El Blitzkrieg o guerra relámpago, estrategia de la IIGM
por Liber
Veinte años después de la Primera Guerra Mundial, Alemania, bajo el mando de Adolf Hitler, surgía con energías renovadas y volvía a rearmarse. Hitler estaba completamente centrado en expandirse y en reparar las injusticias que a su entender se habían cometido con Alemania.
Desde 1918, las mentes militares más brillantes de Alemania habían llevado a cabo un sesudo análisis sobre la Primera Guerra Mundial y llegaron a una conclusión muy innovadora, que cambiaría el panorama europeo. Alemania estaba decidida a no tener que volver a ponerse de rodillas en una guerra moderna debido a un interminable bloqueo. Era impensable que se repitieran los horrores de las trincheras de la Primera Guerra Mundial. Las futuras campañas tendrían que ser muy rápidas y decisivas.
En 1939, el fantasma de la guerra se cernía sobre la región polaca pero el rearme de Alemania distaba mucho de ser completo. Hitler sabía que si posponía más sus planes, los enemigos de Alemania podrían ser demasiado fuertes para ella. Su éxito dependía de que las victorias fueran fáciles, rápidas y decisivas. Fue en este punto cuando las ideas del general Heinz Guderian comenzaron a ser más atractivas. Este hombre de aguda inteligencia y perspicacia había dedicado mucho tiempo a estudiar la mejor manera de utilizar los tanques en la guerra. En juegos y maniobras de guerra se probaron planes y tácticas que pronto convencieron al dictador alemán de que había descubierto el modo de hacer realidad su sueño de conquista europea.
El 1 de septiembre de 1939, las fuerzas alemanas atacaron Polonia. Adolf Hitler estaba a punto de sumir a Europa en muchos años de barbarie y caos a una escala sin precedentes y todo esto fue posible gracias a la brillante aplicación de la nueva y devastadora táctica bélica: el Blitzkrieg o guerra relámpago.
Aunque la campaña polaca era en su mayor parte una guerra convencional, el plan de batalla alemán incluía algunos elementos de guerra relámpago o Blitzkrieg. Por ejemplo, Adolf Hitler no hizo declaración de guerra alguna, táctica que le permitió sorprender a sus víctimas con la guardia baja cada vez que la empleó durante la Segunda Guerra Mundial y que le dio a Hitler la ventaja vital del factor sorpresa.
Los ataques de la Luftwaffe precedieron a la invasión. La tarea de las fuerzas aéreas germanas que entraron en Polonia por delante de los principales ejércitos era destruir las fuerzas aéreas polacas, para atacar posteriormente con artillería a las terrestres. Sembrar el terror entre los civiles también era una parte muy importante de la misión.
A la cabeza de los ataques aéreos, se encontraban los Stukas. Sobrevolaban las líneas enemigas y hundían moralmente al adversario. Al atacar, estos aviones producían un ruido ensordecedor, un sonido realmente terrible y el enemigo salía corriendo nada más oírlo.
Desde el principio, los alemanes se embarcaron en una guerra innovadora. La coordinación entre las fuerzas aéreas y las formaciones motorizadas y blindadas era ejemplar, y les confirió una gran flexibilidad, en especial cuando carecían del respaldo de la artillería. Cuando Adolf Hitler visitó el cuerpo de tanques poco después de la invasión polaca, lo que más le sorprendió fueron los estragos causados por las divisiones de Panzers. Los elementos de la guerra relámpago o Blitzkrieg demostraban claros éxitos.
En un esfuerzo por mantener un frente débil y excesivamente amplio de 2000 km, los polacos lucharon con valentía. Pero frente a la inigualable eficiencia militar de los invasores, la resistencia no tardaría en caer: la suerte de Polonia ya estaba echada.
Alemania se fijó entonces en Noruega y Dinamarca, países neutrales. No obstante, su importancia pronto quedó patente cuando Adolf Hitler se dio cuenta de que una fuerza aliada podría cortar fácilmente la llegada de suministros de hierro desde Suecia. El 7 de abril de 1940 las fuerzas alemanas se lanzaron a la invasión de Dinamarca y Noruega por tierra, mar y aire para garantizar a estos países lo que eufemísticamente denominaron la protección del Tercer Reich.
La Wehrmacht asoló la frontera y entró en Dinamarca. Y mientras las tropas desembarcaban en Copenhague, la Luftwaffe sobrevolaba el país de modo amenazante. A Dinamarca no le quedaba más elección que aceptar un ultimátum, por lo que poco después, el 9 de abril de 1940, se rindió a su poderoso vecino.
En Noruega, las fuerzas alemanas encontraron una férrea resistencia por parte de las tropas británicas en la lucha por ocupar este país neutral. Los dictados del Blitzkrieg exigían que los desembarcos se llevaran a cabo sin demora.
En otras zonas de Noruega, los británico
s reaccionaron con poca convicción y demasiado tarde. Pese a que sus esfuerzos por revertir la situación en Narvik, por ejemplo, era muy decididos, el arsenal alemán condenó a los desembarcos británicos al fracaso.
Aunque las fuerzas alemanas les superaban con creces, los noruegos siguieron ofreciendo toda la resistencia que pudieron, hasta que inevitablemente se declaró un alto el fuego que entró en vigor el 11 de junio de 1940.
Los éxitos cosechados en las conquistas militares de Dinamarca y Noruega hicieron crecer el orgullo de Adolf Hitler, su agresividad y su vanidad hasta cotas impensables. Ya podía comenzar el experimento a gran escala con las tácticas de la guerra relámpago o Blitzkrieg que conducirían a la caída de la otrora todopoderosa Francia.
Heinz Guderian tenía una visión muy clara de la fuerza que quería crear. Sus tanques se concentrarían en divisiones acorazadas, en vez de en grupos dispersos y poco numerosos. Serían la vanguardia de una única formación militar de gran tamaño en la que también habría tropas aéreas, artillería e infantería mecanizada. El comandante no se situaría en la retaguardia, sino que operaría cerca del frente para poder así responder al instante a las cambiantes situaciones y comunicar sus órdenes sin necesidad de complicadas comunicaciones, directamente a sus unidades. La estrategia que se estableció finalmente para el ataque a Francia se caracterizaba por una espectacular audacia.
A través de los Países Bajos y Bélgica se lanzó una ofensiva sorpresa para llevar a las fuerzas aliadas hacia el norte y alejarlas así de las posiciones defensivas que se encontraban atrincherados en Francia. Entonces, una poderosa concentración de artillería alemana se abrió paso a través de la región de las Ardenas. Puesto que no había una verdadera oposición, este brazo del ataque penetró en Francia dividiendo en dos a los ejércitos aliados.
La Luftwaffe desplegó devastadores ataques con bombas sobre objetivos claves de los Países Bajos. Sus aviones llegaban desde el mar para así confundir a las fuerzas aéreas holandesas. Al norte y al sur de La Haya aterrizaban paracaidistas mientras que las divisiones de Panzers recorrían las fronteras a toda velocidad. Los paracaidistas eran relativamente pocos y su principal objetivo consistía en hacer que los aliados se retiraran de las Ardenas. La estratagema finalmente no podría haber resultado mejor.
La grandiosa estrategia estaba funcionando a la perfección y, según dicen, cuando así se lo comunicaron a Hitler, este casi se echó a llorar de alegría. Al sur, las siete divisiones acorazadas alemanas que lideraban la principal ofensiva, se abrían paso a través de las Ardenas. Los franceses, como creían que era imposible pasar por ahí y dado que confiaban ciegamente en las fortificaciones a la antigua usanza como las de la imponente (a la par que ineficaz) Línea Maginot, habían descuidado en gran medida esta región.
El río Mosa fue el gran obstáculo al que tuvieron que enfrentarse los invasores alemanes. Llegaron a sus orillas en la mañana del 13 de mayo de 1940. Por la noche, los alemanes se habían abierto paso y todo su contingente se encontraba ya al otro lado. Ante los alemanes se extendían amplias extensiones de terreno perfectas para el paso de los tanques y defendidas en su mayoría por reservistas mal entrenados y con un equipamiento mediocre.
Tras la vanguardia que llegaba desde el Mosa, cerca del propio Rhin, se concentraban las 25 divisiones de apoyo de la infantería alemana. El 15 de mayo de 1940, los Países Bajos se rindieron. Al día siguiente, cuando se abrió la brecha, las defensas del sur de Francia se dispersaron considerablemente. En muchas unidades aliadas, la disciplina y la moral comenzaría a esfumarse. Los frentes gemelos germanos iniciaron la incursión final, internándose en el país galo.
El sorprendente barrido que llevó a cabo Heinz Guderian desde el río Mosa hasta el mar es un ejemplo perfecto de la guerra relámpago o Blitzkrieg en su más pura y letalmente eficiente forma. A instancias de su impetuoso comandante, los tanques siguieron avanzando hasta la costa, cubriendo en ocasiones unos 80 km al día y tomándole la delantera a la infantería de apoyo. A menudo la simple imagen y el sonido atronador de los tanques bastaban para disolver cualquier oposición.
El 20 de mayo Heinz Guderian llegó a Amiens. Así quedó seccionada la única línea que comunicaba a las fuerzas aliadas del norte con las del sur. El 24 de mayo de 1940, Adolf Hitler dio una de las órdenes más polémicas de la guerra: durante dos días, los tanques permanecerían parados mientras que la Luftwaffe trataría de acabar el trabajo. La inesperada tregua que ofreció Adolf Hitler evitó una masacre durante la evacuación aliada de Dunkerque. A partir de la retirada británica de Dunkerque, Francia tendría que enfrentarse sola a las fuerzas alemanas.
El 20 de junio, después de seis semanas de guerra, Francia accedió a firmar un degradante armisticio. Adolf Hitler estaba encantado por la increíble reivindicación de los métodos de la guerra relámpago o Blitzkrieg. Alemania se regocijaba con él y la gloriosa euforia se mezcló con una emoción más profunda y humana: estaban convencidos de que la guerra había terminado. El honor de la nación había sido restaurado y el nuevo orden que imperaba en Europa garantizaría la prosperidad Alemania. La ignominia de Versalles era ya una cosa del pasado. Al mando de su venerado dirigente, esta transformación se había conseguido a cambio de un precio mucho más bajo de lo que se esperaba. Alemania tenía muchas razones para dar gracias a sus fuerzas armadas.
Adolf Hitler estaba contento pero no satisfecho. En agosto de 1940, las divisiones alemanas comenzaron a pasar a Polonia. Durante el resto del año, en el frente siguieron concentrándose tropas sin descanso y a menudo se reagrupaban las fuerzas para disimular su número. Tan solo un puñado de comandantes de alta graduación tenían conocimiento del extraordinario cataclismo que se avecinaba.
Adolf Hitler había decidido invadir la Unión Soviética. La concentración militar sin precedentes a lo largo de las fronteras alemanas era cada vez mayor. Firmemente arraigada en la ideología nacionalsocialista, se encontraba la convicción de que el destino de la nueva Alemania se encontraba en el este. Una vez más, Adolf Hitler necesitaba una guerra rápida o Blitzkrieg. Su instinto le decía que Alemania jamás sería tan poderosa como entonces y en caso de demorarse, aunque solo fuera un año, las masas que con tanto fervor le aclamaban, podían no estar dispuestas a seguirle a una aventura tan peligrosa.
Al final, a las tres de la madrugada del 22 de junio de 1941, la palabra clave Dortmund comenzó a transmitirse por las líneas de cable y arrancaba la Operación Barbarroja. Millones de hombres esperaban dispuestos para iniciar la batalla. Las zonas situadas a lo largo de la frontera rusa vibraban con el retumbar de la artillería que ahí estaba concentrada. En lo alto, cientos de bombarderos volaban a ritmo constante hacia el este. La teoría de la guerra relámpago o Blitzkrieg estaba a punto de someterse a una prueba a una escala mucho mayor que cualquier otro proyecto que se hubiese acometido en un escenario de proporciones aterradoramente inmensas.
Las fuerzas alemanas estaban dispuestas en tres grupos militares. El que se encontraba más arriba, puso rumbo al norte. Su objetivo final era llegar a Leningrado. Otro, se movió bruscamente hacia el sur, hacia Ucrania. Heinz Guderian estaba con la principal ofensiva germana en el centro del grupo militar: sus objetivos eran Smolensko y, más allá, en el corazón de Rusia, Moscú.
En poco tiempo, las fuerzas invasoras alemanas acabaron con una oposición completamente desorganizada y consiguieron avanzar con rapidez. El modelo de guerra relámpago o Blitzkrieg bien afinado se repetía una y otra vez, y las líneas de defensa soviética se desintegraban una tras otra. El número de prisioneros de guerra soviéticos era tan numeroso que parece imposible que fuese real, pero lo era.
Heinz Guderian, quien aún ostentaba un rango relativamente bajo, estaba pese a todo inquieto. Era extremadamente consciente de que el principio fundamental de la guerra relámpago o Blitzkrieg, es decir, la concentración del número máximo de fuerzas contra un único objetivo se había descuidado. Sabía muy bien que a medida que fueran avanzando, los distintos grupos se irían separando unos de otros en lugar de acercarse. Por último, no se le permitiría desarrollar la técnica que con tanta maestría había explotado en Francia.
Aunque sin duda era muy audaz, a Adolf Hitler no le convencía que sus preciosas unidades blindadas se internaran demasiado rápido o demasiado lejos en territorio soviético. En su lugar se conformó con la grandiosa y tradicional estrategia del avance envolvente.
Para finales de junio, Heinz Guderian y los tanques de Hermann Hoth ya se habían reunido cerca de Minsk, para completar un gran cerco. A mediados de agosto, el grupo norte se aproximaba a Leningrado. Los alemanes seguían consiguiendo extraordinarios triunfos y la Wehrmacht se crecía con un ímpetu que no decaía. Fueron muchísimos los hombres que cayeron prisioneros y el ejército alemán destruyó o se apropió de grandes cantidades de tanques y armas rusas.
Pese a su imparable avance, Heinz Guderian era cada vez más consciente de que había motivos para estar inquieto con respecto al desarrollo de la campaña rusa. La interminable extensión del territorio soviétivo le provocó depresiones a muchos soldados. La falta de movilidad, en especial en lo que a vehículos de tracción se refería, fue un gran inconveniente. Seguían contando con un gran número de prisioneros de guerra, pero los alemanes estrechaban el cerco con demasiada lentitud, con lo que se permitía que grandes contingentes del Ejército Rojo huyeran y las tropas de los soviéticos parecían recibir constantemente interminables refuerzos. Además, la mayoría de las carreteras eran caminos polvorientos que se convirtieron en barrizales debido a las repentinas lluvias, deteniendo así el avance de columnas enteras.
Mientras tanto, Adolf Hitler vacilaba. Tras fracasar en su intento de aniquilar al Ejército Rojo, decidió dedicarse a asegurar el botín obtenido durante los enfrentamientos: conservar los pozos petrolíferos de Ucrania. Para consternación de Heinz Guderian, le impidieron llegar rápido y con fuerza a Moscú, cuya caída en manos alemanas habría sido un duro golpe psicológico para los rusos. Le ordenaron, en cambio, dirigirse al sur, a Ucrania.
Sus divisiones realizaron un trabajo extraordinario y ayudaron a trasladar a más de medio millón de prisioneros y a un gran número de tanques. El avance hacia Moscú terminó a finales de septiembre, pero el retraso resultó fatal.
El combustible se recibía a través de un sistema francamente poco eficiente, por no decir desastroso, y las líneas de comunicación tenían que cubrir una extensión para la que no estaban preparadas. La carencia de todo tipo de artículos fue sumamente perjudicial para la capacidad bélica de las fuerzas del frente alemán. Los vagos temores de los generales alemanes, quienes inicialmente albergaban dudas sobre la campaña, tomaban la forma de un problema de dimensiones colosales.
El avance se llevaba a cabo por zonas tan vastas que era imposible emprender operaciones generales para reducirlas. Tras los alemanes, seguían quedando grandes extensiones de terreno por las que vagaban decenas de miles de soldados del Ejército Rojo aún en libertad.
La base del éxito de la guerra relámpago o Blitzkrieg era el movimiento rápido, pero ahora las vanguardias se limitaban a arrastrarse lentamente, lo cual era muy peligroso. Las lluvias otoñales fueron muy abundantes. En Francia había carreteras asfaltadas pero aquí los caminos desaparecían bajo el agua y se transformaban en barrizales intransitables en los que hombres, vehículos y caballos se hundían irremediablemente. Aumentó el número de averías y cada vez es más difícil efectuar las reparaciones necesarias. Heinz Guderian había iniciado la invasión de la Unión Soviética con 600 tanques. A mediados de noviembre, tan solo 50 seguían funcionando.
Los primeros hielos trajeron consigo una breve tregua (aunque a un alto precio). Las temperaturas siguieron descendiendo y los soldados alemanes comenzaron a pagar cara la arrogancia de no admitir nada que no fuera una campaña rápida y decisiva. Pocos hombres vestían algo más que prendas de verano y muchos murieron congelados víctimas de una terrible agonía.
La maquinaria y las armas alemanas no habían sido diseñadas para funcionar en condiciones tan extremas. Los motores se agarrotaban, las orugas de los tanques se partían y la munición no funcionaba. La ferocidad de esta guerra superaba con creces a pasadas experiencias de la mayoría de los soldados alemanes, pero haciendo un increíble esfuerzo siguieron avanzando, aunque a duras penas. Fue un intento desesperado, ya que en diciembre no tuvieron más remedio que detenerse. Ante sí, las unidades podían ver a lo lejos las cúpulas del Kremlin, pero era como si se encontraran a miles de kilómetros de distancia. Las divisiones acorazadas alemanas quedaron destrozadas por los páramos helados antes de llegar a Moscú y, con ellas, los sueños de gloria de Adolf Hitler. Los días dorados del Blitzkrieg habían llegado a su fin.
Adolf Hitler, muy enfadado, se proclamó a sí mismo comandante supremo y destituyó a muchos de sus generales más importantes. El día de Navidad de 1941, Heinz Guderian fue relevado de su mando. Una forma vergonzosa de tratar a un soldado tan comprometido. Como muchos otros aspectos de los esfuerzos bélicos alemanes, el Blitzkrieg fue una técnica bélica muy avanzada para su tiempo y revolucionaria en su ejecución. También hizo que la nueva generación de soldados alemanes que participó en la Segunda Guerra Mundial conociera la muerte a gran escala, lo que cambió para siempre sus vidas.
Autor: Segunda Guerra Mundial
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