domingo, 10 de marzo de 2019

EL TRATADO DE GUAM, EL FIN DEL MALTRECHO IMPERIO ESPAÑOL


La vergüenza de Guam: así perdió el maltrecho Imperio español su última perla del Pacífico

La isla se mantuvo bajo bandera española hasta junio de 1898. Ese mes, sus defensores se rindieron a los norteamericanos tras un curioso malentendido

Manuel P. VillatoroManuel P. VillatoroActualizado:Ni batallas hasta el último hombre, ni combates a ultranza para defender el que -por entonces- era uno de los últimos retazos del ya inexistente Imperio español. La forma en la que Estados Unidos arrebató Guam a los nuestros el 20 de junio de 1898 no fue heroica, al igual que tampoco lo fue la resistencia planteada por el minúsculo destacamento hispano de la isla.

Al contrario de lo que acaeció en Filipinas, en este caso el peso de la realidad cayó de forma inexorable sobre los 58 militares encargados de proteger aquel perdido enclave. Los últimos de Guam eran hombres que no tenían ninguna posibilidad de victoria ante el inmenso ejército yanqui y que, sabedores de su inferioridad numérica, prefirieron capitular sin combatir. Todo, para evitar una matanza.

Pero la historia de la pérdida de Guam va más allá de una mera rendición. Habla de unos soldados totalmente olvidados por su gobierno. De unos combatientes españoles que, cuando los buques estadounidenses arribaron a la «Perla del Pacífico» (como era conocida la isla), no pudieron siquiera hacer fuego contra ellos debido a la penosa situación en la que se hallaban sus cañones.
Aquellos héroes fueron los últimos en la lista de prioridades de una España desvencijada que se agarró como pudo a las escasas posesiones de ultramar que todavía atesoraba. Un país en otros tiempos imperial que privó de armas, munición, refuerzos y hasta información a los combatientes afincados en regiones menores como Guam. No en vano, cuando los norteamericanos fondearon en el puerto de Guaján (nombre castellano de la isla hasta la aparición de los yanquis) los hispanos desconocían que se había iniciado la guerra entre ambos países. Nadie les había informado de ello.
La situación llegó a un punto de ridículo tal que los oficiales españoles atrincherados en la isla pensaron que los primeros disparos que se hicieron desde los bajeles norteamericanos eran las salvas previas a una visita de cortesía.

Un curioso descubrimiento

La presencia española en Guam comenzó a fraguarse allá por el siglo XVI. Más concretamente, cuando la expedición europea de Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano arribó a las Marianas en su viaje de circunnavegación del globo.
Así lo desvela el Coronel del Ejército de Tierra en la reserva José Antonio Crespo-Francés en su dossier «Los olvidados de Guaján». En él, señala que los hispanos se detuvieron en la zona exactamente el 6 de marzo de 1521 para aprovisionarse de víveres y agua. Aunque aquel primer encuentro acabó en desastre (los nativos robaron una buena parte del cargamento a aquellos visitantes del otro lado de las aguas) sirvió para poner los primeros mimbres de la presencia hispana en la isla.
«San Vitores puso a aquellas islas su nombre actual de Marianas, para honrar a la reina regente, Mariana de Austria»
Fue necesario esperar casi medio siglo para que otro navegante, Miguel López de Legazpi, tomase posesión de la isla (así como de todo el archipiélago) en nombre de España el 22 de enero de 1565.
Otro siglo después se presentó en la zona el jesuita Diego de San Vitores con la intención de predicar el catolicismo ente los isleños. «San Vitores puso a aquellas islas su nombre actual de Marianas, para honrar a la reina regente, Mariana de Austria», explican Fernando Prado, León Arsenal y José Antonio Álvaro Garrido en su obra « Rincones de historia española» (editado por «Edaf»). En este punto existen controversias. Algunos autores afirman que nuestros compatriotas fueron bien recibidos, mientras que otros como el mismo Crespo-Francés son partidarios de que -aunque en un principio recibieron el cariño de los chamorros (o lugareños)- no tardaron en nacer diferencias entre ambos bandos.

Mosquete para arriba, espada para abajo, los españoles terminaron por imponer la paz en Guam. Al fin y al cabo la isla (de solo 500 kilómetros cuadrados) era determinante para el Imperio, pues en ella podía hacer una parada el popular Galeón de Acapulco. Un bajel encargado de cubrir la ruta comercial entre Manila y Nueva España.
USS Charlestone
USS Charlestone - Naval History and Heritage Command
«Esta ruta comercial a través del Pacífico la protagonizó el único buque que navegó en solitario, el también denominado Galeón de Manila o Nao de China. Un lazo permanente con Oriente que se mantuvo durante dos siglos y medio», desvelan Carlos Canales y Miguel del Rey en su obra « El oro de América. Galeones, flotas y piratas» (editado también por «Edaf»). La importancia de la isla hizo que llegase hasta Guaján un destacamento español dedicado a su protección.
Guam sirvió a los marineros del Galeón de Manila como isla en la que avituallarse hasta que la ruta comercial cayó en desuso. A partir de entonces, fue una isla accesoria para España. Un pedrusco olvidado guardado por unos pocos soldados al que -curiosamente- se solía enviar a políticos con nuevas ideas.
«Las Marianas conocieron una serie de gobernadores de talante progresista. Uno se siente inclinado casi a preguntarse si precisamente por ser espíritus innovadores fueron enviados a ese rincón perdido del Imperio», añaden los autores de «Historia española». Aquellos líderes lograron, al otro lado del mundo conocido, desarrollar una agricultura más que próspera y, a su vez, apostaron por escolarizar a los más pequeños.

Traición

Mientras los españoles de Guam vivían apaciblemente, la tensión fue creciendo a nivel internacional. Cuando el calendario marcaba 1898 las cosas no pintaban, de hecho, todo lo rojigualdas que el gobierno penínsular hubiera deseado. Para empezar, porque las revueltas locales empezaron a generalizarse en las colonias. Pero también porque Estados Unidos (un país con menos de dos siglos de historia) decidió que el norte se le había quedado pequeño y empezó a mirar hacia el exterior en busca de nuevos territorios. ¿Cuáles fueron los seleccionados? Pues los nuestros. Entre otros, Cuba, Puerto Rico y Filipinas.
Sabedores de la desesperación que generaban en la Península estas colonias y la cantidad de hombres y monedas que estaban costando a España, los norteamericanos consideraron que era el momento de intentar apropiarse de ellas. En principio los gobernantes de las barras y estrellas lo intentaron ofreciendo oro a nuestro país. Pero desde aquí les respondimos con una sonora negativa.
La Habana, 16/2/1898. Fotografía del acorazado de la marina de los Estados Unidos, Maine, tras la explosión que lo hundió la mañana del 15 de febrero de 1898
La Habana, 16/2/1898. Fotografía del acorazado de la marina de los Estados Unidos, Maine, tras la explosión que lo hundió la mañana del 15 de febrero de 1898 - ABC
Aquello cambió la forma de pensar de la nueva potencia mundial: si no podían hacerse con ellas por las buenas, lo harían por las malas. Así fue como, hasta el sombrero de los hispanos, Estados Unidos comenzó a ayudar de forma disimulada a las colonias con armas y dinero para que se independizaran de la metrópoli.
La situación volvió a dar un vuelco el día 15 de febrero de 1898 cuando, en mitad de la noche, el buque estadounidense « Maine» (el cual había llegado a las costas cubanas en misión de paz, aunque sin previo aviso y considerablemente armado) voló por los aires. Sin mediar palabra, los norteamericanos culparon de la explosión a los españoles y nos declararon la guerra. ¡Qué oportuno para ellos!. Aunque no tardó en demostrarse que todo había sido un desafortunado accidente, a Estados Unidos le vino como anillo al dedo esta catástrofe, pues gracias a ella pudo iniciar las hostilidades y preparar a sus hombres para tomar las ansiadas posesiones españolas al otro lado del globo.
Había comenzado la guerra, y los militares de la rojigualda iban a pasarlo mal si querían mantener los últimos retazos de su antiguo Imperio. Habían sido cazados entre la espada (los nativos) y la pared (los estadounidenses).

Hacia Guam

Mientras el mundo se caía a su alrededor, la guarnición española de Guam (formada por 54 soldados y 4 oficiales) desconocía la existencia de la guerra. Casi permanecía ajena a cualquier noticia de España, pues el último mensaje con información patria les había llegado desde Manila en 14 de abril de 1898 (apenas 10 días antes de que los norteamericanos declararan oficialmente que se alzaban en armas contra la Península). De hecho, en aquel texto únicamente se afirmaba que las hostilidades estaban creciendo pero que, para evitar un enfrentamiento directo, el gobierno pensaba acercarse de forma amistosa a los Estados Unidos.
Por descontado, los españoles tampoco eran conscientes de que se dirigía hacia Guam un gigantesco contingente norteamericano para tomar por las bravas la región. Un ejército al mando del capitán de navío Henry Glass y que, en palabras de Crespo-Francés, se había desviado hacia la «Perla del Pacífico» tras recibir «órdenes de dirigirse a Filipinas para reforzar al almirante George Dewey».
A día de hoy existe cierta controversia entre los historiadores a la hora de enumerar las tropas que partieron hacia la isla. Sin embargo, las fuentes anglosajonas nos hablan de un crucero protegido (el «Charleston»), tres transatlánticos (el «City of Pekin», el «Australia» y el «City Sydney»), 2.386 soldados y 115 oficiales. «Casi todos ellos eran voluntarios procedentes de los estados de California y Oregón», se determina en la obra «Rincones de la historia española».

Una situación absurda

Glass llegó a Guam en la mañana del 20 de junio de 1898 e, instantáneamente, descerrajó tres andanadas a los defensores de Guam. A partir de aquí la historia varía atendiendo a las fuentes. La versión más extendida es la que ofreció el capitán Pedro Duarte. El primer oficial que, según su propio relato, avistó a los bajeles norteamericanos. «Los buques maniobraban cerca de los arrecifes de coral que protegían el puerto de Apra, al sur de Agaña, capital de la isla y principal punto de desembarco de todo Guam», añaden los expertos en el libro editado por «Edaf». Tras percatarse de lo que se les venía encima, el militar avisó de la llegada de la flota al capitán del puerto, el teniente de navío Francisco García.
«Los buques maniobraban cerca de los arrecifes de coral que protegían el puerto de Apra, al sur de Agaña, capital de la isla»
Según parece, García no se mostró nervioso y consideró que aquellos disparos no eran más que las salvas habituales hechas por los bajeles extranjeros al entrar a puerto. En lugar de desesperar, se limitó a llamar al doctor Romero (cirujano naval), a un sacerdote chamorro y a José Portusach (hijo de un rico comerciante de la zona). Este último, por su facilidad para el inglés.
Una vez reunidos, el militar pidió prestado un bote y se preparó para dirigirse hacia el «Charleston» a conversar con el oficial norteamericano. «De hecho, hasta el bote era suministrado por el progenitor de José, Francisco Portusach, lo que da idea de la precariedad de medios de los soldados españoles en la isla», añaden los expertos españoles en su obra.
Henry Glass
Henry Glass
Tras un breve travesía, nuestros protagonistas llegaron al «Charleston», donde fueron recibidos de forma muy cortés por Glass. Uno de los primeros en dirigirse a los noteamericanos fue el doctor quien, en virtud del reglamento militar, preguntó si había alguna novedad sanitaria en el buque.
Posteriormente tomó la palabra el teniente español. «García se disculpó por no haber respondido a las salvas de saludo del buque estadounidense. Adujo que los cañones del viejo fuerte de Santa Cruz estaban en tan mal estado, por culpa de los años y la herrumbre, que no osaban dispararlos por miedo a que explotaran», añaden los autores en el libro editado por «Edaf». Glass no salió de su asombro y tuvo que pasar el mal trago (a nadie le sienta bien dar una noticia así) de informar al enemigo de que había comenzado una contienda entre ambos países. De hecho, también le informó de que el bajel había disparado munición real, aunque no con demasiada buena puntería...
Aquel encuentro fue más fructífero, en lo que a información se refiere, que las noticias que habían llegado de España. Y es que, por si fuera poco, Glass también explicó al oficial que España había perdido la mayoría de su flota en el combate de Cavite el 1 de mayo. Una contienda en la que, en apenas seis horas, el almirante español Patricio Montojo y Pasarón sufrió de primera mano la potencia naval yanqui.
La cara de García debió ser todo un poema. Más sabiendo que -hacía apenas unos meses- habían solicitado a la metrópoli el envío de seis centenares de fusiles para armar a los nativos en caso de conflicto. Petición que no fue siquiera respondida.

Fuerzas en combate

Sin más noticias que darle (como si fuesen pocas) Glass preguntó sin ambajes a García cuántos españoles defendían Guam. El español respondió también sin rodeos: apenas 54 soldados, 4 oficiales y algunos chamorros. Todos ellos con munición más que escasa. A su vez, informó al mandamás enemigo de que el cañón del fuerte estaba en una situación penosa debido al salitre y a la falta de mantenimiento.
A continuación, Glass se limitó a escribir en un papel las fuerzas que estaban a su cargo: «Crucero protegido “Charleston”, con 2 cañones de 20 centímetros, 6 de 15 centímetros y unos 14 de otros calibres, y 600 hombres, y transatlánticos “City of Pekin”, “Australia” y “City Sydney”, conduciendo una División del Ejército americano al mando del general Anderson». A día de hoy se cree que el militar engrosó las cifras de hombres. Una treta entendible si con ello conseguía que el enemigo se rindiese sin presentar batalla.
«García se disculpó por no haber respondido a las salvas de saludo del buque estadounidense. Adujo que los cañones del viejo fuerte de Santa Cruz estaban en muy mal estado»
Cuando terminó de hacer el recuento, el norteamericano pidió al teniente español que hiciese llegar aquel mensaje al mandamás de la plaza: el general Juan Marina. Y, ya que estaba, le solicitó que le transmitiese su invitación para subir al «Charleston» a parlamentar sobre aquel embrollo. Así acabó la entrevista.
Viaje va, viaje viene, Marina (al que le quedaban pocos meses para jubilarse) y Glass establecieron al cabo de unas horas que se reunirían en Punta Piti (ubicada en tierra firme) para discutir la situación. Lo harían al día siguiente y en persona.

La rendición

La noche que siguió fue más que toledana. En las siguientes horas, Marina reunió a su plana mayor y, durante horas y horas, todos discutieron si plantar cara al enemigo y morir como héroes, o rendir Guam sin combatir.
Los unos usaron como ejemplo Numancia. La idea de que sus nombres quedaran en grabados en los libros de historia como sucedió con los celtíberos era agradable en sus mentes. Los otros se limitaron a hacer números y señalar la imposibilidad de defender la colonia ante un ejército que (según creían) podía desembarcar a más de 5.000 combatientes en la región. Al final triunfó la lógica y se estableció que tocaba plegarse a la potencia yanqui.
La mañana siguiente, con el rabo entre las piernas (pero sabedor de que no quedaba otro remedio) Marina acudió a la cita junto con Duarte, García y Romero. Los estadounidenses hicieron lo propio, aunque sin Glass, que temía una emboscada hispana. «Prudente, optó por delegar en su tercer teniente de navío la misión», añaden los expertos españoles. El militar llegó a eso de las nueve y media a la zona acordada portando en sus manos el siguiente mensaje:
Marina trató de engatusar al norteamericano. Quizá pensaba que, en cualquier momento, llegaría ayuda de la misma metrópoli que les había olvidado. Pero nada de nada. Cuando pasaron los treinta minutos de rigor, entregó su rendición:
Lo que vino a continuación se sucedió en un abrir y cerrar de ojos. En cuestión de horas, los oficiales fueron detenidos y llevados como prisioneros de guerra al «Charleston».
A continuación -y en palabras de Garrido, Arsenal y Prado- «una compañía del regimiento de Oregón fue la encargada de desembarcar para desarmar primero a la guarnición española y a la fuerza de auxiliares chamorros, e izar luego la bandera estadounidense». Los nuestros fueron llevados poco después al buque «Ciity of Sydney», donde permanecieron hasta que fueron entregados a los rebeldes indígenas de Filipinas. Una vez firmada la paz, fueron linerados.
Así, de esta guisa, fue como perdimos la «Perla del Pacífico», vendida posteriormente cuando nos percatamos de que ya poco podíamos hacer allí. Aquel día, más de tres siglos de presencia española en la isla acabaron de un solo golpe.

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