«Acércate que te esposo a los barrotes»
El guardia civil que detuvo a dos cacos en pijama, bata y pantuflas cuenta a ABC su servicio más estrambótico
MadridActualizado:
«Más se consigue con miel que con hiel». Luis Miguel Larbi, guardia civil destinado en Paterna (Cádiz) desde hace 25 años, lo tiene claro. Y lo aplica. Han pasado menos de 12 horas desde que llevó a cabo el servicio más estrambótico de su vida -«y mira que me han ocurrido cosas en 31 años que llevo en el Cuerpo»-, dice. En la madrugada del miércoles, poco antes de las cuatro, mientras dormía sonó su teléfono. «Me asusté, a esas horas...». Era un vecino del pueblo con el que tiene una buena relación. «Corre, corre Luis, ven a mi bar que han entrado a robar y están dentro todavía». El dueño del bar «Los Clásicos», que vive encima del negocio había oído ruidos y llamado a la persona que lo regenta. Este a su vez recurrió al agente Luis Miguel.
«Me puse el batín, cogí las esposas que tengo y una linterna y no me paré a más. No sabía qué riesgo podían correr los que estaban allí». A menos de 200 metros se plantó en el local y vio la reja del bar con dos barrotes segados, un hueco mínimo por el que los ladrones se colaron al interior. Habían llamado ya a la Guardia Civil, pero Paterna no tiene cuartel de noche y los agentes debían venir desde Alcalá de los Gazules. Luis Miguel asomó la cabeza y preguntó si había alguien y si eran de Paterna. «Soy guardia civil, si sois de aquí me conocéis fijo que llevo 25 años».
No la saco, que me la partes
De algo debió de sonarles porque los cacos, escondidos en el local, siguieron las indicaciones de que levantaran los brazos. «Acércate», le dijo al primero. «Saquen la mano por aquí, que voy a esposarlos a los barrotes», les ordenó «con miel», como él dice pero con firmeza. La reacción de uno de los intrusos lo descolocó. «No la saco, que me partes la mano». Tal vez creyó que quien estaba al otro lado de la ventana no era un agente, sino un vecino que quería tomarse la justicia por su cuenta. Pero la firmeza del veterano agente se impuso. «Solo voy a detenerte», continuó. Y así fue como pertrechado con una linterna, un par de grilletes y un batín a rayas azules y blancas logró esposar de una mano a cada uno de los presuntos delicuentes a un barrote.
A los pocos minutos llegaron sus compañeros. Entraron al bar por si había alguno más. Les quitaron las esposas y con las de repuesto que traían los agentes los engrilletaron individualmente y los trasladaron al cuartel. A las seis de la madrugada, Luis Miguel entró de servicio, esta vez de uniforme. Dice que se puso el batín por el frío, por las prisas y porque tenía bolsillos grandes para que cupieran los grilletes y la linterna. Pese a que tenía su arma en casa no la cogió. Su persuasión fue suficiente.
Horas después, asombrado por la repercusión del suceso, insiste en que solo le preocupaba la seguridad de las personas que estaban en torno al bar y admite que no se lo pensó. El agente es muy conocido en la zona y ha escrito dos libros sobre acoso escolar y peligros de Internet.
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