miércoles, 6 de marzo de 2019

EL PAPA PIO XII, ¿PROTECTOR DE JUDIOS O COLABORADOR DE HITLER?

Juicio histórico al Papa Pío XII, ¿protector de judíos o cómplice de Hitler?El Papa mirando un pájaro, que sostiene en la mano.

En palabras de Pinchas E. Lapide, cónsul israelí en Milán: «Pío XII hizo más gestiones en defensa de los judíos que cualquier organización humanitaria». Desde su muerte, se han conocido tantos documentos para exculpar a Pacelli como para todo lo contrario



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La íntima relación de
 Eugenio Pacelli con la Alemania nazi es anterior incluso a su elección para ocupar la silla de San Pedro. Como nuncio en Alemania, desde 1917, y más tarde como secretario deEstado del Vaticano para Asuntos Exteriores, vivió con preocupación el ascenso del nazismo en este país. Tras ser elegido pontífice en 1939, el Papa siguió mostrando su rechazo al nazismo y a sus ideas expansionistas en privado, como así le reveló a Alfred W. Klieforth, cónsul general de Estados Unidos en el Vaticano, en una conversación revelada en 2014 por «The American Catholic». Según Klieforth, Pío XII «consideraba a Hitler no solo como un canalla, indigno de confianza, sino como una persona intrínsecamente cruel. No cree que Hitler sea capaz de moderación».El Papa Francisco anunció este lunes que el 2 de marzo de 2020, aniversario de la elección de Pío XII en ese mismo día de 1939, el Vaticano pondrá a disposición de los investigadores todos los documentos sobre este pontificado y su papel en la Segunda Guerra Mundial. Si bien parte de esta información ya se publicó en 1965 a través de doce gruesos volúmenes, faltan por responder muchas cuestiones para determinar si Pío XII fue un cómplice de los nazis o, al contrario, alguien que protegió a los judíos en Roma e incluso participó en varios planes para derrocar a Hitler.
Sin embargo, de puertas afuera el pontífice prefirió guardar silencio en lo referido a la deportación masiva de judíos y evitó condenar el nazismo en sí. Únicamente en su primera encíclica durante la guerra mencionó de forma explícita a los judíos y, el resto de años, mantuvo una posición definida, en el mejor de los casos, como ambigua respecto a Hitler. ¿Qué ocurrió? ¿Por qué el mundo consideró su silencio como cómplice con los crímenes de Hitler?


¿Villano?

En su libro «El Papa de Hitler», John Cornwell explica esta actitud en que el pontífice tenía profundas ideas antisemitas, ya expresadas en 1917, y que no solo dio la espalda a los judíos en la guerra, sino que a través de la firma de un concordato con el Estado nazi legitimó su persecución. Además, según este historiador católico que accedió a material secreto de la Santa Sede en 1997, Pío XII sepultó los esfuerzos de su antecesor en el sillón de San Pedro para condenar el antisemitismo en Europa a través de una encíclica. Si bien el propio Pacelli, por orden de Pío XI, estuvo a cargo de redactar este proyecto llamado «Humani Generis Unitas» (La unión de las raza humana), su contenido final resultó –en opinión de Cornwell– un texto repleto de consideraciones antisemitas. El documento advertía, entre otros puntos contravertidos, que defender a los judíos, como exigen «los principios de humanidad cristianos», podría conllevar el riesgo inaceptable de caer en la trampa de la política secular.

El Papa imparte su bendición en la Plaza de San Pedro
El Papa imparte su bendición en la Plaza de San Pedro

Pacelli, convertido en Papa el 12 de marzo de 1939, nunca publicó el documento y, de hecho, anunció a los cardenales alemanes que iba a mantener relaciones diplomáticas normales con Hitler. Todavía más alarmante fue su pasividad diplomática al conocer la noticia, en enero de 1942, del exterminio de judíos de Europa por medio de fuentes británicas, francesas y norteamericanas. El propio presidente norteamericano, Franklin Roosevelt, envió a su representante personal, Mylon Taylor, para que pidiera a Pacelli una declaración contra el exterminio de los judíos. Todo fue en vano.
Mientras rehusaba condenar el nazismo, el Papa, muy crítico con los comunistas, se movilizó al final de la contienda para evitar que los soldados alemanes prisioneros fueran deportados a Rusia. Francis d’Arcy Osborne, embajador del Reino Unido ante la Santa Sede, se preguntó esos mismos días, en su correspondenca de noviembre de 1944, por qué el Santo Padre «deplorara los pillajes de la soldadesca soviética cuando nunca había comentado en público las exacciones de la Wehrmacht nazi».

El propio presidente norteamericano, Franklin Roosevelt, envió a su representante personal, Mylon Taylor, para que pidiera a Pacelli una declaración contra el exterminio de los judíos. Todo fue en vano

El Papa nunca pronunciaría una condena explícita mientras duró la guerra, y se mostró más que «benévolo», en palabras del periodista y ex-sacerdote Carlo Falconi, con el régimen filonazi de filiación católica de Croacia, que persiguió cruelmente a la población serbocroata ortodoxa. Lo que ya en su época le hizo receptor de críticas dentro y fuera de la Iglesia. El 8 de marzo de 1964, en la iglesia de San Miguel de Munich, el Cardenal Julius Dópfner, coordinador del Concilio Vaticano II, en un sermón conmemorativo de Pío XII reconoció:
«El juicio retrospectivo de la Historia autoriza perfectamente la opinión de que Pío XII debió protestar con mayor firmeza».

¿Protector de los judíos?

A falta de que se conozcan todos los documentos sobre él, la Iglesia se ha escudado hasta hoy en que la supuesta ambigüedad del Papa con respecto a Hitler se debió a que prefería mantener relaciones con Alemania como un mal menor, en vista de lo precaria que era la posición de la Santa Sede en la Europa de los totalitarismos. La cabeza de la Iglesia debía mantener oficialmente relaciones con Alemania para no empeorar la situación de los cristianos alemanes y de los países ocupados, al tiempo que urdía en silencio planes para salvar a un número de entre 4.000 a 6.000 judíos con destino a América del Sur, según sostiene Pierre Blet en su libro «Pío XII y la II Guerra Mundial en los Archivos Vaticanos».
El Papa escondió a numerosos judíos en iglesias y monasterios de Roma, además de facilitarlos falsos certificados de bautismo y visados tras la redada en el gueto de Roma realizada por los nazis el 16 de octubre de 1943. Según los datos que arrojó un congreso celebrado hace dos años en Roma en torno a la figura de Pío XII, el Papa y sus colaboradores protegieron y ayudaron a 6.288 judíos a través de distintos medios: 336 fueron ocultados en los colegios pontificios y las parroquias de Roma; 4.112 se escondieron en 235 monasterios; 160 se resguardaron en el Vaticano y sus sedes extraterritoriales y 1.680 judíos extranjeros fueron ayudados por la Asociación Delasem con apoyo económico del Vaticano. En palabras de Pinchas E. Lapide, cónsul israelí en Milán, «Pío XII hizo más gestiones en defensa de los judíos que cualquier organización humanitaria».


En Berlín sabían que la Santa Sede estaba protegiendo a los judíos, pero también temían el riesgo de confrontarse con un líder religioso de su entidad. «El Vaticano apoya en todos los modos a los emigrantes judíos bautizados en su huída al extranjero, sobre todo a países sudamericanos», dejó escrito un agente de las SS, hacia 1941, en un informe nazi recuperado en 2010 por el diario «La Repubblica». «Ha habido roces con la embajada brasileña en Roma, que se ha negado a conceder el visado a varios hebreos apoyados por el Vaticano. Además, la Santa Sede les ayuda desde el punto de vista económico», agrega el documento, cuyo destinatario era el ministro de Exteriores de Hitler, Joachim von Ribbentrop.
El experto en inteligencia y contraterrorismo Mark Riebling asegura que la protección de los judíos de Roma solo fue una parte del desafío subterráneo llevado a cabo por el Papa. Este investigador norteamericano publicó en 2016, basado en los documentos ya disponibles, el libro «Iglesia de espías. La guerra secreta del Papa contra Hitler» (Editorial Stella Maris), donde relata la participación del Vaticano en varios planes para derribar o asesinar a Hitler, incluido la operación «Walkiria», que contó con la complicidad de influyentes católicos de Alemania.
Riebling empieza recordando en su obra lo precaria que era la situación de la comunidad católica en Alemania. Durante los años de paz, Hitler (criado por un padre anticlerical y por una madre católica devota) mantuvo una posición pública de reconocimiento oficial a la Iglesia católica, sabiendo la influencia que tenían aún en Alemania, y firmó con esta un concordato el 20 de julio de 1933. No obstante, poco después disolvió la Liga de la Juventud Católica y decretó una ley de esterilización que conmocionó a la comunidad religiosa. En la purga del 30 de junio de 1934, ordenó el asesinato de Erich Klausener, dirigente de la Acción Católica, y en los años siguientes arrestó a clérigos, sacerdotes y monjas, sin que Roma pudiera hacer nada para evitarlo.

Las protestas de varios obispos germanos de actitudes diferentes ante el régimen nazi, entre otros Bertram (Breslau) y Paulhaber (Munich), fueron acalladas por Pacellí, silencio que se mantuvo en incidentes tan graves como la «noche de los cuchillos largos»

También entonces el Papa guardó silencio. Las protestas de varios obispos germanos de actitudes diferentes ante el régimen nazi, entre otros Bertram (Breslau) y Paulhaber (Munich), fueron acalladas por el Vaticano. En opinión de Riebling, el pontífice estaba jugando una guerra contra Hitler que iba más allá de las declaraciones públicas.
Tras la invasión de Polonia, Hitler dispuso explícitamente la «liquidación» del clero en este país de mayoría católica. Sorprendido por una medida tan radical, el almirante Wilhelm Canaris, jefe de la Abwehr, el servicio de inteligencia alemán, se convenció precisamente entonces de la necesidad de matar a Hitler. Igual de afectado por lo ocurrido en Polonia, Pío XII habría hecho de intermediario con los británicos en la serie de complots que terminaron con Canaris en la horca tras la fallida «Operación Valquiria». Además, autorizó a las órdenes religiosas, sobre todo los dominicos y los jesuitas, a ayudar a los servicios de inteligencia ingleses y alemanes en estas conjuras.
Los nazis no permanecieron ajenos a estos movimientos de Pío XII. Planearon incluso secuestrar al Papa como represaria durante la ocupación alemana de Roma en la Segunda Guerra Mundial, como así apunta una carta de Antonio Nogara, hijo del entonces director de los Museos Vaticanos, que el diario de la Santa Sede «L'Osservatore Romano» recuperó en 2016. Según este documento, el mencionado director de los Museos Vaticanos recibió a principios de febrero de 1944 una visita nocturna del monseñor Giovanni Battista Montini, que más tarde se convertiría en el Papa Pablo VI, donde le advirtió de que los servicios secretos de Reino Unido y de EE.UU. habían tenido noticias de un «plan avanzado» por parte de un comando alemán para secuestrar al Papa Pío XII.

El cardenal Eugene TIsserant imparte su bendición al Papa Pío XII en la cámara mortuoria
El cardenal Eugene TIsserant imparte su bendición al Papa Pío XII en la cámara mortuoria

Nogara y el sacerdote Montini buscaron esa misma noche un lugar donde ocultar al pontífice de las SS, decantándose finalmente por Torre de los Vientos, un torreón que se alza sobre un ala de la Biblioteca Vaticana. Afortunadamente el plan de secuestro nunca llegó a ejecutarse, entre otras cosas porque «la misma embajada de Alemania en Roma habría hecho notar a Berlín las inevitables consecuencias negativas en las poblaciones católicas, incluso de varios países neutrales», si se hubiera intentado secuestrar al Papa Pío XII.
Ajeno a todas estas presiones, el mundo jamás comprendió la supuesta pasividad de Pío XII. Ni el miedo al secuestro ni a un bombardeo nazi sobre Roma eran, en opinión de Osborne, razones suficientes para el silencio del Papa. En diciembre del 42, tras una entrevista con Maglione, Secretario de Estado del Vaticano, Osborne anotó: «Yo le urgí que el Vaticano, en vez de pensar exclusivamente en el bombardeo de Roma, debería considerar sus deberes con respecto a un crimen sin precedentes contra la humanidad, la campaña de Hitler de exterminio de los judíos».

Sin datos para juzgar al Papa, ni tampoco ganas, una leyenda negra se ha abatido desde mediados del siglo XX sobre el pontífice, que murió en 1958. La ficción contribuyó decisivamente a ello a través de la polémica obra de teatro «El vicario», del alemán Rolf Hochhuth, que fue traducida a más de veinte idiomas y resultó un éxito internacional. Tanto que, en 2003 el cineasta Costa-Gavras la adaptó al cine, con otra película no menos polémica titulada «Amén», donde la figura de Pacelli fue retorcida de forma grotesca.


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