La película sobre la caza de Bin Laden reabre el debate sobre la tortura de la CIA
'La noche más oscura' relaciona la tortura con la operación en la que murió Osama Bin Laden
David Alandete Washington5 ENE 2013 - 22:20 CET
La noche más oscura, una de las producciones más esperadas del año, abre con una larga secuencia de tortura. En una cárcel secreta de la CIA en Pakistán, se somete a un hombre llamado Ammar (Reda Kateb) a todo tipo de vejaciones. Ensangrentado, se ve desvestido, atado del techo y privado de sueño con música atronadora. Después de ser sometido a ahogamiento fingido y de ser encerrado en una caja ataúd, Ammar le ruega a la protagonista, la agente Maya (Jessica Chastain), que le ayude. “Te puedes ayudar a ti mismo diciendo la verdad”, le responde ella.
Esa verdad llega en forma de revelación después de la tortura. Acabado el calvario, Amman le ofrece a la CIA un nombre: Abu Ahmed Al Kuwaiti, quien resulta ser el mensajero de Osama Bin Laden, clave para que los Navy SEAL lleguen al complejo de Abottabad donde este se refugia.
La noche más oscura es una película de yuxtaposiciones. Abre con los gritos de las víctimas de los ataques de septiembre de 2011, atrapados en las Torres Gemelas. De allí se pasa a la tortura, que en el guión emerge como una venganza. Es más: la narrativa facilita que el espectador no sienta repulsión ante los abusos, porque, finalmente, de ellos emerge la pista que lleva hasta el líder de Al Qaeda.
“La película justifica la tortura. La directora invierte una exorbitante cantidad de tiempo mostrándola, no como si fuera un instrumento más de la CIA, sino como el instrumento dominante”, asegura Karen Greenberg, directora del Centro de Seguridad Nacional en la Universidad de Fordham. “Y en realidad, ¿fue la tortura necesaria para llegar a Bin Laden? No. Ese programa de interrogatorios no llevó a Bin Laden. Y de hecho fue Barack Obama, al llegar a la presidencia en 2009, quien hizo de cazar a Bin Laden una prioridad. Para entonces, ese programa de interrogatorios ya era historia”.
La directora, Kathryn Bigelow, y el guionista, Mark Boal, ambos también responsables del éxito de 2008 En tierra hostil, han negado que la película argumente que la tortura emprendida por la CIA durante los años de George W. Bush llevara a la muerte y captura de Bin Laden. Pero muchos de los que la han visto en EE UU, y saben algo de la CIA y sus modos, se permiten disentir. Entre ellos se hallan algunos de los senadores que más saben de inteligencia en el Capitolio.
“La CIA no supo de la existencia del mensajero de Osama Bin Laden por detenidos sometidos a técnicas de interrogación coercitiva”, aseguran Carl Levin, John McCain y Diane Feinstein, miembros del Comité de Inteligencia del Senado, en una carta enviada esta semana al director en funciones de la Agencia, Michael Morrell. “Ningún detenido de la CIA informó del verdadero nombre y la localización específica del mensajero, y ningún detenido identificó el complejo en que Osama Bin Laden se escondía”.
Dos días después de tomar posesión de su cargo, en enero de 2009, Obama ordenó el final de la existencia de cárceles secretas y de la tortura en la Agencia. El programa, en realidad, lo había anulado Bush en 2006. Obama dijo que su Gobierno no perseguiría a aquellos agentes que se habían limitado a obedecer órdenes de los asesores legales de la Administración previa. En la película de Bigelow, esos agentes cumplen esas órdenes con un aplicado esmero.
“La película se toma significantes licencias artísticas, aunque se define como históricamente rigurosa”, dijo Morrell, el actual director de la Agencia en funciones, en una carta a sus empleados. “Quiero que sepan que La noche más oscura es una dramatización, no un reflejo realista de los hechos. La CIA cooperó con los cineastas a través de su Oficina de Asuntos Públicos, pero, como sucede con todos los productos de entretenimiento con los que cooperamos, no tenemos control sobre el producto final”.
A Morrell, como a diversos miembros de la Administración Obama y destacados legisladores que se han opuesto tradicionalmente a la tortura, les interesa dejar claro que el programa de torturas fue una mancha, algo de lo que olvidarse, y no el motivo por el que el terrorista más buscado yace muerto en el fondo del océano.
Aquellos que, bajo Bush, hicieron posible los interrogatorios coercitivos disienten, diciendo que funcionaron, pero que caracterizarlos como tortura es una exageración. Es el caso de José Rodríguez, quien, dentro de la CIA, dirigió el Centro Antiterrorista y el Servicio Nacional Clandestino, hasta 2007. “La verdad es que nadie resultó ensangrentado o fue golpeado en el programa de interrogatorios mejorados que yo supervisé”, dijo en una reciente tribuna en el diario The Washington Post. (Esa expresión, “interrogatorios mejorados”, es la que suelen emplear aquellos que los ampararon o ejecutaron). “La primera información sustancial sobre el mensajero llegó en 2004, de un detenido que fue sometido a interrogatorios mejorados pero que no sufrió el ahogamiento fingido”, añadió Rodríguez.
Tanto la película como aquellos que diseñaron el programa de interrogatorios de la CIA asumen ahora un revisionismo que en realidad obvia que Bin Laden cayó en 2011, justo dos años después de que Obama hiciera su prioridad encontrarle donde se hallara, y de que Bush hubiera abandonado la Casa Blanca.
Esa verdad llega en forma de revelación después de la tortura. Acabado el calvario, Amman le ofrece a la CIA un nombre: Abu Ahmed Al Kuwaiti, quien resulta ser el mensajero de Osama Bin Laden, clave para que los Navy SEAL lleguen al complejo de Abottabad donde este se refugia.
La noche más oscura es una película de yuxtaposiciones. Abre con los gritos de las víctimas de los ataques de septiembre de 2011, atrapados en las Torres Gemelas. De allí se pasa a la tortura, que en el guión emerge como una venganza. Es más: la narrativa facilita que el espectador no sienta repulsión ante los abusos, porque, finalmente, de ellos emerge la pista que lleva hasta el líder de Al Qaeda.
“La película justifica la tortura. La directora invierte una exorbitante cantidad de tiempo mostrándola, no como si fuera un instrumento más de la CIA, sino como el instrumento dominante”, asegura Karen Greenberg, directora del Centro de Seguridad Nacional en la Universidad de Fordham. “Y en realidad, ¿fue la tortura necesaria para llegar a Bin Laden? No. Ese programa de interrogatorios no llevó a Bin Laden. Y de hecho fue Barack Obama, al llegar a la presidencia en 2009, quien hizo de cazar a Bin Laden una prioridad. Para entonces, ese programa de interrogatorios ya era historia”.
La directora, Kathryn Bigelow, y el guionista, Mark Boal, ambos también responsables del éxito de 2008 En tierra hostil, han negado que la película argumente que la tortura emprendida por la CIA durante los años de George W. Bush llevara a la muerte y captura de Bin Laden. Pero muchos de los que la han visto en EE UU, y saben algo de la CIA y sus modos, se permiten disentir. Entre ellos se hallan algunos de los senadores que más saben de inteligencia en el Capitolio.
“La CIA no supo de la existencia del mensajero de Osama Bin Laden por detenidos sometidos a técnicas de interrogación coercitiva”, aseguran Carl Levin, John McCain y Diane Feinstein, miembros del Comité de Inteligencia del Senado, en una carta enviada esta semana al director en funciones de la Agencia, Michael Morrell. “Ningún detenido de la CIA informó del verdadero nombre y la localización específica del mensajero, y ningún detenido identificó el complejo en que Osama Bin Laden se escondía”.
Dos días después de tomar posesión de su cargo, en enero de 2009, Obama ordenó el final de la existencia de cárceles secretas y de la tortura en la Agencia. El programa, en realidad, lo había anulado Bush en 2006. Obama dijo que su Gobierno no perseguiría a aquellos agentes que se habían limitado a obedecer órdenes de los asesores legales de la Administración previa. En la película de Bigelow, esos agentes cumplen esas órdenes con un aplicado esmero.
“La película se toma significantes licencias artísticas, aunque se define como históricamente rigurosa”, dijo Morrell, el actual director de la Agencia en funciones, en una carta a sus empleados. “Quiero que sepan que La noche más oscura es una dramatización, no un reflejo realista de los hechos. La CIA cooperó con los cineastas a través de su Oficina de Asuntos Públicos, pero, como sucede con todos los productos de entretenimiento con los que cooperamos, no tenemos control sobre el producto final”.
A Morrell, como a diversos miembros de la Administración Obama y destacados legisladores que se han opuesto tradicionalmente a la tortura, les interesa dejar claro que el programa de torturas fue una mancha, algo de lo que olvidarse, y no el motivo por el que el terrorista más buscado yace muerto en el fondo del océano.
Aquellos que, bajo Bush, hicieron posible los interrogatorios coercitivos disienten, diciendo que funcionaron, pero que caracterizarlos como tortura es una exageración. Es el caso de José Rodríguez, quien, dentro de la CIA, dirigió el Centro Antiterrorista y el Servicio Nacional Clandestino, hasta 2007. “La verdad es que nadie resultó ensangrentado o fue golpeado en el programa de interrogatorios mejorados que yo supervisé”, dijo en una reciente tribuna en el diario The Washington Post. (Esa expresión, “interrogatorios mejorados”, es la que suelen emplear aquellos que los ampararon o ejecutaron). “La primera información sustancial sobre el mensajero llegó en 2004, de un detenido que fue sometido a interrogatorios mejorados pero que no sufrió el ahogamiento fingido”, añadió Rodríguez.
Tanto la película como aquellos que diseñaron el programa de interrogatorios de la CIA asumen ahora un revisionismo que en realidad obvia que Bin Laden cayó en 2011, justo dos años después de que Obama hiciera su prioridad encontrarle donde se hallara, y de que Bush hubiera abandonado la Casa Blanca.
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