¿Quiénes eran las temidas mujeres que atacaron brutalmente a los conquistadores en América?
Mitos como El Dorado, las guerreras amazonas o las Siete Ciudades de Cíbola sirvieron de aliciente para que los conquistadores se arrastraran por selvas, pantanos y desiertos, pero, ¿quiénes eran las guerreras que vio Orellana en el Amazonas?
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El mito del Amazonas salta de continenteLa búsqueda del particular Santo Grial de América –ya fuera El Dorado, las Siete Ciudades de Cíbola u otros mitos forrados de oro– sirvió de acicate para que hombres que habían cruzado todo un océano para hacerse ricos fácilmente no desfallecieran frente a las adversidades. La propia Corona y los cronistas incentivaron la idea de grandes tesoros y fantasías escondidas en las selvas de Sudamérica, pues eran conscientes de que para explorar, conquistar y poblar un continente no bastaba con prometer a los aventureros tierras de cultivo o un lugar prefente en las futuras ciudades. Todo ello hace que algunas crónicas rozaran, por momentos, el realismo mágico en su descripción de la fauna y bestiario que se fueron encontrando los conquistadores a su paso. Reptiles monstruosos, tribus de amazonas y otras escenas inverosímiles (¿O no tanto?) se suceden en sus páginas.
Encontrar El Dorado, una ciudad entera hecha con oro, es con diferencia el mayor foco de leyendas y traiciones en la historia de la conquista de América. Francisco de Orellana traicionó, en 1541, a Gonzalo Pizarro, el hermano más pendenciero del conquistador del Perú, cuando éste dirigía una expedición desastrosa hacia el «País de la Canela» (otra leyenda, que data de los tiempos de Colón). Cercados por el hambre, Orellana y medio centenar de hombres se ofrecieron a continuar el viaje con un bergantín para conseguir comida y luego regresar, pero lo cierto es que no tenían pensado volver sobre sus pasos. Para cuando Pizarro conoció su deserción, el conquistador se encontraba atrapado en el corazón del Amazonas, ante la creencia de que se hallaba cerca de El Dorado. Sin embargo, no dio con ningún tesoro, sino con un grupo de fieras amazonas que, cumpliendo con las características de esta figura de la mitología griega, atacaron con furia a sus hombres.
Dentro de la tradición griega, las amazonas eran una tribu de guerreras que vivía en el Peloponeso, que se cortaban un pecho para poder manejar mejor el arco, que odiaban a los hombres y que solo mantenían relaciones sexuales una vez al año para reforzar sus huestes (si nacía un varón preferían matarlo). Su nombre, tomado del latín Amazon, -onis, era heredero de una palabra griega que significaba sin pechos.
El número de referencias a estas mujeres sin pechos es abundante, aunque cada autor las sitúa en un lugar distinto. El poeta Homero se refiere a ellas, alrededor del siglo IX antes de Cristo, en la Ilíada situándolas en la Isla de Lemnos; al tiempo que el historiador Heródoto, en sus Nueve libros de la Historia, ubica el mito de estas tribus guerreras en el Cáucaso. Ya en la Edad Media Paulo diácono se refiere a ciertos combates entre amazonas y longobardos en el siglo VIII, y el Rey de Inglaterra, Alfredo El Grande, habla en el siglo IX de un país de mujeres llamado «Magdaland», al norte de Europa. Asimismo, el explorador Marco Polo ubica su existencia en los abismos de Asia, en una isla en la frontera noroeste de la India.
¿Qué vieron?
La historia de las amazonas cruzó el charco junto a los españoles.Cristóbal Colón, que pensaba haber llegado a Asia, oyó decir que había una isla habitada por mujeres, «lo cual el Almirante mucho quisiera por llevar dice que a los Reyes cinco o seis de ellas». Antonio Pigafetta, después de realizar la primera circunnavegación del globo, afirmó de una isla «llamada Occoloro, bajo Java Mayor, donde solo viven mujeres». Por su parte, Hernán Cortés, en su cuarta carta a Carlos V, aseguró conocer otra isla de féminas guerreras. El capitán Nuño de Guzmán trató de buscarlas en su avance por Nueva Galicia, pero no tuvo ningún éxito.
Hubo que esperar, sin embargo, hasta la búsqueda de El Dorado para encontrar testigos que juraran haber dado con esta mítica tribu. Según recoge Fray Gaspar de Carvajal, los bergantines de Orellana fueron atacados en su bajada por el río Amazonas por «hasta diez o doce [mujeres], que estas vimos nosotros que andaban peleando delante de todos los indios como capitanas, y peleaban ellas tan animosamente que los indios no osaban volver las espaldas, y al que las volvía delante de nosotros le mataban a palos; y esta es la causa por donde los indios se defendían tantos. Estas mujeres son muy blancas y altas y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza, y son muy membrudas y andaban desnudas en cuero, tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos».
El enfrentamiento resultó la peor contienda narrada por este cronista, que perdió un ojo y recibió un flechado en una ijada. Al menos seis españoles murieron en el rápido y brutal combate... Esas mujeres luchaban de una forma aterradora, en palabras de los conquistadores. Por un interrogatorio a los indios, los españoles supieron que todas estas amazonas estaban bajo la mano y jurisdicción de una caudilla llamada Coñori, que junto a un grupo selecto de mujeres, vivía rodeada de oro y plata. La tierra en la que vivían era fría y con poca leña, si bien abundante de comida. El lugar estaba tan lejos como para que quien osara ir muchacho volviera viejo.
Las amazonas que Orellana halló cumplían la mayoría de las características grecorromanas, al menos si hacemos caso a los cronistas. Gonzalo Fernández de Oviedo escribió al tener noticia directamente por Orellana una carta dirigida al Cardenal Bembocon las costumbres de estas mujeres:
«... en cierta parte oyeron una batalla muy reñida y los capitanes eran mujeres flecheras que estaban allí por gobernadores a las cuales nuestros españoles llamaron amazonas sin saber por qué, como V.S.R ma. mejor sabe, este nombre, según justino, se les da por falta de la teta que se quemaban aquellas que se dijeron amazonas, en lo demás no les es poco anexo el estilo de su vida pues esta viven sin sin hombres y señorean muchas provincias y gentes y en cierto tiempo del año llevan hombres a sus tierras con quien han sus ayuntamientos y después que están preñadas los echan de la tierra e si paren hijo o le matan o envían a su padre...»
Más allá de Orellana, ningún europeo pudo documentar de qué tribu se trataba o si existió algo parecido al mito, pues ni antes ni después lucharon otros conquistadores con guerreras así. En su libro «Orellana, Ursúa y Lope de Aguirre: Sus hazañas novelescas por el río», Elsa Otilia Heufemann-Barría plantea que lo que vio el extremeño, aparte de la posibilidad de que fuera una tribu que simplemente armara a guerreras, pudo deberse al ansia en sí de encontrar a las amazonas que demostraban los españoles desde que pusieron pie en América, de modo «que acomodaban a sus propias convicciones los relatos de los indios, puesto que la leyenda de estas míticas guerreras estaba muy extendido entre los conquistadores».
Vieron lo que querían ver... En el imaginario popular de aquella época gozaban de gran vigencia la leyenda de las amazonas, por lo que los conquistadores iban predispuestos a encontrarlas tarde o temprano.Rodeados de animales y paisajes inéditos, de tribus de todo tipo y pelaje, resultaba realmente complicado para ellos diferenciar realidad de ficción.
En busca del pueblo sin maridos
En 1745, el viajero francés Carlos Marie de la Condamine se propuso dar con las amazonas que había descrito Orellana. Así cuenta en las crónicas de su Viaje a la América Meridional que fue preguntando a los nativos si tenían alguna noticia de «las belicosas mujeres que Orellana pretendió haber encontrado y combatido, y si era verdad que vivían alejadas del trato de los hombres. Nos dijeron todos que así se lo habían oído contar a sus padres, añadiendo multitud de detalles, demasiado largos de repetir, que tienden a confirmar que hubo en ese continente una república de mujeres que vivían sin admitir ningún hombre entre ellas, y que se retiraron al interior de las tierras del Norte, por el río Negro o por alguno de los que por el mismo punto desaguan en el Marañón».
Su criterio para sostener que hubo una república de mujeres se basaban, sin embargo, en testimonios indirectos. Lo más cerca que estuvieron de una prueba sólida fue de la mano de un soldado ya viejo de la guarnición de Cayena, cuyo destacamente fue enviado a reconocer las tierras del país de los amicuanos, donde dieron con mujeres y niñas que llevababan collares de piedras verdes que heredaron de las «cuñantensecuima», lo que en su lengua significaba «mujeres sin marido». Por boca de estas indígenas, pudieron saber que más allá de las fuentes del Oyapoc se hallaba el país original de «estas mujeres sin marido».
«A pesar de esto me cuesta trabajo creer que las amazonas se hallen establecidas ahí actualmente sin que se tenga de ellas noticias más positivas, transmitidas de unos en otros por los indios vecinos de las colonias europeas de las costas de la Guayana», afirma en sus textos el aventurero francés ante su incapacidad con dar con este pueblo, que se justifica en su fracaso en lo verosímil de que aquellas mujeres hubieran perdido ya sus antiguos usos a través del tiempo, bien porque las haya subyugado otro pueblo, ya porque, aburridas de su soledad, las hijas hayan al fin olvidado la aversión de sus madres hacia los hombres.
En cualquier caso, el mito quedó impreso para siempre en el nombre del lugar. Temporalmente el río descubierto por los españoles fue llamado Orellana, pero pronto se denominó Río de las Amazonas o Gran Río de Amazonas, como se conoce hoy de forma general.
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