La defensa del sargento que mató a 16 afganos alega "inestabilidad psicológica"
El abogado del militar estadounidense quiere evitar el inicio del consejo de guerra
![](http://ep01.epimg.net/internacional/imagenes/2012/03/19/actualidad/1332185205_649957_1332185380_noticia_normal.jpg)
Imágenes de la base de Fort Leavenworth, Kansas, donde se halla detendio el sargento Robert Bales. / ED ZURGA (EFE)
El sargento estadounidense Robert Bales, acusado de matar a 16 civiles, nueve de ellos niños, el 11 de marzo en Afganistán se reunió ayer por primera vez con su abogado, quien dio indicaciones de que en el proceso judicial alegará inestabilidad psicológica, propiciada por un trastorno por estrés postraumático y por una lesión cerebral sufrida en un vuelco de su vehículo durante la segunda de cuatro misiones en el frente de guerra.
“Lo que sucede sobre el terreno en Afganistán, yo puedo haber leído sobre ello, ustedes pueden haber leído sobre ello, pero es algo totalmente diferente oír el testimonio de alguien que ha estado allí. Es algo emocionalmente cargante”, dijo el abogado, John Henry Brown, en conversación telefónica con AP tras un primer encuentro con su cliente, en el centro de detención de Fuerte Leavenworth, en Kansas.
El letrado también anticipó que la fiscalía militar presentará cargos esta semana, y que estos serán “realmente graves”. Entonces se abrirá una vista preliminar en la que un magistrado decidirá si hay pruebas suficientes que incriminen a Bales y si este está psicológicamente capacitado para ser sometido a juicio. Al alegar inestabilidad mental, la defensa tratará de evitar que se inicie el consejo de guerra.
Si no lo logra, y se abre juicio formal, la fiscalía militar puede pedir para el sargento la pena de muerte. Hay siete soldados norteamericanos condenados a la pena capital. La última ejecución de ese tipo en el Ejército de EE UU tuvo lugar en 1961. El presidente de la nación debe autorizar por escrito cada ajusticiamiento que tenga lugar entre sus tropas.
La defensa ha retratado, en los pasados días, a Bales como un patriota y un héroe, que se quebró bajo la presión de tres misiones en Irak y una última, a la que no quería acudir, en Afganistán. Al sargento, casado y con dos hijos, se le denegó un ascenso el año pasado. En 2009 había sufrido la ejecución hipotecaria de una casa. Días antes de la matanza, su mujer había puesto en venta otra residencia.
La fiscalía dispone de numerosas pruebas que indican que Bales no era el héroe de guerra comprometido con la población civil en Irak y Afganistán que la defensa ha retratado en diversas entrevistas en días pasados. Durante el fin de semana atrajo considerable atención una conversación de Bales con un amigo de la infancia, Steven Berling, en la red social de Facebook, mantenida en 2010.
“Este viaje al extranjero es aburrido, bastante pesado”, dijo Bales mientras se hallaba en su tercera misión en Irak. “Darle dinero a los hajis, en lugar de balas, no me parece adecuado”. Durante su misión en Irak, muchos solados norteamericanos se referían a los civiles de forma despectiva como haji, empleando un término árabe que se refiere a aquellos musulmanes que han completado la peregrinación a la Meca.
Bales contará también con un equipo de abogados militares facilitados por el Pentágono. Browne, su abogado civil, es famoso por haber defendido sonados casos de homicidio, como el del asesino en serie confeso Ted Bundy, ajusticiado en 1989, o el de Benjamin Ng, que fue declarado culpable por 13 muertes en 1983, pero que se libró de la condena a pena de muerte.
Un memorando del Ejército, enviado a finales de la semana pasada al Congreso, describe cómo Bales abandonó su base en la madrugada del 11 de marzo, caminó hasta dos aldeas y aniquiló a los 16 civiles, antes de amontonarles para tratar de prenderles fuego. Hoy, el comandante al mano de las tropas de la OTAN en Afganistán, general John Allen, testificará en el Capitolio, en Washington, para informar del estado de la misión bélica en aquel país.
![Robert Bales Robert Bales](http://blogs.elpais.com/.a/6a00d8341bfb1653ef016763e7996f970b-550wi)
Un nombre: sargento Robert Bales. Un lugar: Irak. La batalla de Najaf, de 2007. Sus palabras, tras librarla: “Cuando comenzamos a limpiar la ciudad, empezamos también a sacar a la gente... Buscábamos a gente a la que pudiéramos ayudar, porque había mucha gente muerta a la que no podíamos ya ayudar, a éstos los dejábamos en un punto de recuento de cadáveres”. Vivió la guerra en su crudeza.
Su opinión, de la batalla, librada contra un grupo insurgente: “Nunca he estado tan orgulloso de ser parte de una unidad como aquel día, por el simple hecho de que discriminamos entre los tipos malos y los que no eran combatientes, y posteriormente acabamos ayudando a la gente que sólo tres o cuatro horas antes había tratado de matarnos. Creo que esa es la diferencia real entre ser americano y ser uno de los malos”.
Bales, de 38 años, es el sargento que abandonó su base en Afganistán el domingo pasado y mató a sangre fría a nueve niños y siete adultos, todos civiles, en dos pequeñas villas. Luego amontonó los cuerpos y trató de quemarlos. Finalmente se entregó a sus mandos, fue detenido y ayer llegó al centro de detención de la base militar de Fuerte Leavenworth.
Otro escenario. Agosto del año pasado. Desierto del Mojave, en California. Bales se entrena para ser destinado a Afganistán. Sería su primera misión allí, después de tres servicios en Irak. Bales era sargento primero de la compañía Blackhorse, del tercer equipo de combate de brigada Stryker, segunda división de infantería del Ejército de Tierra.
En la base de Irwin, como en la de Quantico, aquí en la zona de Washington, hay pequeñas reconstrucciones de villas afganas, pobladas con actores a los que se les paga por hablar en su idioma y vestirse con las prendas que lucirían en su país de origen. A los soldados se les enseña allí a relacionarse con los civiles: sus ritos, costumbres, protocolos.
Bales llegó a la pequeña ciudad ficticia, bautizada como Jahel Dar Lab-e. Se acercó a un líder tribal, que estaba a la puerta de su casa. “¿Cómo le afecta la seguridad a su familia?”, le preguntó. “Mucho mejor que ayer”, le respondió el líder. Ese sería su trabajo, bajo los nuevos designios de la cúpula militar: ayudar a los civiles, velar por su seguridad, para poder dejarles en control de su país cuando acabe la guerra, en 2014.
Siete meses después, Bales masacraría a casi toda una familia mientras dormía. Con sus actos, que ahora investiga el Pentágono, prendió de nuevo el antiamericanismo en Afganistán, y puso la misión bélica allí al borde del colapso. Fue la brutalidad añadida a un rosario de ofensas ya enquistadas: los escuadrones de la muerte, los marines orinando sobre cadáveres y los coranes incendiados.
Ahora que Bales está en Leavenworth, a la espera de consejo de guerra, el Ejército ha decidido revelar su nombre. En sus archivos hay dos artículos en los que se le menciona, y de los que he extraído la información en este post. En las fotos adjuntas a esos texto se muestra al sargento, sonriente, en consonancia con ese carácter “afable” que describía su abogado en conferencia de prensa el viernes. Al ver cómo esas imágenes se multiplicaban en la Red, el Pentágono ha censurado los textos. He podido recuperar uno, que se puede descargar aquí, y he encontrado una copia de otro, en este enlace.
“Lo que sucede sobre el terreno en Afganistán, yo puedo haber leído sobre ello, ustedes pueden haber leído sobre ello, pero es algo totalmente diferente oír el testimonio de alguien que ha estado allí. Es algo emocionalmente cargante”, dijo el abogado, John Henry Brown, en conversación telefónica con AP tras un primer encuentro con su cliente, en el centro de detención de Fuerte Leavenworth, en Kansas.
El letrado también anticipó que la fiscalía militar presentará cargos esta semana, y que estos serán “realmente graves”. Entonces se abrirá una vista preliminar en la que un magistrado decidirá si hay pruebas suficientes que incriminen a Bales y si este está psicológicamente capacitado para ser sometido a juicio. Al alegar inestabilidad mental, la defensa tratará de evitar que se inicie el consejo de guerra.
Si no lo logra, y se abre juicio formal, la fiscalía militar puede pedir para el sargento la pena de muerte. Hay siete soldados norteamericanos condenados a la pena capital. La última ejecución de ese tipo en el Ejército de EE UU tuvo lugar en 1961. El presidente de la nación debe autorizar por escrito cada ajusticiamiento que tenga lugar entre sus tropas.
La defensa ha retratado, en los pasados días, a Bales como un patriota y un héroe, que se quebró bajo la presión de tres misiones en Irak y una última, a la que no quería acudir, en Afganistán. Al sargento, casado y con dos hijos, se le denegó un ascenso el año pasado. En 2009 había sufrido la ejecución hipotecaria de una casa. Días antes de la matanza, su mujer había puesto en venta otra residencia.
La fiscalía dispone de numerosas pruebas que indican que Bales no era el héroe de guerra comprometido con la población civil en Irak y Afganistán que la defensa ha retratado en diversas entrevistas en días pasados. Durante el fin de semana atrajo considerable atención una conversación de Bales con un amigo de la infancia, Steven Berling, en la red social de Facebook, mantenida en 2010.
“Este viaje al extranjero es aburrido, bastante pesado”, dijo Bales mientras se hallaba en su tercera misión en Irak. “Darle dinero a los hajis, en lugar de balas, no me parece adecuado”. Durante su misión en Irak, muchos solados norteamericanos se referían a los civiles de forma despectiva como haji, empleando un término árabe que se refiere a aquellos musulmanes que han completado la peregrinación a la Meca.
Bales contará también con un equipo de abogados militares facilitados por el Pentágono. Browne, su abogado civil, es famoso por haber defendido sonados casos de homicidio, como el del asesino en serie confeso Ted Bundy, ajusticiado en 1989, o el de Benjamin Ng, que fue declarado culpable por 13 muertes en 1983, pero que se libró de la condena a pena de muerte.
Un memorando del Ejército, enviado a finales de la semana pasada al Congreso, describe cómo Bales abandonó su base en la madrugada del 11 de marzo, caminó hasta dos aldeas y aniquiló a los 16 civiles, antes de amontonarles para tratar de prenderles fuego. Hoy, el comandante al mano de las tropas de la OTAN en Afganistán, general John Allen, testificará en el Capitolio, en Washington, para informar del estado de la misión bélica en aquel país.
La sonrisa de un asesino
Un nombre: sargento Robert Bales. Un lugar: Irak. La batalla de Najaf, de 2007. Sus palabras, tras librarla: “Cuando comenzamos a limpiar la ciudad, empezamos también a sacar a la gente... Buscábamos a gente a la que pudiéramos ayudar, porque había mucha gente muerta a la que no podíamos ya ayudar, a éstos los dejábamos en un punto de recuento de cadáveres”. Vivió la guerra en su crudeza.
Su opinión, de la batalla, librada contra un grupo insurgente: “Nunca he estado tan orgulloso de ser parte de una unidad como aquel día, por el simple hecho de que discriminamos entre los tipos malos y los que no eran combatientes, y posteriormente acabamos ayudando a la gente que sólo tres o cuatro horas antes había tratado de matarnos. Creo que esa es la diferencia real entre ser americano y ser uno de los malos”.
Bales, de 38 años, es el sargento que abandonó su base en Afganistán el domingo pasado y mató a sangre fría a nueve niños y siete adultos, todos civiles, en dos pequeñas villas. Luego amontonó los cuerpos y trató de quemarlos. Finalmente se entregó a sus mandos, fue detenido y ayer llegó al centro de detención de la base militar de Fuerte Leavenworth.
Otro escenario. Agosto del año pasado. Desierto del Mojave, en California. Bales se entrena para ser destinado a Afganistán. Sería su primera misión allí, después de tres servicios en Irak. Bales era sargento primero de la compañía Blackhorse, del tercer equipo de combate de brigada Stryker, segunda división de infantería del Ejército de Tierra.
En la base de Irwin, como en la de Quantico, aquí en la zona de Washington, hay pequeñas reconstrucciones de villas afganas, pobladas con actores a los que se les paga por hablar en su idioma y vestirse con las prendas que lucirían en su país de origen. A los soldados se les enseña allí a relacionarse con los civiles: sus ritos, costumbres, protocolos.
Bales llegó a la pequeña ciudad ficticia, bautizada como Jahel Dar Lab-e. Se acercó a un líder tribal, que estaba a la puerta de su casa. “¿Cómo le afecta la seguridad a su familia?”, le preguntó. “Mucho mejor que ayer”, le respondió el líder. Ese sería su trabajo, bajo los nuevos designios de la cúpula militar: ayudar a los civiles, velar por su seguridad, para poder dejarles en control de su país cuando acabe la guerra, en 2014.
Siete meses después, Bales masacraría a casi toda una familia mientras dormía. Con sus actos, que ahora investiga el Pentágono, prendió de nuevo el antiamericanismo en Afganistán, y puso la misión bélica allí al borde del colapso. Fue la brutalidad añadida a un rosario de ofensas ya enquistadas: los escuadrones de la muerte, los marines orinando sobre cadáveres y los coranes incendiados.
Ahora que Bales está en Leavenworth, a la espera de consejo de guerra, el Ejército ha decidido revelar su nombre. En sus archivos hay dos artículos en los que se le menciona, y de los que he extraído la información en este post. En las fotos adjuntas a esos texto se muestra al sargento, sonriente, en consonancia con ese carácter “afable” que describía su abogado en conferencia de prensa el viernes. Al ver cómo esas imágenes se multiplicaban en la Red, el Pentágono ha censurado los textos. He podido recuperar uno, que se puede descargar aquí, y he encontrado una copia de otro, en este enlace.
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