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jueves, 11 de octubre de 2012

GAGOMILITARIA NOTICIAS.-MÉXICO, EL LIO INFORMATIVO AL RELATAR, VERISONES DISTINTAS DE LA MUERTE DE HERIBERTO LEZCANO, LIDER DE LOS ZETAS


Crónica de la fuga de un cadáver

El Gobierno mexicano se precipita en un caos informativo al relatar con distintas versiones la muerte del líder de los Zetas, Heriberto Lazcano




Un perro camina cerca de la supuesta tumba de Heriberto Lazcano Lazcano, en Tezontle. / Alexandre 
Lo que debía ser uno de los grandes hitos del sexenio del presidente mexicano Felipe Calderón se ha convertido en una historia de absurdos y dudas, en la que, a cada paso, las autoridades no hacen sino alimentar el ávido apetito de los mexicanos, cultivado de tiempo atrás, por las teorías de la conspiración.

¿Heriberto Lazcano Lazcano, el líder de los Zetas, el cartel más violento de México murió el domingo, abatido por una patrulla de elementos de la Marina de México, en un ignoto poblado de apenas 4.000 habitantes, llamado paradójicamente Progreso? La respuesta depende de cuánto esté cada uno a separar del mensaje fundamental, la muerte de un enemigo público, del exuberante caos de comunicación del Gobierno de Calderón.

Es la historia de un éxito accidental que alguien echó a perder por no quererlo contar tal y como fue. Esto es lo que es posible reconstruir 72 horas después. La historia comienza el domingo. Un hombre (que más tarde sería identificado como Lazcano), acompañado por al menos una persona, miraba un juego de béisbol en un desvencijado campo en Progreso, Coahuila, a 200 kilómetros de la frontera con Tejas. El sujeto fue sorprendido por una unidad de la Marina de México, que suele patrullar por ahí, a cientos de kilómetros de una costa. Habían recibido una denuncia anónima sobre la presencia de tipos armados en la zona. Junto con su acompañante, el desconocido intentó escapar y atacó a los marinos con armas de grueso calibre. Murieron los dos.

Los marinos avisaron a la policía local, para que alguien recogiera los cadáveres de acuerdo con los protocolos legales. Los cuerpos fueron llevados a una funeraria convertida en la morgue de las autoridades, porque en Progreso nada hace honor a su nombre. Les tomaron las huellas dactilares y les hicieron fotografías. Pasada la medianoche, 12 horas después del enfrentamiento, un grupo de armados encapuchados llegó al sitio. El encargado del negocio es forzado a llevar los cadáveres a un sitio no revelado. Horas después, a las ocho de la mañana del lunes, ese buen hombre notifica —suponemos que muerto de miedo— que los cuerpos ya no estaban en su propiedad.

El robo de los cuerpos comenzó a alimentar las dudas sobre su identidad. Después de que se cotejaran las huellas dactilares y las fotografías, el Gobierno mexicano se dio cuenta de que había matado a uno de los criminales más buscados de México, incluso reclamado por Estados Unidos: el líder de los Zetas.

Y aquí comienza el enredo informativo. La Marina informó la noche de ese lunes que había “fuertes indicios” de que había matado a Lazcano Lazcano y a otro hombre. Nada se dijo de que ya no tenía los cadáveres. Los “fuertes indicios” fueron el principio del desastre. A primera hora del martes, la prensa mexicana se dio cuenta de que el cuerpo había sido robado, lo que el Gobierno confirmó poco después. Entonces, el mismo martes, la Marina difundió fotografías del cuerpo que presuntamente pertenecía a Lazcano. En su comunicado, también informa de que la estatura del capo, según su ficha, era de 1,60 metros. El problema es que la ficha de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos, la DEA, dice que el narcotraficante medía 1,76 metros. Ayer, entonces, un portavoz de la Marina ha dicho que el cuerpo medía 1,80 metros. Tres contradictorios datos oficiales sobre alguien que fue siete años miembro del Ejército Mexicano, que debería tener una ficha llena de señas particulares más que pulida. La Marina dio más datos: que además del coche de Lazcano en el enfrentamiento estuvo involucrado otro vehículo y que los hombres estaban acompañados por una o dos personas más. En una entrevista con W Radio, el portavoz de la Marina dijo que una persona había sido detenida, dato que había sido publicado antes por el diario 24 horas, pero en otra charla dijo que solo sabían que otro individuo se había fugado.

No es la primera vez que la Marina se enfrenta a un lío así. En junio pasado, presentó con bombo y platillo a un hombre como el hijo del poderoso líder del cartel de Sinaloa, Joaquín Loera Guzmán El Chapo. Resultó que no era él.

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Fuerzas de la Marina matan a tiros en una emboscada al jefe del cartel de Los Zetas



Fotografía cedida por la Marina Armada de México (SEMAR) del cuerpo de Heriberto Lazcano. / ---- (EFE)

Heriberto Lazcano Lazcano, alias El Lazca o El Verdugo, máximo líder del cartel de Los Zetas, cayó abatido por la Marina de México al mediodía del domingo en una carretera en la pequeña del norteño estado de Coahuila, según confirmó ayer el Gobierno mexicano. El anuncio representa, junto con la muerte de Arturo Beltrán Leyva El Barbas en diciembre de 2009, el golpe más fuerte al narcotráfico en el sexenio de Felipe Calderón. Pero el Gobierno mexicano no tiene ya el cuerpo del capo. Un comando armado robó su cuerpo del narcotraficante de la funeraria donde se le habían hecho fotografías y tomado huellas dactilares.

La Secretaría de Marina Armada de México informó a través de un comunicado que las imágenes de uno de los dos criminales muertos en el enfrentamiento del domingo, así como la comparación de sus huellas dactilares, comprobaban que el fallecido era Lazcano, líder de Los Zetas, segundo cartel más importante del país, solo superado por el cartel de Sinaloa, grupo con el que libra una sangrienta batalla en distintos puntos del país.

Los Zetas “inauguraron un nuevo modelo criminal en México”, describe Guillermo Valdés, director durante casi cinco años del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (Cisen) el aparato gubernamental de inteligencia mexicana. La organización criminal combinó el narcotráfico con “modalidades nuevas de negocio”. Primera modalidad: protección y extorsión a las organizaciones criminales locales (robacoches, secuestradores, bandas dedicadas al tráfico de indocumentados o al robo de hidrocarburos) y a las mafias que se les enfrentaban a lo largo de la larga ruta que controlaban, que comprende el este del país, desde Quintana Roo y Chiapas hasta los fronterizos Estados de Nuevo León, Coahuila y Tamaulipas. El objetivo, integrarlos en una suerte de “federación de bandas criminales”: se les exige un porcentaje de las ganancias obtenidas a través de sus delitos. La segunda modalidad consiste en ampliar al máximo el “negocio” de la extorsión y el secuestro ya sea mediante las organizaciones locales que controlaban o directamente por los propios Zetas. “Es un modelo tremendamente depredador y violento”, describe Valdés.

Valdés, quien se encuentra escribiendo un libro sobre el tema del narco, agrega que “hay una contribución fundamental de Los Zetas al mundo criminal del narcotráfico”. La planificación y la ejecución de la violencia con un “profesionalismo y exquisitez difícilmente vistos en cualquier otra parte del mundo”. El estilo de Los Zetas forzó al resto de los cárteles “a profesionalizar sus ejércitos privados y a multiplicar sus gastos en armamento y entrenamiento de sicarios. Se pasó de la violencia amateur a la violencia ejecutada por profesionales para aterrorizar a sus propias filas, a sus rivales y a la sociedad entera. Un modelo terriblemente eficaz”.
El Lazca nació el 25 de diciembre de 1974 en Apan, Hidalgo, un pueblo a 110 kilómetros de la capital mexicana. En 1991, a los 17 años, se alistó en el Ejército mexicano, del que salió voluntariamente en marzo de 1998. Junto con otros 30 exmilitares se integró a un grupo comandado por el exteniente Arturo Guzmán, a las órdenes de Osiel Cárdenas Guillén, líder del Cartel del Golfo, quien tras ser detenido en 2003 fue extraditado en 2007 a EE UU, donde se encuentra preso. Tras la muerte de Guzmán, en 2002, Lazcano asumió el liderazgo de los Zetas, que más tarde se separarían del cartel del Golfo y se volverían en su contra.

“Del núcleo de militares que fundaron Los Zetas, solo quedaba El Lazca. Los otros 30 miembros originarios fueron asesinados, encarcelados o simplemente desaparecieron del mapa. De confirmarse su muerte, quedaría al mando Miguel Ángel Treviño, un hombre que no tiene pasado militar, fue policía en Matamoros, y no formó parte del grupo original. La muerte del Lazca significaría así el fin de una cierta ‘mística’ criminal conseguida a lo largo de 12 años por la banda de un grupo de desertores de un grupo élite del Ejército”, explica Diego Enrique Osorno, periodista y autor del libro La guerra de Los Zetas.

La “segunda generación” de Los Zetas —formada por expolicías y miembros formados al interior de la banda— asumiría plenamente el control del grupo, describe Osorno. “Creo que durante este periodo de ‘transición’, Los Zetas detendrán el ambicioso proceso de expansión que habían iniciado hace tres años más allá de sus dominios en el noreste de México. Como por ejemplo, su irrupción en Centroamérica”.
Lazcano era una figura tan escurridiza como representativa del terror que infunden Los Zetas. Con su muerte, el gobierno del presidente Felipe Calderón da el golpe más contundente de su polémica lucha antidrogas a 52 días de entregar el poder. Pero como ha ocurrido en buena parte de este Gobierno, la operación ha resultado polémica. No hay quien comprenda como es que las autoridades que abatieron al peligroso narcotraficante entregaron tan pronto su cuerpo a débiles cuerpos de seguridad locales y que sus restos fueran “rescatados” por un comando criminal de la funeraria a la que había sido llevado tras caer muerto, lo que de nuevo alimenta las dudas de una por sí descreída sociedad.

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El verdugo y su máquina de matar

Heriberto Lazcano ha sido el caudillo de un grupo de soldados de élite desertores que se convirtió en la pesadilla de México.


Imagen de Heriberto "The Executioner" Lazcano.
Heriberto Lazcano Lazcano (1974) fue entrenado para usar la inteligencia militar como herramienta para el combate a muerte, y así lo hizo. Pero no aplicó sus conocimientos a favor de la seguridad de México, sino para engrasar la máquina asesina más feroz que ha operado en el país en los últimos años: Los Zetas.

Lazcano, más conocido como El Lazca, y otros compañeros de una unidad de élite del Ejército desertaron a finales de los años noventa y se convirtieron en la guardia pretoriana de Osiel Cárdenas, líder del cartel del Golfo. Después de que Cárdenas fuera arrestado, en 2003, estos guardaespaldas especiales empezaron a actuar por libre y montaron Los Zetas. Habían aprendido a obtener información y a utilizarla. Lazcano se ocupó de que esa sabiduría se explotase en beneficio del crimen. “Eran capaces de tomar una ciudad en siete u ocho días”, explica Samuel González, extitular de la Unidad Especializada en Delincuencia Organizada de la fiscalía mexicana. Los Zetas se expandieron a toda prisa en la segunda mitad de la década de los años 2000, haciéndose con el control criminal de las localidades que les interesaban con una combinación imparable de inteligencia y orden de origen castrense y de violencia psicopática.

"Entre sus métodos para eliminar a sus rivales estaba lanzárselos vivos a un tigre que tenía en una finca”, dice el periodista mexicano Humberto Padgett.

A la cabeza de la sangría de los de la última letra, como llaman a Los Zetas muchos ciudadanos que no quieren ni pronunciar su nombre, ha estado Lazcano. Uno de sus apodos era El Verdugo. “Él mismo se encargaba de ejecutar a algunos de sus enemigos. Entre sus métodos para eliminarlos estaba lanzárselos vivos a un tigre que tenía en una finca”, dice el periodista mexicano Humberto Padgett, premio Ortega y Gasset 2012, unos minutos después de que se conociera el supuesto final del número uno de la banda criminal.

Este reportero cuenta otros dos detalles recogidos de documentos oficiales que dan una idea de la manera de ser de El Lazca. En una ocasión supo que uno de sus halcones (algo así como los espías callejeros de los carteles) estaba trabajando en realidad para sus rivales. Por orden de Lazcano se lo llevaron a una hacienda, lo ataron a un árbol, le destrozaron las piernas y lo dejaron allí amarrado hasta que se murió dos o tres días después. La otra escena nos sitúa en un campo de entrenamiento clandestino de Los Zetas. Un instructor ordena a los soldados de la banda que hagan flexiones. Uno de ellos se agota y se levanta sin permiso. Encima le da la espalda al instructor. Lazcano está presente. Considera que se trata de una insubordinación, y de acuerdo con sus esquemas castrenses decide que su soldado perezoso deber recibir un balazo en el brazo como castigo.

Heriberto Lazcano, además de ser uno de los miembros fundadores y líder del grupo criminal más truculento de México, el que ha convertido las decapitaciones en sello corporativo y ha realizado actos tan macabros como la ejecución de 72 inmigrantes de un balazo en la cabeza, ese mismo criminal es también un hombre de fe. “Es muy católico, tanto que pagó la ampliación de una iglesia del lugar del que es originario”, dice Padgett. El capo que le daba de comer seres humanos a un tigre pensaba mucho en Dios. Según el reportero Diego Enrique Osorno, autor de La guerra de los Zetas (Grijalbo, 2012), las últimas pistas indicaban que Lazcano “se había vuelto más religioso” y que planeaba retirarse de la primera línea de batalla.

La máquina de guerra de Los Zetas, como la califica Osorno, estaba conducida por un asesino piadoso, un creyente por cuya cabeza ofrecía cinco millones de dólares la DEA, el organismo antidroga de Estados Unidos. Si se confirman las evidencias que tiene la Marina de que el cadáver que tienen en su poder es el de Heriberto Lazcano Lazcano, México se habrá quitado de encima al segundo criminal más buscado del país después del Joaquín Guzmán, El Chapo, al cerebro del primer híbrido de cartel y grupo paramilitar de la historia del crimen mexicano




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