lunes, 10 de enero de 2011

MEDICOS MILITARES DOBLE VOCACIÓN


Con 25 años y "recién salido de la Academia", a José María Relanzón le encomendaron su primera misión internacional como médico militar. Corría el año 1980 y Argelia había sufrido un devastador terremoto. "Montamos un hospital de campaña y atendíamos a cientos de personas todos los días. La ciudad había quedado arrasada, los puentes se hundieron, los trenes se salieron de los raíles, cientos de miles de personas lo perdieron todo en unos segundos...". El equipo médico del que formaba parte tuvo que atender todo tipo de patologías, "no sólo secuelas traumatológicas, también nos hicimos cargo del apoyo sanitario de una región bastante amplia que venía con problemas infecciosos, degenerativos, tumorales, partos, etc.".

Allí donde ocurre una catástrofe natural como ésta, el tsunami de Indonesia o el terremoto de Haití, acuden los sanitarios de las Fuerzas Armadas. "A Haití se desplazó un barco con capacidad quirúrgica, varios especialistas, incluyendo ginecólogo, pediatra, preventivista y varios médicos generales", cuenta el galeno. "Permanecieron desplegados durante cuatro meses y actuaron como referencia sanitaria en la región".

En situaciones como ésta, expone Relanzón, se movilizan varios organismos relacionados con la asistencia en emergencia, como la Unidad Militar de Emergencias, el SAMUR y la Sanidad Militar. Aunque depende del tipo de catástrofe, "básicamente, se despliega un equipo quirúrgico formado por un cirujano, traumatólogo y anestesista, algunos médicos generales, enfermeros y sanitarios; también un pediatra y un ginecólogo".

Las patologías que se atienden en un primer momento "son las transmitidas por el consumo de agua sin tratar y las producidas por la propia catástrofe, fundamentalmente traumatológicas". Lo que ocurre, agrega el médico, es que, generalmente, en estos lugares "la gente no tiene acceso a la medicina y acude con todo tipo de problemas: enfermedades infecciosas y parasitarias desconocidas en España, degenerativas, niños con afecciones carenciales y muchísima patología de la que ya nos habíamos olvidado en el mundo occidental".
En país hostil

José María Relanzón no sólo ha estado en Argelia. También ha participado en dos expediciones militares de ascenso, al monte McKinley (6.200 metros, en Alaska) y al Muztag-Ata (7.600 metros, en China). "En 1987 fui en el buque Hespérides de investigación oceánica a la Antártida, a la base Gabriel de Castilla, en la que continúan colaborando militares y científicos". Y su última misión internacional le llevó el año pasado a Afganistán.

Según relata Relanzón, en este país hay dos formaciones sanitarias muy diferentes. Por un lado, hay un hospital con capacidad quirúrgica en la base hispano-italiana de Herat, al oeste del país. Es donde se atienden las heridas de guerra: tiros, explosiones de artefactos explosivos, quemados, amputaciones, etc. "Allí, médicos estadounidenses, búlgaros y españoles tratan a todos los heridos que se producen en la región oeste, sean de la Policía y Ejército afganos, miembros de la Alianza o civiles afectados". Además, el hospital cuenta con dos equipos de evacuación sanitaria en helicóptero medicalizado por si hay que hacer algún traslado.

A Relanzón le destinaron a la otra formación sanitaria, en la base de Qala i Naw. "Nuestra función era de soporte vital, algo parecido al SAMUR", señala el médico. Es decir, se estabiliza al herido y se le evacúa al hospital de Herat. "Cuando yo fui éramos tres equipos compuestos por médico, enfermero y sanitario-conductor, ahora son ocho. Uno de ellos se queda siempre dentro de la base y los demás suelen salir en los convoys".

Como explica Relanzón, "a diferencia de lo que sucede en la Sanidad civil, la militar debe trabajar en un entorno poco seguro, que se ve obligada a asumir múltiples bajas de golpe, con problemas climatológicos y recursos limitados. Además, en estas zonas, las evacuaciones no son rápidas y hay problemas de telecomunicación".
Una profesión fantástica

A pesar de estas circunstancias, Relazón asegura que "su profesión es fantástica", ya que "te proporciona un montón de experiencias increíbles que no están al alcance del resto de la gente". Y lo demuestra cuando habla de sus misiones: "En las operaciones humanitarias se te quedan en el corazón los ojos llenos de esperanza de gente que ha perdido lo poco que tenía". En Afganistán, por ejemplo, "lo más peligroso son los artefactos explosivos que colocan en los caminos, pero la verdad es que tras horas y más horas de viaje sorteando precipicios, por caminos de tierra que se deshacen bajo el peso de los blindados, lo que realmente te preocupa es no volcar ni despeñarte por un barranco".

La experiencia es irrepetible, pero dura. Al acabar las misiones, todo el personal pasa un reconocimiento médico y en su caso recibe el tratamiento pertinente. Está demostrado que la depresión, la ansiedad, los trastornos del sueño y el estrés son los problemas mentales más frecuentes entre los miembros del Ejército cuando regresan de sus desplazamientos a países extranjeros. Así lo confirma un estudio reciente publicado en 'Archives of General Psychiatry'.

Las familias también son parte implicada. De hecho, "cuanto más tiempo estamos fuera de casa, más impacto tiene sobre ellos". En el caso de Relanzón, sus hijos son mayores y "tienen menos dependencia de la presencia paterna, pero tengo compañeros con niños pequeños que van a Afganistán todos los años. Me imagino que tendrán que afrontar situaciones familiares difíciles".

La sanidad militar ha evolucionado mucho en los últimos 50 años, pero lamentablemente, "somos unos perfectos desconocidos y es una pena porque somos pocos y puede haber jóvenes médicos a los que les gustaría vivir alguna de estas experiecias", anima Relanzón.

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