el historiador Stanley Payne en el artículo «Dolores Ibárruri», escrito para la Real Academia de la Historia española. El anglosajón es partidario de que «La Pasionaria», nacida en el seno de una familia obrera, rehuía los mítines y las asambleas hasta que contrajo matrimonio con el minero Julián Ruiz. Este personaje fue el que hizo que abandonara el catolicismo y que se adentrara en las ideas socialistas primero, y comunistas después. En esta época de cambio llegaron sus pequeños. «Entre noviembre de 1916 y 1929 dio a luz seis hijos, de los cuales sólo sobrevivieron dos: Rubén y Amaya. Con su marido, frecuentemente encarcelado por actividades políticas y con la muerte de cuatro niños, conoció la pobreza y el dolor», añade el experto.
A partir de entonces, la unión de los niños fue tan sólida como la de una cadena. «Era un chico encantador, muy cariñoso, muy cantarían... En fin, extraordinario», afirmaba Amaya. Ella solía deshacerse en elogios hacia este joven nacido el 9 de enero de 1920, aunque también explicó varias veces que pasaron una infancia dura debido a que sus padres eran encarcelados día sí y tarde también. «Íbamos a visitarles. […] Me acuerdo que yo estuve con Dolores en la celda, sentada con ella en su camastro. Yo tenía unos nueve años. Me enseñó las labores que estaba haciendo, porque a mi madre le ha gustado siempre hacer ganchillo», explicaba Amaya en declaraciones para la «Biblioteca Mundo Obrero».
Después de trasladarse a Madrid con su madre, los pequeños no acudieron al colegio durante algunos meses. Se pasaban el día, en palabras de Amaya, haciendo el «zángolo-mángolo». Tras pasar por una escuela que dirigía un socialista laico, los hermanos decidieron ganarse unos duros. «Aunque éramos niños, vendíamos Mundo Obrero. Íbamos juntos Rubñen y yo, cogíamos nuestro fardo y voceábamos: “Ha salido Mundo Obrero, órgano de la revolución”», explicaba la hermana. Al poco tiempo, ya se conocían todos los cafés de la capital y ningún cliente se resistía a los encantos de los pequeños, lo mismo que aquellos que vivían en «Cuatro Caminos, Bravo Murillo y por ahí».
Aunque, con lo que no logró terminar la capital, fue con los pasos de Dolores por prisión. Entre 1931 y 1936 «La Pasionaria» estuvo entre rejas hasta en tres ocasiones. Durante los meses y meses que pasó encarcelada, tanto Amaya como Rubén fueron a visitarla de forma recurrente. Así fue como se fueron imbuyendo del espíritu de su madre y comenzaron a participar en las manifestaciones comunistas que se desarrollaban en los primeros años de la década de los treinta. De nada sirvió que ella les instara a evitar los problemas. «Quedaros en casa, que va a haber tiros, que os pueden matar», les repetía. Nada de nada. Ellos estaban decididos a seguir sus pasos. «íbamos con huchitas de hojalata que hacían los jóvenes comunistas por los cafés, por los bares, pidiendo para los presos políticos, para el Partido...», completaba Amaya.
Así pasó el tiempo hasta 1935, fecha en la que Amaya y Rubén fueron trasladados a la Unión Soviética bajo una identidad falsa. «Nos fue muy duro separarnos de nuestra madre», explicaba. Durante el viaje, hecho en tren, Rubén vio por primera a los que, años después, serían sus verdugos: los nazis. Cuando el ferrocarril se detuvo brevemente en Alemania, el chico sintió un escalofrío al vislumbrar a aquellos sujetos que caminaban a paso de ganso con sus «botas altas, acharoladas» y vestían camisas marrones en las que había un brazalete con la esvástica.
«Rubén, que ya tenía catorce años, fue a trabajar a una fábrica de automóviles y estuvo aprendiendo una profesión en un taller instrumental», completaba la hija de «La Pasionaria». En la actualidad llama la atención que se recuerda su paso por aquel lugar mediante una placa que cuenta con la siguiente inscripción: «Aquí, en 1935, trabajó Rubén Díaz Ibárruri».
De la Guerra Civil a la IIGM
Poco después empezó su carrera militar cuando solicitó entrar en una escuela de aviación. Su objetivo era ir cuanto antes a España para combatir contra Franco. «Estudió en Stalignrado, y estuvo como un año», añadía Amaya. Su aventura como piloto, no obstante, se terminó rápido. Y es que, poco después de comenzar sus estudios en la academia, se alistó en el ejército y se ofreció voluntario para participar en la Guerra Civil por el bando republicano, algo mucho más rápido para cumplir sus deseos.
Según su hermana, es cierto que «era joven para ello», pero también «muy testarudo», así que fue imposible negarle sus deseos. Su paso por España fue una calamidad. Después de combatir a las órdenes de Juan Modesto en la batalla de Ebro (una matanza indiscriminada que se saldó con más de 50.000 bajas en ambos bandos) no tuvo más remedio que exiliarse a Francia. «Estuvo en un campo de concentración francés, en Argéles, y de ahí se escaparon un grupo de españoles y en un barco llegaron a la URSS», señalaba Amaya. El problema es que los vientos de guerra le siguieron y, allá por agosto de 1941, Adolf Hitler ordenó a sus divisiones acorazadas y a su «Luftwaffe» invadir las tierras de Stalin y aplastar al Ejército Rojo.
Cuando los primeros alemanes pisaron territorio soviético, Rubén desarrollaba su carrera en el ejército de tierra. «Europa está en guerra, hay que estar preparado», solía afirmar. Según Amaya, el joven se enteró del comienzo de la Operación Barbarroja mientras disfrutaba de una agradable tarde con su madre (también exiliada) y ella misma en la Unión Soviética. «Desde el primer día se fue a la guerra, pero el mismo día; estaba precisamente en casa con nosotros, porque cuando los alemanes declararon la guerra a la URSS era domingo y estaba con nosotras», completaba su hermana. Al recibir la noticia fue tajante:
-«Madre, Amaya, yo me marcho a mi cuartel».
Acababa de sellar su destino, al igual que lo hicieron otros miles y miles de rusos. Dolores Ibárruri asumió aquel momento con una mezcla de entereza y dolor:
-«Rubén, sé valiente, la guerra es una cosa terrible».
-No te preocupes madre, yo sabré comportarme como tú quieres».
Muerte dolorosa
Dolores Ibárruri sufrió, durante varios meses, la escasez de noticias de su hijo. Mientras los alemanes embolsaban uno tras otro a los diferentes ejércitos en los que se dividían las fuerzas rusas, «La Pasionaria» se vio obligada a enfrentarse a un enemigo mayor que los nazis: la incertidumbre. Un contrario cuya arma no es el fusil, sino la desazón.
Sin embargo, un día recibieron una buena noticia: Rubén había sido condecorado con la Orden de la Bandera Roja y había sido trasladado a un hospital militar para recuperarse de varias heridas superficiales. Poco después les llegó una misiva del joven: «No os asustéis, que no es nada, estoy en un hospital, pero de esta no me muero. Estoy herido en un hospital de la ciudad de Oriol... No os preocupéis, que no es nada».
De Oriol pasó a Moscú para evitar ser cazado por los nazis, que seguían su avance hacia la capital a la velocidad del rayo. Eran momentos aciagos para los hombres de Stalin pero, a pesar de ello, Rubén viajó hasta su casa con el brazo en cabestrillo para saludar a su madre y a su hermana. «Tenía todo el brazo paralizado, pero él estaba alegre, como siempre. Luego tuvo que pasar por muchos hospitales porque constantemente tenían que sacarle trozos de metralla», señalaba Amaya. Las diferentes operaciones, para su desgracia, no le sirvieron de nada, pues -siempre en palabras de su hermana- «el brazo no recuperó la movilidad» a pesar de que cicatrizó de la forma correcta. Para entonces los nazis ya se encontraban a las puertas de la ciudad.
Como tantas otras, la familia Ibárruri fue obligada a abandonar Moscú a toda prisa y a viajar en tren hasta los Urales, último bastión del gobierno soviético. Su brazo bien podría haber exonerado a Rubén de combatir. Sin embargo, durante el trayecto insistió en que estaba decidido a volver al campo de batalla. Ni las altas fiebres le detuvieron. «Yo quiero ir al frente, ya estoy bien», repetía una y otra vez. Unas semanas después sus deseos se hicieron realidad cuando, tras hacer una petición formal, recibió una misiva en la que se le autorizaba a incorporarse de nuevo al ejército. «Se presentó en el hotel con el papel en la mano y saltando.[...] Así desapareció, no volvimos a verle con vida», desvelaba Amaya.
Rubén participó en la batalla de Staligrado a las órdenes de una compañía de ametralladoras de la 35º División de la Guardia. Así lo recogió la misma Dolores en sus memorias, donde también señaló que lo hizo con la graduación de teniente mayor. «La Pasionaria» supo que su retoño luchaba en la ciudad gracias a una carta que él mismo le mandó y en la que, además, le decía que su único deseo era «entrar cuanto antes en fuego». «Puedes estar segura de que cumpliré con mi deber de joven comunista y de soldado», añadía.
La muerte le llegó durante un ataque germano a la estación de Kotluban, la cual debía proteger. Y así se lo hizo saber el mismo Nikita Jruschov a la mayor de las Ibárruri en un mensaje: «La compañía de ametralladoras, mandada por Rubén Ibárruri, destrozó las primeras líneas del enemigo... En esta batalla, el teniente mayor de la guardia Rubén Ibárruri cayó mortalmente herido y fue trasladado por sus compañeros al hospital. Pese a los esfuerzos de los médicos por salvar la vida del joven español, al amanecer del 3 de septiembre Rubén dejó de vivir». Amaya, en la entrevista para la Biblioteca de Mundo Obrero, se limitó a afirmar que «murió el 3 de septiembre en Stalingrado, como tantos otros».
La muerte de Rubén fue una tragedia familiar que marcó la vida de Dolores. «Para mi madre fue un golpe terrible. En pocos días se le llenó el pelo de canas. Pero lo sobrellevó con entereza, como siempre ha hecho... Siguió trabajando. […] Rubén quería mucho a la Unión Soviética, murió defendiéndola, pero siempre tenía presente a España», explicaba Amaya. «La Pasionaria» también dedicó en sus memorias unas líneas para desahogar sus sentimientos: «Era el dolor, el más hondo de todos los dolores, el de una madre que pierde a su hijo. Y era mi único hijo varón. Ya solo me quedaba Amaya, de los seis que traje al mundo».
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