Pobre y humillado: la absurda muerte de Mengele, el «carnicero» más desquiciado del nazismo
El pasado febrero se cumplieron 40 años del fallecimiento de uno de los médicos más tristemente famosos de Auschwitz
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La muerte de Mengele, cuyo cuarenta aniversario se celebró (si es que puede llamarse así) el pasado febrero, supuso un absurdo final para uno de los carniceros más sádicos del Tercer Reich. Fue también el punto culminante de una existencia de altibajos. Y es que, el «Ángel de la Muerte» pasó de elegir quién vivía y quién moría en la estación de tren que daba acceso al campo de concentración de Auschwitz, a verse obligado a huir hasta Sudamérica y pasar sus últimos días malviviendo en una pensión bajo la creencia de que los servicios de inteligencia internacionales le buscaban. Falleció en la playa, mientras se daba un baño, y probablemente por culpa de un ataque al corazón.«El cuerpo del tristemente conocido criminal de guerra nazi Josef Mengele, llamado por sus víctimas “el ángel de la muerte de Auschwitz”, podría estar, con un 90 por 100 de probabilidad, enterrado desde 1979 en el cementerio de Embu, situado a unos 30 kilómetros de Sao Paulo. Mengele pudo haber muerto ahogado en la playa de Bertioca en 1979». Con estas escuetas palabras iniciaba el diario ABC, allá por 1985, la noticia que informaba del fallecimiento de uno de los asesinos más famosos de laSegunda Guerra Mundial. El diario, a su vez, señalaba que el fallecimiento se habría producido por ahogamiento y que, con el hallazgo de sus restos, quedaba «zanjada una de las más largas persecuciones contra un criminal nazi».
La injusticia de su fallecimiento (Mengele logró huir de los tribunales y no pagó jamás por las tropelías y los experimentos humanos que protagonizó durante su etapa como médico del campo de concentración) hizo que muchos no creyeran la versión del ahogamiento. Sin embargo, esa fue la versión que contaron los únicos amigos que tuvo en Brasil antes de dejar este mundo. Una teoría que replicó ABC en su edición del 7 de junio de 1985. «El matrimonio, que no quiso identificarse, señaló asimismo que habían alojado al “ángel de la muerte” en su casa durante los 10 años que vivió en Brasil. Desde 1969 hasta su muerte en 1979 cuando, según declararon ante tres policías alemanes y el cónsul de ese país, se ahogó en la playa de Bertioca».
Buenos años
«Josef Mengele nació en 1911 en Günzburg, Baviera, en el seno de una acomodada familia católica», explica el escritor y periodista Óscar Herradón en su libro «La orden negra: El ejército pagano del III Reich», editado por «Edaf». El joven Josef era conocido en su pueblo por su alegría, su inteligencia, y unas ansias terribles de superación. A su vez, destacaba por la gran pasión que sentía hacia la música y el arte -de hecho, llegó a escribir una obra de teatro que fue representada en su juventud-. En contraposición con los actos que cometería poco después, tal era su espíritu solidario que llegó a inscribirse en la Cruz Roja y en varios grupos similares. Pronto desarrollaría un gran interés por la antropología, algo que marcaría su vida para siempre.
A los 20 años ya amaba varias ramas de la medicina, aunque su favorita siempre fue el estudio de los orígenes culturales y el desarrollo del ser humano, además de en la paleontología y la antropología. Quizá su mayor problema fue que pronto empezó a estudiar las ideas del doctor Ernest Rudin; un sujeto que era partidario de que los galenos tenían la responsabilidad de acabar con la vida de todo aquel cuya existencia no tuviera valor. No como un acto de crueldad, decía, sino por mera piedad. Este personaje, venerado por nuestro protagonista, fue quien sentó los mimbres de las futuras leyes de eugenesia que se desarrollaron desde el momento en el que el partido nazi logró hacerse con el poder en Alemania.
En todo caso, el «Ángel de la muerte» pronto se encontró tratando de conseguir el doctorado en antropología y el título de médico, estudios que compaginaba con actividades ligadas al partido nazi de Hitler. «En mayo de 1937 presentó la solicitud y a su debido tiempo se convirtió en el miembro número 5.574.974», afirman Gerald L. Posner y John Ware en su libro «Mengele. El médico de los experimentos de Hitler». Poco después, y con tan sólo 27 años, fue aceptado en las SS y enviado al frente en 1942. Allí, en pleno campo de batalla, se convirtió en un héroe (además de lograr varias medallas) al salvar a dos soldados de una muerte segura a costa de poner en riesgo su propia vida.
Brutalidad
Poco después regresó a Alemania, fue ascendido a capitán y, finalmente, se ganó un puesto como médico en el campo de concentración de Auschwitz. Un destino que ansiaban, por entonces, una buena parte de los militares de las SS ya que les mantenía alejados del gélido frío y las balas que se daban en Rusia. Mengele arribó a su nuevo destino en mayo de 1943. Allí dio rienda suelta a su brutalidad infrahumana. Solía recorrer las filas de presos que arribaban al campo de concentración al grito de «¡Gemelos, gemelos, gemelos!» para localizar hermanos que sirvieran para sus crueles experimentos humanos. Al parecer, con ellos buscaba el secreto de los nacimientos múltiples y utilizarlo para que las mujeres arias dieran a luz a multitud de niños «puros».
Mengele llegó a inocular un extraño tinte (llamado «azul metileno») en niños con rasgos arios, pero ojos marrones, para teñirles las pupilas. Posteriormente, enviaba a los pequeños a la cámara de gas, aunque -en ocasiones- también les arrancaba los globos oculares para quedárselos como recuerdo. Así lo desveló la deportada Vera Kriegel, quien afirmó haberse topado con una pared llena de estos tétricos souvenirs: «Estaban pinchados allí como si fueran mariposas. Pensé que me había muerto y que ya estaba en el infierno». Por si fuera poco, también extirpó y reimplantó los miembros a decenas de niños en la enfermería.
Aquellos fueron sus actos más viles, pero su trabajo diario era el más cruel. El mencionado artículo de ABC lo definió así en 1985: «Tenía a su cargo la última responsabilidad de los judíos que desde todas las ciudades ocupadas por los nazis iban llegando al campo de su jurisdicción. La mayor parte de los judíos iban directamente a la cámara de gas, sólo quienes podían trabajar hasta caer muertos por falta de alimentación y exceso de fatiga eran destinados a los campos de trabajo. El asesino nazi aún hacía una tercera subdivisión: las mujeres embarazadas, los gemelos, mellizos, enanos o tarados físicamente, los convertía en conejos de indias para su macabros experimentos».
A la carrera
Con ese cruel currículum a sus espaldas no tuvo más remedio que huir cuando se percató de que los soviéticos se encontraban a las puertas de Auschwitz. En ese momento comenzó un periplo por Europa que terminó varios años después, cuando su familia logró enviarle a Argentina. Allí fue recibido con los brazos abiertos en 1949 por un gobierno que necesitaba a los estudiosos nazis para modernizarse. A pesar de sus crímenes, en Argentina nadie le buscó. De hecho, fue un total desconocido debido a su rango de capitán. Y es que, por entonces, la justicia internacional únicamente ansiaba castigar a los artífices delHolocausto.
En los años siguientes el estrés brilló por su ausencia. Mengele, a la sombra de su nueva identidad, pudo dedicarse a hacer crecer sus negocios, se volvió a casar, aumentó sus relaciones sociales y hasta pudo comprarse una casa que decoró de forma exquisita. Vivía, sin lugar a dudas, un retiro dorado.
Sin embargo, la captura por sorpresa en Sudamérica del popular Adolf Eichmann, arquitecto de la tétrica solución final, le acongojó. Sabedor de las tropelías que había cometido a lo largo de su vida como médico de las SS, y temeroso de que pudieran además encarcelarle por hacer abortos clandestinos en su nuevo hogar, decidió marcharse a Paraguay primero, y a Brasil después. Lo cierto es que, hasta entonces, nadie había tenido demasiado interés en capturarle. Con todo, en los siguientes años el Mossad sí estudió su captura, aunque terminó abandonando la búsqueda.
Absurda muerte
Su muerte, al igual que su huída, no pudo ser más misteriosa. Al parecer, se produjo a principios de 1979 cuando vivía junto a la familia Bossert, como bien explican Posner y Ware. Según los autores, el 7 de febrero Mengele salió a dar un paseo junto a la playa con varios de sus encubridores. Su cadáver tampoco obtuvo un final digno. Tras ser hallado muerto fue enterrado bajo un nombre falso en un suburbio de San Pablo. Sus restos fueron descubiertos en 1985.
«Alrededor de las 4.30 de la tarde, para refrescarse del sol abrasador, Mengele decidió probar las suaves olas de Atlántico. Diez minutos después, se encontraba luchando por su vida. El joven Andreas Bossert fue el primero que lo vio (…) Alertado por su hijo, Wolfram Bossert levantó la vista y vio un movimiento violento del mar. Le preguntó a Mengele si se encontraba bien. La única respuesta fue una mueca de dolor. Bossert se metió en el mar y nadó a la mayor velocidad que pudo para rescatar a su amigo. Cuando llegó (…) la parálisis le había agarrotado el cuerpo», explican los autores anglófonos en su libro. Mengele, tras realizar miles de torturas y protagonizar una huida de película, había fallecido.
Su muerte albergó muchos misterios hasta hace bien poco. En 2014 Espedito Días Romão, entonces cabo de la Policía Militar del Estado de Sao Paulo, explicó que él fue uno de los agentes que acudió a la playa para recoger el cadáver. El agente recordaba que halló los restos en la arena. Sus documentos le identificaban como Wolfgang Gerhard, y todo apuntaba a que había fallecido ahogado tras sufrir un paro cardíaco. Así lo corroboró tras ver que había señales de vómitos y que había expulsado agua en repetidas ocasiones por la boca. Los testigos le informaron de que el fallecido se bañaba en el mar cuando la tragedia ocurrió. Con todo, lo cierto es que esta teoría apenas pudo ser corroborada por un par de personas, pues aquel día la mala fortuna quiso que la playa estuviese casi desierta.
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