Texto por Francisco Guaita
AL FILO DE LA FRONTERA
Una radiografía de los batallones ucranianos
En la guerra de Ucrania no solo combaten tropas no regulares en el bando de los separatistas. Kiev también ha enviado a un amplio contingente de ‘voluntarios’, cuyo origen, ideología y actividades siembran continuas dudas.
Texto: Franciso Guaita / Fotos: Álvaro Ybarra Zavala / Producción: Ángel Ruiz Jiménez
Ucrania lleva más de un año resquebrajándose como país. Actualmente desangrado en medio de una guerra entre prorrusos y proeuropeos en sus regiones orientales; antes de ello, amputado por la anexión de la península de Crimea a Rusia; y desde noviembre de 2013 dividido por unas revueltas en Kiev que marcaron el inicio de la crisis más aguda en la última década y que cambiaron el rumbo de la nación para siempre.
Esas protestas multitudinarias fueron el caldo de cultivo ideal de grupos radicales que fueron ganando adeptos ante la escasa capacidad política del entonces gobierno prorruso de Víktor Yanukovich y la ausencia de un verdadero diálogo por parte de los líderes opositores. Durante los 3 meses de manifestaciones antigubernamentales (de noviembre de 2013 a febrero de 2014), los sectores ultranacionalistas fueron la punta de lanza de los enfrentamientos con las unidades especiales de antidisturbios, Berkut.
En sus inicios, los radicales representaban una minoría insignificante de los cientos de miles de manifestantes pacíficos que salían a las calles. Su espacio se reducía a dos pequeñas tiendas de campaña en una esquina de la plaza de la Independencia –conocida como Maidán-, cuna de las protestas en Kiev. Allí guardaban palos, bates, cascos y algunos escudos de madera. La sofisticación del armamento fue aumentando durante el desarrollo de las revueltas al tiempo que se fue incrementando el número de sus miembros.
Un grupo de combatientes del batallón Territorial de Kie compuesto por voluntarios, hace guardia en un check-point de la localidad de Debalsebe, punto estratégico en la carretera que une Donetsk con la ciudad de Lugansk
Pero es a finales de febrero, cuando el apoyo a estas formaciones de extrema derecha se multiplica exponencialmente. En apenas 48 horas, una serie de enfrentamientos provocan la muerte de decenas de radicales en los disturbios más graves de Ucrania desde el colapso de la Unión Soviética.
La tragedia, en la que también perecieron más de una decena de miembros del Berkut, desencadenó el derrocamiento del presidente Víktor Yanukovich y como consecuencia, el nuevo gobierno proeuropeo nace con deudas intangibles hacia los más radicales.
Durante 3 días de luto oficial en Maidán, se celebran funerales que colocan en lo más alto a los ultranacionalistas que han mantenido viva la llama de las protestas. Los símbolos de extrema derecha ganan presencia en la plaza, aunque permanecen en un segundo plano. “¡Estos son nuestros héroes. Son como nuestros hijos. Han dado la vida por Ucrania!”, exclama Natalia, una activista de Maidán, que a reglón seguido va a poner una vela ante el cuadro de uno de los jóvenes asesinados.
combatientes del batallón de voluntarios Kiev 1 durante un operativo contra partisanos del DPR en la localidad de Slaviansk
De bates a rifles
El enaltecimiento de los sectores más radicales y su designación en puestos del gobierno provoca malestar en el este y sur de Ucrania. Esa inquietud se transforma en desasosiego cuando el Parlamento ucraniano da luz verde a una ley que suspende la cooficialidad del idioma ruso en las regiones orientales. Solo días después, el presidente interino, Alexánder Turchinov, da marcha atrás. Sin embargo, ya es demasiado tarde: la desconfianza y la ira se han extendido por Donetsk y Lugansk.
“Rechazamos a los grupos de extrema derecha que han ayudado a tomar el poder a esa junta de Kiev y estamos en contra también de las leyes antirrusas que ha aprobado de forma ilegítima el Parlamento ucraniano. Por eso no queremos saber nada de ellos”, aseguraba Alexánder, un ciudadano contrario al movimiento de Maidán.
En menos de 3 semanas, y con la injerencia del Ejército de Vladímir Putin, la península de Crimea se anexiona a Rusia. Transcurridas tan solo unas semanas más, dos regiones del este del país, Donetsk y Lugansk, empiezan a seguir sus pasos. Encapuchados anti-Maidán toman edificios gubernamentales, se hacen con varias comisarías y autoproclaman la independencia de la cuenca del Donbas, como se conoce a la zona en la que se encuentran ambas regiones.
El presidente interino de Ucrania, Alexánder Turchinov, reacciona. El 13 de abril de 2014 anuncia el comienzo de “una operación antiterrorista” en Donestk y Lugansk, principales pulmones económicos para el país. Esta decisión supone el comienzo de la guerra en el este de Ucrania. La falta de músculo militar del Ejército ucraniano y los escasos recursos de los que dispone tienen un reflejo inmediato en el campo de batalla: las tropas ucranianas sufren continuas derrotas frente a las milicias prorrusas.
“Son máquinas de matar, no respetan ni a su propia madre” Dimitri, 54 años es profesor en una escuela de la localidad de Slavyansk
CRÍMENES DE GUERRA
Numerosas denuncias de violación de derechos humanos recaen sobre acciones ejecutadas por batallones de voluntarios ucranianos.
Por esta razón, el gobierno interno de Ucrania comienza a reclutar a voluntarios. La necesidad acuciante hace que vayan registrando casi casa por casa. “A mí me vinieron a buscar. Llamaron a mi puerta y me presionaron para que fuera a luchar al este del país. Les dije que yo no quería disparar a ningún ucraniano”, cuenta un estudiante de ingeniería que prefiere ocultar su identidad.
De nuevo aparecen en el centro de los acontecimientos los grupos ultranacionalistas: el núcleo de los batallones compuestos por combatientes voluntarios lo forman los radicales de Maidán. A sus cabezas visibles, en su mayoría, se les nombra comandantes de este nuevo ejército no regular. En unos meses, los batallones en el este de Ucrania sobrepasan la treintena.
El propio portavoz del Consejo de Seguridad y Defensa Nacional de Ucrania reconoce que “la agresión del enemigo fue intensa desde el primer momento y la cualificación del Ejército era mínima. Por eso se toma la decisión de crear rápidamente una resistencia militar que ayudó en un primer momento a defender el territorio. Así nacen los batallones de voluntarios”.
El lado más oscuro de los batallones
Los milicianos proucranianos se autodenominan “patriotas” y “guardianes de la revolución”. Dentro del ejército no regular hay muchos que carecen de experiencia militar previa. Dependiendo del rango, cada voluntario recibe un salario, cuyo mínimo ronda los 300 dólares.
La financiación de muchos de estos batallones proviene del bolsillo de oligarcas cercanos a Kiev. “El gobernador de Dnipropetrovsk, Igor Kolomoisky, paga al menos 6 grupos armados: Dniper 1 y 2, Donbass, Azov, Aidar y Shajtior, mientras que una persona cercana al presidente, que no es un ministro, financia Kiev 1 y Kiev 2”, asegura uno de los subcomandantes del último batallón mencionado, Oleg Kotenko. Su historia refleja la fractura identitaria que vive Ucrania: combatió en la primera guerra de Chechenia como militar del Ejército ruso y hoy lucha contra las milicias que defienden seguir siendo aliados de Moscú.
La aportación de los batallones en algunos enfrentamientos con los rebeldes prorrusos ha sido vital. La primera victoria contundente de las fuerzas de Kiev se dio en Slaviansk, una ciudad situada a unos 100 kilómetros al norte de Donetsk. Después de casi 3 meses de operación antiterrorista y tras varias semanas de asedio, Slaviansk, uno de los bastiones más estratégicos de los rebeldes, pasaba a manos del gobierno ucraniano a primeros de julio.
Al recordar ese momento, el comandante del batallón Kiev 1 saca pecho al contar que “fuimos los primeros en dormir en Slaviansk. La única tropa ucraniana que estaba el primer día tras retomar esta ciudad éramos nosotros”. Ese regodeo también existe al demostrar que tienen libertad para hacer lo que crean pertinente en el este de Ucrania. Un miembro de una organización internacional de derechos humanos reproducía de este modo su conversación con un miliciano del batallón Aidar: “Si quiero, te puedo arrestar ahora mismo, ponerte una bolsa en la cabeza y encerrarte en una celda durante 30 días por supuesta colaboración con los separatistas”.
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