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martes, 1 de octubre de 2013

LA INCREIBLE FUGA DE WINSTON CHURCHILL DURANTE LA GUERRA DE LOS BOERS

La increíble fuga del corresponsal Winston Churchill

Día 27/09/2013 - 15.08h

En 1899, el futuro primer ministro británico recorrió 500 kilómetros en seis días, ocultándose y sin alimentos, tras fugarse de un campo de prisioneros en Sudáfrica

En 1899, mucho antes de que el mundo le conociera como uno de los líderes más destacados del siglo XX, como el enérgico primer ministro que condujo a Inglaterra en la Segunda Guerra Mundial, el joven Winston Churchill protagonizó una de las aventuras más memorables de la Guerra de los Bóers: la épica huida de un campo de prisioneros en Pretoria, a lo largo de 500 kilómetros y durante varios días, sin apenas alimentarse.
Era corresponsal de «The Morning Post» en Sudáfrica y tenía 25 años cuando Churchill fue recibido como un héroe en Durban, a su regreso de esta particular «odisea», como la calificaron algunos periódicos. Su difusión le ayudó sin duda a lanzar su posterior carrera política, puesto que en el relato que él mismo envió, reproducido por el diario «El Imparcial» poco después, no faltaban peripecias propias de otros héroes de guerra: escaladas por la valla de la prisión, saltos encima de trenes en marcha, caminatas interminables sin un trozo de pan que llevarse a la boca, acantilados, policías, buitres... Todo digno de las mejoras novelas.
 
Su aventura comenzó el 15 de noviembre de 1899, cuando se dirigía en un tren blindado, junto a la expedición de Aylmer Haldane, a impulsar el avance británico hacia la ciudad de Estcourt. Su locomotora fue atacada por los bóers y acabó descarrilando. Aquello no arrugo al futuro primer ministro británico, que, a pesar de ser el hijo de un ilustre diputado de la Cámara de los Comunes, ya había cubierto, como soldado o como corresponsal, la Guerra de Cuba en 1895, la rebelión pastún de la India en 1897, conflictos en Sudán en 1898 o, finalmente, la Segunda Guerra Anglo-Bóer en Sudáfrica, en 1899.

Churchill coge las riendas

A pesar de no ser combatiente y estar en medio del fuego cruzado, Churchill hizo de tripas corazón y decidió tomar el mando de un ejército amedrentado. Así lo contó «La Ilustración Artística», el 27 de noviembre de 1899: «Una vez volcados los primeros vagones, llamó al capitán Wylee para pedirle voluntarios a fin de sacar los coches fuera de la vía. Llovían sobre el tren las balas como granizo; Churchill, con el teniente Frankland, se abalanzó sobre la vía descubierta, dando con ello ejemplo a los soldados que iban en la expedición, los cuales trabaron combate con el enemigo.
 
Cuando la locomotora estuvo libre, el maquinista, que estaba herido, quería abandonar la máquina, pero exhortado por Churchill volvió a ocupar su puesto y ambos partieron hacia Frere».
La suerte parecía estar del lado del joven corresponsal de «The Morning Post», que conseguió reparar la vía y la mitad de los vagones, en los cuales se transportaba a los heridos a una zona segura. Pero según contó esta publicación, una vez en Frere, Churchill cogió el fusil de un soldado herido y trato de regresar al lugar del combate, donde fue detenido.
 
Los periódicos se hicieron eco rápidamente de que el periodista había desaparecido. Su destino y el de varios oficiales y soldados británicos fue, sin embargo, el campo de prisioneros en el que habían convertido las Escuelas Modelo del Estado de Pretoria. Tras varios días, Haldane ideó un plan de huida para Churchill, otro militar británico llamado Brockie y él mismo. La fecha prevista, el 11 de diciembre, tuvo que ser pospuesta varias veces, pero el joven periodista no estuvo dispuesto a esperar.

¿Huido con disfraz de mujer?

Muchos fueron los rumores de que Churchill había escapado durante aquellos aciagos días de diciembre de 1899, como aquel que aseguraba, según contaba el diario «La Época», que se había fugado disfrazado de mujer. No fue hasta el 2 de enero de 1900 cuando Churchill sorprendía al mundo con un telegrama, publicado íntegramente en España por «El Imparcial», en el que relataba su épica huida, tras comunicarle que había «muy pocas posibilidades» de que se le concediera la libertad en su condición de corresponsal.
Estos son algunos extractos del minucioso relato de Churchill: «La noche del 12, aprovechando un descuido de los centinelas, salté por la vallas de mi prisión, atravesé algunas calles de la ciudad cruzándome con algunas gentes que no pusieron en mí atención, y me encaminé hacia la estación del ferrocarril de Delagoa»; «a las once de la noche salió un tren de mercancía de Pretoria y, cuando aún llevaba poca velocidad, salte a una de las plataformas y me escondí entre unos sacos de carbón»; «antes del amanecer, salté del tren y pasé el día escondido en un bosque en compañía de un enorme buitre»; «muchas veces, en mi marcha nocturna, di con arroyos y barrancos, salvándome sólo por la lentitud y precaución con que caminaba»; «así continué cinco días, ocultándome al amanecer y volviendo a emprender mi peregrinación cerrada la noche. Mi alimento durante todo este tiempo fue solamente chocolate crudo».
 
En total fueron seis días con sus noches las que duró la fuga de Churchill hasta llegar a Lorenzo Marques, a casi 500 kilómetros de distancia. Durante su odisea tuvo que burlar varias veces a los gendarmes y la vigilancia de las estaciones, dando rodeos de kilómetros. Llegó a perder hasta 10 kilos. Todas estas experiencias le valieron para gozar de gran notoriedad durante una época y publicar, en 1930, «My Early Life», donde recoge estas y otras aventuras de su estancia en Sudáfrica.
 
 

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