Operación Reconquista de España
Con ese nombre tan rimbombante se bautizó a la operación de invasión del Valle de Arán, planeada por la Unión Nacional Española (UNE) y el Partido Comunista de España en octubre de 1944.
Se trataba de invadir el territorio español provocando al mismo tiempo un levantamiento popular que terminase con el régimen franquista. El plan incluía varios ataques de distracción a lo largo de la frontera en los Pirineos, con el ataque principal a través del Valle de Arán, ejecutado por la 204 División de Guerrilleros (Maquis), y el establecimiento de un gobierno provisional republicano en suelo español que obligase a los aliados a ejecutar una invasión de España.
El 3 de octubre de 1944 se inició la ofensiva. Una brigada penetra por Roncesvalles, otra por el valle del Roncal, pero ambas son rechazadas por unidades del ejército y de la Guardia Civil, debiendo regresar a Francia. Un segundo intento se produjo a mediados de mes, esta vez desde Hendaya, encontrando de nuevo una fuerte oposición y teniendo que retirarse ocho días más tarde.
El 19 de octubre arranca el ataque definitivo al Valle de Arán con la 204 División dividida en tres columnas, que debían converger al sur de Viella. Rapidamente logran capturar varios caseríos y al día siguiente establecen el Estado Mayor en Bosost, donde se producen los principales combates.
Pero la llegada de refuerzos del ejército franquista, incluidas unidades de la Legión, deja a los maquis en inferioridad numérica y material. Viendo que tampoco se producía el levantamiento popular esperado, y ante la posibilidad de que los guerrilleron quedasen cercados, el 22 de octubre Santiago Carrillo ordena la retirada.
La operación supuso un fracaso total, con 129 guerrilleros muertos y 588 heridos, por 32 muertos de las fuerzas franquistas.
...A FONDO
Durante trece días del mes de octubre de 1944, una parte del Valle de Aran, al norte de la provincia de Lérida, fue considerado terreno perteneciente a la República española y ondeó la bandera tricolor (gualda, oro y morada) en una veintena de sus pueblos. El general Franco, reciente vencedor de la guerra civil y Caudillo de España, no se lo podía creer por lo que ordenó al ejército y a las Fuerzas de orden público que acabasen lo más rápidamente posible con esa amenaza y con esa invasión.
Fue el 19 de octubre cuando varios miles de combatientes españoles, perdedores de la guerra civil y exiliados en 1939, pertenecientes en su gran mayoría al Partido Comunista de España, entraron en fuerza en el ya denominado valle. Antes, otros cientos lo habían hecho por el resto de los Pirineos en misiones de cobertura en las contiguas provincias de Huesca, Navarra y Gerona. Eran los llamados Maquis, aunque ellos prefieren que se les conozca como guerrilleros. Era gente luchadora que había sobrevivido a la amenaza de Hitler durante la ocupación alemana de la totalidad del suelo francés, en el transcurrir la Segunda guerra Mundial, y querían ahora destruir el último foco del fascismo en Europa.
Su intención era la de crear un gobierno provisional republicano, nombrar Presidente al Doctor Juan Negrín y esperar la gran ayuda que los aliados franceses, británicos y norteamericanos les habían prometido. Su ilusión, lograr que el resto del pueblo español se levantase contra Franco y contra el partido único que lo sustentaba, la Falange, aunque no contaban con el beneplácito del resto de las fuerzas republicanas y del gobierno en el exilio. Casi lo hacían por su cuenta. Por cuenta del Partido Comunista de España.
Ya, desde hacía tiempo, sabía el ejército y las fuerzas de orden público que algo gordo se estaba preparando en el sur de Francia, aunque apenas le daban importancia. Los servicios de información de Franco estaban por todas partes, la Gestapo alemana les ayudaba, y las diferentes publicaciones comunistas españolas no hacían más que anunciar que la Operación “Reconquista de España” iba a comenzar. Aún así les cogieron desprevenidos.
De entre los posibles lugares donde consolidar esa república provisional, el valle de Aran es un territorio español que se encuentra, geográficamente hablando, al norte de la divisoria de las aguas de los montes pirenaicos, y su comunicación por carretera era mucho más fácil con Francia que con el resto de España. En aquél tiempo sólo se podía acceder al mismo desde ésta a través del puerto de montaña La Bonaigüa, cerrado en invierno casi permanentemente por la nieve y el hielo. El túnel de Viella se estaba construyendo y los aprovisionamientos de alimentos se realizaban mediante convenios por territorio francés.
Las obras del túnel fueron inauguradas por el rey Alfonso XIII, pero todavía en 1944 no había sido construido nada más que un kilómetro por cada lado. Los tres restantes era una galería pequeña, llena de piedras y obstáculos, completamente oscura y tamizada continuamente por una fina lluvia procedente de las filtraciones.
Otros lugares cercanos para ser invadidos como Llivia o Andorra fueron descartados por las implicaciones políticas que podrían acarrear. Así que se decidieron por el territorio aranés, lugar, por otra parte, donde ya se habían realizado otras luchas a lo largo de la historia. Además uno de los principales mandos de los mandos guerrilleros era de la localidad bajoaranesa de Bossost y conocía perfectamente el lugar.
En la totalidad del valle solo se encontraba de guarnición un único Batallón de Infantería, además de la lógica y mínima fuerza de guardia civil y carabineros. Ese Batallón era el llamado “Albuera” y pertenecía a la División de Montaña número 42 que mandaba el general Marzo Pellicer. A este lo había enviado allí el capitán general de Cataluña, Moscardó, que aburrido de oír que no hacían más que pasar maquis al interior cruzando por el valle, decidió enviar una pequeña fuerza en misiones de información y cobertura en el verano de ese año.
Esta fuerza desplegó una Compañía en cada uno de los tres puntos estratégicos del valle: las localidades de Salardú, Viella y Las Bordas, y pronto tuvieron que hacer frente a la amenaza del maquis. Sobre todo cuando se produjo el robo (recuperación económica, en terminología guerrillera) a la Sociedad Fuerzas Motrices de Viella.
Hacia los tres estratégicos puntos mencionados dirigieron los maquis los ataques principales. En Salardú y en Las Bordas se luchó con dureza con diferente resultado. Mientras que el primero aguantó el envite, el segundo fue tomado por el maquis. Su guarnición al mando del Teniente Ribadulla no pudo defender la localidad y este oficial, después de combatir todo el día 19, optó por abandonar el pueblo con sus hombres, cruzar el río Garona y a través de las montañas llegar herido a las líneas propias.
De esta manera el “bajo Aran” cayó totalmente en manos del maquis, mientras que Salardú mantuvo al atacante hasta que aparecieron, descendiendo por el puerto de La Boanigüa, los primeros refuerzos. Todo el Alto Aran y la comunicación con el resto de España quedaba en poder del ejército. El plan maqui había fallado y sólo se pudieron acercar a la capital, Viella, por el Oeste. Se presentaron a sus puertas pero sin atreverse a atacarla creyendo que en su interior había un enemigo muy superior al que realmente existía.
Un hecho anecdótico de ese primer día 19 fue que el mismísimo capitán general de Cataluña, el general Moscardó, el héroe del Alcázar de Toledo, estaba en Viella; y que el día anterior estuvo en el punto de mira del fusil de un maqui emboscado cuando llegaba en vehículo al valle. El capitán general salvó la vida gracias al desconocimiento del maqui sobre quién era él, y por la necesidad imperiosa de todo guerrillero de mantener oculta su posición mientras pudiera. Ahora bien, el simple hecho de la presencia de Moscardó el día del ataque sirvió como revulsivo de las fuerzas defensoras, y sus peticiones de ayuda fueron cumplidas al instante con los medios que más cerca se encontraban.
Se enviaron al valle todas las Unidades posibles, incluso incompletas, y llegaron tanto a través del inconcluso túnel, como por encima de la montaña que lo sustenta y a través del puerto de la Bonaigüa, luchando contra los terribles elementos invernales en este, y contra los maquis infiltrados en las entradas del primero.
Por el túnel tuvieron que acceder durante toda una noche, después de recuperar el control de la boca sur del mismo, los componentes de una batería de Artillería con su ganado. El camino se tornó muy difícil ya que, pese a que solo eran tres los kilómetros que tuvieron que andar debajo de la montaña, apenas cabían los mulos por las angostas galerías.
Moscardó se marchó del valle a los dos días y ya el general Marzo tomó el mando de la situación. Habían fracasado dos tentativas de recuperar Las Bordas y el maquis no hacía más que hostigar Viella. Desde Madrid insistían a Marzo que expulsase a los “rojos rebeldes” del valle, pero este no disponía ni de las informaciones pertinentes sobre el número de enemigo que tenía enfrente, ni tenía los refuerzos necesarios que había pedido. No tenía Artillería ni apenas Infantería. Además había pedido aviación y se la habían negado.
Mientras, en la zona ocupada no se había producido ninguna represalia contra los guardias y soldados que habían caído prisioneros, ni con el personal civil. Incluso el párroco del pueblo de Bossot pudo seguir celebrando la Santa Misa, teniendo, eso sí, a dos guerrilleros en la puerta de la iglesia con la consigna de que al cura no se le molestase. Este contaba con un gran valedor. Se llamaba Juan Blázquez, era natural de esa localidad, tenía el grado de General y el apodo de “Cesar”, y parece ser que su presencia en el Valle, desde el principio de la invasión, hizo que en bastantes ocasiones los maquis se mostrasen con moderación con la población en general, y con “aquellos falangistas que se hubiesen significado en la represión de la posguerra”, en particular. Ya durante la guerra civil defendió al mismo párroco haciendo que se fuese a Francia. Le salvó la vida por dos veces.
En relación con los alimentos niños de entonces recuerdan cómo los maquis se comieron todas las provisiones que habían guardado los lugareños ante la llegada del invierno, como hacían todos los años, aunque no hubo más problemas e incluso alguna vez pagaron lo que se llevaron. Los habitantes de la zona no se levantaron contra el ejército. El aranés estaba ya muy cansado de tanta lucha, y alguno decía que ya había luchado lo suyo y sólo quería que su cosecha fuese bien y vivir en paz.
El jefe del maquis se llamaba Vicente López Tovar y era Teniente Coronel. El jefe de los militares, ya lo hemos dicho, se llamaba Ricardo Marzo Pellicer y era general de División. Ambos habían luchado en la guerra civil española frente a frente y ambos sabían lo que se jugaban en ese mes de octubre.
López Tovar creyó que los dirigentes del Partido Comunista le habían tendido una trampa para acabar con la mayoría de los que había luchado contra los alemanes y se habían significado en demasía. Por esa razón no atacaba Viella y sólo pensaba en retirarse del Valle. Marzo sabía que si atacaba, sin los refuerzos oportunos, y fracasaba sería sometido a un Consejo de Guerra y no deseaba que muriesen soldados inútilmente debido a su impericia. Por eso optó por desobedecer las apremiantes órdenes de Madrid y esperar a que tuviese toda la ayuda prevista, aunque tardase más días en expulsar al invasor.
La totalidad de los refuerzos no estuvo en la capital hasta el veintiséis de octubre. Durante los siete días anteriores se produjeron continuos y constante encuentros de patrullas de ambos bandos en los bosques de Baricauba, al oeste de Viella, y casi siempre con bajas por ambas partes. Aunque la acción más trepidante del maquis fue la voladura del puente sobre el Garona cerca de Artiés, dentro de la zona controlada por el ejército. Allí murieron dos de los atacantes al explotar las bombas que iban a colocar. El resto pudo huir a pesar de la operación de tenaza que organizó el general Marzo para capturarlos.
Hacía mucho frío y en esos días nevó intensamente. Los soldados se protegían como podían. Lo mismo que los maquis. Ambos pasaban hambre, unos más que otros, y ambos pasaban frío. Luchaban otra vez españoles contra españoles. Aquellos, los soldados, eran novatos, forzados y sin experiencia de combate, estos, muy experimentados en la lucha de guerrillas, aunque sin apoyos en la población, algunos mal vestidos, peor armados y sin fe en el triunfo.
Por fin el general Marzo decide emprender la ofensiva para “limpiar el valle de rebeldes”. La Artillería ya había llegado y había tomado posiciones en la Casa Roja (muy cerca del actual Parador Nacional de Viella). Y desde allí, al alba del día veintisiete, llenó el valle con el atronador tiro del cañón. La infantería comienza a avanzar siguiendo dos ejes de marcha. Un puesto de ametralladoras maqui tiene en su punto de mira el paseo principal de la ciudad y observa la escena desde un alto topográfico. Puede disparar y matar a soldados como si de una cacería de patos se tratase, pero no lo hace. A saber qué pasaría por la mente de esos guerrilleros. Ellos, lo decían en sus proclamas, no querían luchar contra el ejército, sino contra Franco y contra la Falange.
El avance de los dos batallones de infantería fue muy penoso. Nevaba y llovía con intensidad y el río Garona bajaba muy crecido. Debían progresar a media ladera, cuesta arriba y bajo el fuego enemigo. Este disparaba y se desvanecía o escondía, luchaban como guerrilleros y era muy difícil el actuar contra ellos. Sólo progresaron cerca de un kilómetro después de todo el día de lucha, y apenas llegaron a las cercanías del primer pueblo marcado como objetivo principal: Vilac.
Esa noche ocurrió un hecho sin precedentes. Mientras los atacantes fortificaban sus posiciones conquistadas, los defensores dilucidaban si irse o quedarse combatiendo en el valle. Esa tarde había aparecido en la frontera, en Pont de Rei, Santiago Carrillo, enviado por Dolores Ibárruri “La Pasionaria”, para poner fin a la invasión y ordenar la retirada.
Orden que ya había dado López Tovar por su cuenta y riesgo la tarde anterior, aunque le dice a Carrillo que sus miles de hombres esperan una señal para desaparecer del valle, y que si él lo ve bien, esa orden se da esa misma noche.
Carrillo accede y así se hace. Mientras unos guardan sus posiciones, los otros comienzan a abandonar el territorio español. Cubren sus espaldas algunos cientos de maquis que tienen como misión el retardar el avance del ejército. En más de setenta camiones y andando por los montes, se reintroducen de nuevo en suelo francés casi cuatro mil guerrilleros.
Los días sucesivos apenas se combate. El maquis se ha ido pero el ejército español no lo sabe y avanza con mucha precaución. Teme una emboscada a cada recodo del camino, como así ocurrió en algún barranco, y en no pocos momentos se ven en la lejanía grupos de maquis amenazantes. Los puentes sobre el Garona han sido volados y es necesario el repararlos para poder avanzar. El avance es lento y se van ocupando todos los objetivos previstos en los planes de operaciones.
Por fin el ejército llega a la frontera y reocupa todos los pueblos. La Bandera republicana es arriada y vuelta a ser izada la roja y gualda. Tienen ganas los mandos militares de entrar en territorio francés, llegar a la localidad donde se encuentran los maquis y darles una lección, pero no lo hacen. Saben que las consecuencias pueden ser fatales y se limitan a despotricar contra los gendarmes franceses que en la frontera se encuentran.
La situación se normaliza poco a poco y el valle se refuerza con gran cantidad de fuerzas militares. Por contra, los maquis tienen que engañar a las autoridades francesas para que no sean desarmados, y vuelven de nuevo a la penuria del exilio. Continuarán la lucha por otros medios después de pasar las consiguientes revisiones de los mandos guerrilleros.
Es el momento de pedir responsabilidades. El general Marzo a punto estuvo de ser relevado por su desobediencia al ministro del Ejército, Asensio, a atacar cuando se lo ordenó. Le defiende Moscardó y dice que si Marzo es relevado, él también se va. Al final no pasa nada y todo vuelve a su cauce.
El valle recuperó la calma y sus gentes fueron premiadas, aunque también se solicitaron los nombres de los que habían colaborado con el maquis.
Qué lejos quedan aquellos trece días del mes de octubre de 1944 cuando pudo haber cambiado la historia de España si un montón de circunstancias, hechos y casualidades se hubieran puesto de acuerdo.
No fue así y la historia transcurrió como ya conocemos.
Fernando Martínez de Baños Carrillo
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