Mis 36 horas de infierno con los Boinas Verdes
Así son las pruebas de los 'Boinas Verdes' Giulio M. Piantadosi
Nos colamos en exclusiva en las pruebas de ingreso al
cuerpo más selecto de las Fuerzas Armadas.
El objetivo: comprobar si una persona normal podría
soportarlas.
·
Luis N.
Villaveirán
16/03/2016 03:09
Más de 400 soldados se presentan cada año a las
pruebas. De ellos, apenas 150 superan la primera criba. A la siguiente fase, en
un gélido campo de entrenamiento de Jaca (Huesca), llega
medio centenar de aspirantes. Y, de ellos, sólo la mitad aprueba el curso de
ingreso en el Mando de Operaciones Especiales (MOE). Los mejores entre los mejores. Dos docenas de
titanes.
Así son las pruebas para ingresar en las boinas verdes.
La ultraélite del Ejército español. Este
año, 55 personas -54 hombres y una mujer- alcanzaron
la última fase de las pruebas. Y, en una excepción sin precedentes, permitieron
que un periodista les acompañara durante 36 horas de maniobras. El objetivo:
averiguar si un hombre medio podría soportar las pruebas de ingreso a este
cuerpo especial.
Y aquí estoy yo, a la una de la madrugada, reposando
en mi barracón tras la primera jornada de pruebas. Tengo el cuerpo magullado y el dedo dislocado por
una caída. No es algo novedoso, ni meritorio, ni siquiera especial entre mis
compañeros. Así de vapuleados se acuestan cada noche los aspirantes a ingresar
en este cuerpo del Ejército Español.
«No hay superhombres en los grupos especiales de las Fuerzas Armadas», mantienen en el curso de
formación del MOE. Ni quieren encontrarlos. Es una constante que repiten como
un mantra. Tampoco hay un sargento Hartman como el de La Chaqueta Metálica (1988) que coja ojeriza a un recluta patoso y le lleven a un límite del que no
hay vuelta atrás.
Mentiría si dijera que la ironía de los instructores
no tiene cierto tono metálico. Cierto, no
llega al mítico «Voy a hacer de ti un hombre aunque sea más difícil que
encogérsela a los negros del Congo» de la película de Stanley Kubrick. Pero sí
que lanzan pullas, por ejemplo, cuando uno de los soldados sólo consigue 10
puntos de 50 posibles con cinco tiros: «¿Qué está usted haciendo:
disparando o tirando las balas con la mano? Con la crisis el
Ejército no puede permitirse este derroche...».
El Mando de Operaciones Especiales, más conocido como
los boinas verdes o los guerrilleros, es
el cuerpo de élite del Ejército español. Lo componen unos 900 efectivos y son
especialistas en varias disciplinas: supervivencia, escalada, paracaidismo,
tiro y combate en cualquier superficie... Tienen el cuartel en Alicante, aunque
parte de la preparación la realizan en la Escuela Militar de Montaña y
Operaciones Especiales en Jaca. Sus misiones siempre son las más
complicadas, de ahí que su preparación también sea la más exhaustiva. Tanto
para los mandos (el curso es aún más duro que el de tropa) como para los
soldados... y también para periodistas incautos que deciden probarlo.
Puedo decir, como hombre medianamente deportista, que
lo más destacable de estas pruebas es que te hacen sentir que llegas por
primera vez a tu límite físico.A las náuseas previas a
desmayarse por el esfuerzo. A un punto al que normalmente ni te
acercas porque siempre paras antes, porque nada te obliga a continuar y,
principalmente, porque no eres tonto. Incluso usas trucos psicológicos para
engañar a la mente: concentrarse en la pisada del compañero precedente, pensar
en el planning futuro de la semana, contar hasta cien...
Nada funciona. Sólo hay un pensamiento: no puedes más.
Y sólo una respuesta:hay que seguir. Aunque parezca
increíble, lo consigues.
Si se trata de convertir este esfuerzo en distancias,
la cuenta queda así: cinco kilómetros de carrera cargado con 20 kilos de
equipamiento militar, otros cinco recorridos de varias pistas de entrenamientos
con siete obstáculos, un rappel de 20
metros, más tres chapuzones en agua helada y dos estímulos positivos por haber fallado en los
requerimientos básicos del cuerpo.
Una tortura física que te endurece lo suficiente como
para no derramar ya ninguna lágrima en comedias románticas e, incluso, te
induce a ir por la calle en plan El caso Bourne (2002),
analizando las fortalezas y debilidades de los transeúntes y cómo tendrías que
afrontarlas en caso de tener que enfrentarte a ellos. Creo que me acabó
creciendo más vello por la testosterona acumulada. Y puedo afirmar que resulté un recluta menos patoso de lo que cabría esperar.
La queja sistemática resultó mi divisa pero, ¡qué menos!
El día comenzó con disparos. Muchos, quizás
demasiados, pero no se me dio mal del todo: en una de las tiradas obtuve 48
puntos de 50. Eso sí, en la primera, por nervios o por simple
estupidez, me salté una orden directa, disparé una bala de más (seis en lugar
de cinco) y el traspiés provocó la peor represalia posible: tuve que correr
junto con otros siete compañeros desde el cementerio de Jaca hasta el lugar
donde se sitúa la Escuela Militar de Montaña y Operaciones Especiales.
Fueron casi cuatro kilómetros de subida cargado con la
mochila de maniobras, el fusil y el chaleco que se lleva en las operaciones
militares, que pesa como un muerto. Pasé todo el camino -casi media hora-
rumiando el porqué de todo ese material y soportando una calor impropio del
invierno, aumentado exponencialmente por las capas que tuve la imprevisión de
ponerme para soportar la montaña aragonesa. Era sólo mediodía.
"QUE TE VEAN SONREÍR"
Hubo mil y una tentaciones de abandonar, pero el grupo
lo impedía. «Venga, vamos», me decían. Me
exhortaban a continuar, me animaban, me dejaban marcar el ritmo para no morir y
me decían una frase que era la única que impedía mi abandono. «Trae que te
llevo tu equipo», me ofrecieron más de una vez.
En ese momento me planteé el compañerismo que se vive en el Ejército. Para un tipo
que se libró de la mili por unos años y que escuchaba a sus familiares hablar
de las amistades de ese período vital, este instante tuvo algo de nostálgico. Y
cuando terminó, de glorioso. Llegado el momento de presentarse a los oficiales
y los compañeros, me decían: «Sonríe, que te vean sonreír».
Pero, para que engañarnos, no quedaban fuerzas ni para mover las cejas.
Menos mal que tocaba comer justo después de esa
tortura. Eran las dos de la tarde y no tenía fuerzas ni para coger
la bandeja y, si se apura, ni para masticar. Eso sí, bebes
hasta hartarte porque la carrerita había dejado todo el líquido corporal en la
camiseta en forma de sudor.
De agua, por otra parte, íbamos a ir sobrados en las
siguientes pruebas. Tres chapuzones como tres soles
en piscinas de agua helada. Y eso que sol, precisamente, no hacía.
El primero, por fallar en la limpieza de armamento (tercer reto del día tras el
tiro y la carrerita), a las 18:00. El segundo, porque el cámara del vídeo que
acompaña este reportaje en la web se olvidó de
grabar ese momento de castigo y hubo que repetirlo. Y tercero: porque los excesos del día no dejaron fuerzas para completar
la pista de entrenamiento americana de la Escuela. La última (y temida) prueba
de la red mandó mis huesos al agua de abajo.
En Jaca. En invierno. A medianoche... No hay más
preguntas señoría.
Saltar, trepar, correr... Todo iba bien hasta que no
tuve manera de superar el volteo en la red, a cuatro metros de altura sobre
agua helada. Una maniobra en la que falló también un tercio de la compañía. He
de admitir que esto te genera, en los adentros, un poco de alivio.
El conguito (una
red de alcantarillado por la que hay que deslizarse superando obstáculos)
resultó más sencillo que la maldita red. Eso sí, la ruta que eligieron debió de
ser nivel periodista, porque la cúpula de la escuela
comentaba que han llegado a tener soldados ahí metidos por espacio de tres
horas. Tres horas sin ver un carajo y en un espacio en el que sólo cabes
tumbado. El truco es cerrar los ojos, tomárselo con calma y respirar hondo. Yo tardé 25 minutos y se me hicieron eternos.
Sobre todo, viendo la cama tan cerca.
Al fin era la 1:00 y tocaba ir al barracón a
descansar. 55 soldados arrastrando todos los olores del día y alguno más.
Aprovechando para hablar con la novia, el novio, la familia o los amigos. El
cuarto de baño, único lugar con enchufes, parecía una tienda de móviles con
decenas de aparatos cargando las baterías. El retrete, el de una gasolinera.
Mientras, con los compañeros de la camareta, compartías impresiones del día.
Al contrario que en el colegio, en el que se
aprovechaba para criticar a tal o cual profesor, allí escuchas orgullo, consejos y frases como «esto es lo mejor que te
puede pasar». Por si a alguien se le olvidaba que esto es
voluntario, que es un cuerpo en el que susurran que «en el ejército están los
guerrilleros y todos los demás» y que, año tras año, arrasan en el Test General
de Condición Física, unas pruebas de nivel que realiza cada cuerpo del
Ejército.
No hay comentarios:
Publicar un comentario