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viernes, 11 de febrero de 2011

GAGOMILITARIA NOTICIAS.-LA DECEPCION Y LA IRA SE APODERAN DE EGIPTO







El desengaño que sienten los manifestantes en la Plaza de Tahrir esta noche no debe sorprender a nadie. Desde primera hora de la tarde, lo único que se escuchaba en El Cairo era la noticia de la dimisión inminente del presidente Hosni Mubarak. Tras 30 años de poder absoluto, y más de dos semanas de revueltas populares, parecía que, por fin, Egipto tomaba sus primeros pasos definitivos hacia la transición democrática.

En su esperado discurso de esta noche, Mubarak se ha burlado de todos aquellos que habían pasado la tarde celebrando su partida. Todos esperaban que anunciara el traspaso de sus poderes al recién nombrado vicepresidente -y hombre de confianza de Washington-, Omar Suleiman, y quizá incluso su partida hacia alguna tierra lejana. En vez de ceder a las demandas de los manifestantes, el mandatario ha presentado su lado más desafiante, y ha reiterado su determinación absoluta de mantenerse en el poder hasta la conclusión de su mandato el próximo mes de septiembre.

Partiendo de su autoproclamada posición como "padre" de los "ciudadanos y hijos de Egipto, hombres y mujeres, jóvenes de Egipto en la Plaza de Tahrir", Mubarak se ha dirigido a la nación con un tono firme, incluso a veces severo, y sobre todo serio. "No voy a salir del país en este momento difícil y voy a apoyar a cualquiera que quiera apoyar a Egipto para conseguir nuestros objetivos en medio de una concordia nacional", ha asegurado el 'rais' egipcio.

"Yo estaré aquí para facilitar la transición. Siento compromiso total con esta tarea", remató.
La conspiración extranjera

En repetidas ocasiones, Mubarak ha intentado presentar la situación como una de la nación egipcia asaltada por el mundo exterior. Repite que resistirá "la presión internacional" y que mantiene su "dignidad".

"No puedo, ni permitiré, aceptar órdenes del mundo exterior", declaró el mandatario, quizá haciendo referencia a las presiones que ha recibido de países 'amigos', como Estados Unidos. A media tarde, el jefe de la CIA, Leon Panetta, había sido uno de los que había confirmado la inminente salida de Mubarak durante su comparecencia ante el Comité Selecto de Inteligencia de la Cámara de Representantes.

A la vez, Mubarak intentó presentarse, de nuevo, como el "padre", preocupado por todo daño que puede afectar a sus "hijos". "Digo a las familias de los muertos que sentí tremendo dolor al ver lo ocurrido".

"Las víctimas que han muerto en estos acontecimientos desafortunados, que tanto nos dolió, no habrán muerto en vano. He dado ordenes para que avancen las investigaciones, y he dado permiso a la Fiscalía para que tome las medidas legales necesarias", aseguró el mandatario, aparentemente olvidando que gran parte de la violencia fue provocada por los matones que salieron en apoyo de su régimen.
Reformas constitucionales

El anuncio más anticipado del día -el traspaso de poder a Suleiman- quedó reducido a un breve comentario; Mubarak se limitó a decir que delegaría ciertos poderes en la persona del vicepresidente, sin entrar en mayores detalles.

El mandatario fue más explícito al comprometerse a reformar los problemáticos artículos 76, 77, 88, 93, 179 y 189 de la Constitución.

La mayoría de los artículos que ha mencionado Mubarak tienen que ver con ley electoral y derechos humanos básicos. El artículo 76 limita quien se puede presentar como candidato a la presidencia y, en la práctica, elimina toda posibilidad de que el presidente tenga competición seria en los comicios. El 77 refuerza el poder del presidente al eliminar toda restricción sobre el número de veces que se puede presentar a la reelección.

Los artículos 88 y 93 facilitan el fraude electoral. El primero, introducido en 2007, este artículo eliminó el control judicial sobre las elecciones; el segundo limita las formas en las que se puede cuestionar la legitimidad de los comicios electorales: sólo el Parlamento -con mayoría absoluta del partido de Mubarak- puede poner en duda los resultados.

Quizá el artículo más polémico es el 179: toda persona sospechada de participar en actos terroristas puede ser detenida sin explicación mayor; el presidente tiene derecho a ordenar el juicio de los mismos por tribunal militar (bajo cuyo régimen el acusado deja de tener derecho a representación legal).

El 189, finalmente, asegura el control del presidente sobre todas estas medidas legales al limitar el derecho de proponer enmiendas constitucionales a su persona.

nepto intento de calmar los ánimos populares

Eso sí, el presidente ha intentado calmar los ánimos de los manifestantes insistiendo en que las elecciones del mes de septiembre serán libres y abiertas: "Se van a facilitar las condiciones de acceso a la candidatura de cualquiera, la justicia verificará el acceso a los parlamentarios para garantizar las libertades de los ciudadanos y poder suspender la ley de emergencia; pero lo primero es recuperar la seguridad entre los egipcios, la confianza en nuestra economía y la seriedad de que el movimiento de cambio no tiene vuelta atrás".

Mubarak ha terminado su discurso asegurando que él también fue un joven y que entiende a la juventud que está pidiendo reformas. "La voluntad de los egipcios, su unidad y nuestra consideración a la Historia de Egipto son la esencia de nuestra existencia desde hace 7.000 años. Viviremos el espíritu de Egipto mientras dure Egipto y su pueblo".
Furia en la Plaza de Tahrir

Mientras tanto decenas de miles de manifestantes concentrados en la cairota Plaza de Tahrir han recibido con rabia y tristeza el discurso del presidente egipcio.

La indignación, e incluso los llantos, sucedieron al silencio durante todo el mensaje del mandatario, retransmitido por una gran pantalla colocada en la plaza, epicentro de la revuelta popular.

Los manifestantes siguen pidiendo en la plaza de la Liberación la marcha del rais. "Abajo Mubarak. Fuera, fuera". Muchos agitan sus zapatos, enfurecidos y decepcionados. "Nos habla como si fuéramos idiotas", subrayaba.

Ali Hassan, "Es un general derrotado sobre el campo de batalla, que no se retirará hasta dejar tantas víctimas como sea posible". "Al palacio [presidencial], allí vamos, los mártires por millones", gritan muchos manifestantes. Si la protesta había comenzado esta tarde con calma, ante los rumores de la inminente salida de Mubarak, los eslóganes se han vuelto más y más violentos tras el discurso del rais y de su vicepresidente.

En una intervención televisada tras la comparecencia de Mubarak, Suleiman ha pedido a los manifestantes que se vayan a casa. "Ni Mubarak ni Suleiman", respondían los manifestantes en Tahrir. "Omar Suleiman y Mubarak son lo mismo. Son dos caras de la misma moneda. Nuestra primera petición es que se marche. Si no se va, yo no me marcharé", decía Rahman Gamal, un trabajador de supermercado de 30 años apostado en Tahrir.
El Baradei teme que haya enfrentamientos

Por su parte, una vez finalizado el discurso de Mubarak, el opositor egipcio, Premio Nobel de la Paz y ex director de la agencia de control nuclear de Naciones Unidas, Mohamed El Baradei, ha advertido que Egipto explotará y que el país necesita ser salvado por las Fuerza Armadas.

Tras conocer la noticia de que el presidente egipcio delegaba los poderes del cargo a su vicepresidente pero no abandonaba el poder, El Baradei escribió en su Twitter: "Egipto explotará. Las Fuerzas Armadas deben salvar al país ahora".

"No hay ninguna posibilidad de que los egipcios estén dispuestos a aceptar a Mubarak o su vicepresidente", dijo El Baradei al canal CNN. "Son gemelos. Ninguno de ellos es aceptable para el pueblo". El Baradei teme que hoy surjan brotes de violencia si el Ejército elige alinearse con Mubarak y Suleiman en vez de los manifestantes en El Cairo.

"El pueblo siempre ha dado por hecho que el Ejército está de su lado", dijo El Baradei a CNN. "Si no se ve eso, si el Ejército no se alinea al lado del pueblo, creo que habrá fuertes choques entre el Ejército y el pueblo", concluyó.

Fuente Diario "EL MUNDO"

Mubarak desafía al pueblo egipcio

El 'rais' anuncia que cede algunos poderes a Suleimán pero sin dejar el cargo ante nuevas protestas previstas para hoy.- El Ejército siembra el desconcierto al emitir señales equívocas sobre el cambio

Hosni Mubarak desafió anoche a Egipto. Cuando durante todo el día de ayer parecía inminente su dimisión, cuando incluso el primer ministro había reconocido la victoria de los manifestantes, Mubarak compareció en televisión para reafirmar su continuidad. "No me iré, seré enterrado aquí", insistió. La novedad de su segundo discurso desde que empezaran las protestas por todo el país consistió en una inconcreta transferencia de poderes a Omar Suleimán, el vicepresidente, confirmado como nuevo rostro del régimen. La plaza cairota de la Liberación estalló en furia, con gritos de "fuera, fuera". Egipto comprobó que Mubarak no había escuchado las demandas de la calle.

Un anuncio insuficiente no solo para los egipcios, sino también para el líder opositor El Baradei -quien aseguró en su cuenta de Twitter: "Egipto va a explotar"-, varios dirigentes europeos e incluso para la Administración de Barack Obama, que tras reunir a su equipo de seguridad pidió a Mubarak una democracia "inequívoca".

Egipto se precipitó anoche hacia una situación tan confusa como peligrosa. En vísperas de nuevas manifestaciones masivas de consecuencias imprevisibles, previstas para hoy, -los manifestantes han llamado a veinte millones de egipcios a marchar hoy por las calles después de la oración-, con la calle en carne viva, el régimen de Hosni Mubarak interpretó una extraña comedia de equívocos. No se entendió si el presidente seguía al frente del país o si era el vicepresidente, Omar Suleimán, el hombre que acababa de decir que los egipcios no merecían una democracia, quien asumía el poder ejecutivo. Aún más difícil de comprender resultaba el papel de los militares.

El Ejército emitió señales contradictorias. Dio muestras de impaciencia y de resignación, de conformidad con el dúo Mubarak-Suleimán, y de oposición a un bloqueo que hundía al país en el abismo. Igualmente impredecible resultaba la reacción de las multitudes en revuelta. Sus portavoces, que no líderes, prometieron mantener la actitud pacífica que han mostrado hasta el momento. Pero la frustración popular hacía temer brotes de violencia. Aunque se limitaron a expandir su protesta por las calles de El Cairo, llegando incluso al Palacio Presidencial.

Los egipcios esperaban el inicio de una nueva era. Descubrieron, por el contrario, que la pesadilla continuaba y que haría falta más tiempo, más muertes y más sufrimiento personal y económico para acabar con ella. Hosni Mubarak siguió obstinado en negar la evidencia de que estaba acabado. En realidad, pareció empeñarse en que sus 30 años de dictadura concluyeran entre sangre y fuego. Su discurso del 10 de febrero de 2011 estaba destinado a pasar a la historia como un momento particularmente oscuro.

Nadie creía posible que algo así ocurriera. Durante la jornada se acumularon los síntomas de que Mubarak se iba. El Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas, reunido por primera vez desde la guerra de 1973, con la significativa ausencia del propio Mubarak, declaró que respaldaba "las legítimas aspiraciones del pueblo", en un texto titulado Primer comunicado. El Segundo comunicado debía emitirse, según distintas fuentes, hacia medianoche. Eran las señales típicas del golpe militar. Los egipcios lo interpretaron como tal, y en su gran mayoría lo saludaron con alborozo. Se daba por supuesto que el Ejército iba a protagonizar un golpe más o menos benigno para crear una Junta cívico-militar que tutelara una transición hacia la democracia. Entre otras virtudes, los egipcios poseen la del optimismo. Pero el Segundo comunicado no llegó a aparecer.

Surgían otras señales de cambio. "Los manifestantes han vencido", admitió el primer ministro, Ahmed Shafik. Desde que circularon los primeros rumores sobre la renuncia del presidente, la plaza de Tahrir, en la que se siguen congregando decenas de miles de personas, se transformó en una fiesta. No se sabía aún que la alegría concluiría en furor y ánimo de venganza. Solo unos minutos después de que Mubarak acabara su discurso, multitudes iracundas se dirigieron hacia la sede de la televisión pública, muy próxima a Tahrir, y hacia el palacio presidencial. Pese al furor, no se registraron asaltos a edificios, solo un aumento de la presencia de manifestantes en torno a los edificios oficiales.

Quizá eso era lo que deseaba Mubarak. Quizá quería provocar una llamarada de ira que justificara la intervención del Ejército. Quizá quería fomentar una situación definitivamente insostenible.

Sus palabras fueron las justas para irritar a una muchedumbre ya impaciente. Por el habitual paternalismo, que le hizo dirigirse a los egipcios como "hijos e hijas" y declararse "orgulloso" de los jóvenes manifestantes, "como presidente de la nación, no encuentro ninguna incomodidad en oír a la juventud de mi pueblo"; por el cinismo con el que anunció que perseguiría y castigaría a los responsables de la represión ("castigaré a quienes os han herido"); por hablar de las "víctimas inocentes" (más de 300, según recuentos de organizaciones independientes) causadas por su propia policía y sus propios matones; por dedicar largos párrafos a la necesidad de recuperar la confianza económica y la convivencia pacífica bajo su tutela personal, cuando un país entero le gritaba que se fuera.

Mubarak cedió gran parte de sus poderes, sin incluir los de reformar la Constitución o disolver el Parlamento, a su vicepresidente, Omar Suleimán, para que prosiguiera con "el debate sobre la posible revisión de algunos artículos de la Constitución" y con el "diálogo constructivo con los opositores". Y, una vez más, aseguró que no obedecería "órdenes extranjeras", en indudable referencia a Estados Unidos, el país que durante 30 años financió su dictadura.

Después de Mubarak, habló en televisión el vicepresidente Suleimán. El teórico hombre fuerte abundó en uno de sus temas preferidos, la necesidad de que el pueblo egipcio dejara de ver "televisiones por satélite que hablan mal de Egipto e intentan dividirnos". También, como en otras declaraciones, instó a los manifestantes a que volvieran a sus casas y a sus ocupaciones porque sus reivindicaciones ya habían "sido escuchadas y atendidas".

La jornada fue crispada desde el principio. Por la mañana, muy temprano, se percibió un amplio despliegue de tanques y blindados en el centro de El Cairo. La presencia militar resultaba muy superior a la de anteriores jornadas y suscitó especulaciones. La situación del régimen era visiblemente crítica. El primer ministro, Ahmed Shafik, no pudo acudir por la mañana a su despacho, en un edificio rodeado por los manifestantes, y se vio obligado a refugiarse en su antiguo puesto del Ministerio de Aviación Civil, cerca del aeropuerto. El jefe del Gobierno ya no controlaba ni su propia silla.

Viernes, día de oración. La protesta convocada hoy es otra de las jornadas señaladas como clave por los opositores al régimen. Esperan congregar de nuevo a cientos de miles de personas, como lo hicieron el pasado viernes -marcado como el Día de la Despedida" del dictador-, o el martes -cuando desbordaron la plaza y marcharon a miles hacia el Parlamento. Además, tenían previsto plantarse ante el edificio de la radio y la televisión estatales. La previsión, además, es que se les unan egipcios de todo el país, algo que el régimen ha tratado de evitar cortocircuitando el ferrocarril. Hoy era imposible conseguir un billete de tren a El Cairo: todos estaban agotados. Un país paralizado al que se le suma una la cadena de huelgas de trabajadores de los sectores textil, de telecomunicaciones y metalúrgicos reclamando mejoras de salarios y de sus condiciones laborales.

Fuente Diario "EL PAIS"

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