Scampia: tres guerras y 100 funerales
El arresto de Marco di Lauro, último capo del clan de la camorra que convirtió la periferia de Nápoles en un infierno de droga y violencia, cierra una etapa negra para la ciudad
Marco Di Lauro (38 años), último exponente del clan que convirtió un barrio llamado a ser un experimento social en el mayor supermercado de droga de Europa, hijo del histórico capo Paolo Di Lauro (65 años), conocido como Ciruzzo o’ millonario, fue arrestado la semana pasada. Era el segundo mafioso más buscado de Italia —después del siciliano Matteo Messina Denaro—, llevaba 14 años huido y, como sucede siempre con los grandes padrinos, fue hallado en un modesto apartamento al lado de su barrio de siempre, con su pareja, dos gatos y las zapatillas de andar por casa puestas. Las escuchas confirman que no se movió de Nápoles y cuando salía de casa, a menudo lo hacía travestido de mujer. El territorio —es la única norma— solo se controla desde el territorio. “Algo de justicia se hace. Pero a mi hijo, que hubiera cumplido 40 años, no me lo devolverán nunca. Y estos, al final, terminarán saliendo de la cárcel”, señala Raffaela en el portal de su casa, uno de los edificios conocidos como Los siete palacios. Un lugar donde durante años había que pedir permiso a los vigilantes de los clanes que habían blindado las puertas para poder entrar en tu propia casa y que hoy empieza a recuperarse.
Paolo Di Lauro, hijo adoptivo de una familia humilde del barrio de Secondigliano, curtido como vendedor ambulante de género falso, empezó a trabajar a las órdenes de Aniello Lamonica, histórico capo de la zona en los años ochenta, conocido también como El carnicero por su costumbre de arrancarle el corazón a sus víctimas. Extorsión, palizas, contrabando de cigarrillos… Pero Di Lauro tenía hambre y terminó asesinado a su protector, se independizó y comprendió mejor que nadie por dónde pasaba el futuro de Scampia. Aquel espacio, donde no hubo comisaría hasta 1997, era un paraíso logístico que podría haber servido incluso para construir un fabuloso centro comercial. A su manera, podría decirse que puso la primera piedra y su familia lo gestionó durante 20 años. La desgracia en la que el patriarca del clan sumió a aquella zona, un ermitaño que apenas salió de casa durante su largo reinado, no impidió que siempre fuera percibido como un benefactor. El cielo, sostenían sus afiliados, se lo agradeció con 10 hijos varones. En los libros de cuentas que la policía le incautó aparecen como F1, F2, F3…(por figlio, hijo) en frío orden cronológico.
El Millonario, que estuvo viviendo en un barco en el puerto de Nápoles tras su fuga, había revolucionado el negocio. Estrechó lazos con los productores colombianos. Liquidó a los intermediarios y abrió el mercado. El clan distribuía a toda Italia y en el barrio logró crear más de 20 puestos de venta de droga. Los edificios estaban tomados por ejércitos de camorristas. Los toxicómanos llegaban tres veces al día y hacían cola ordenadamente, recuerda Mandato. Blindaron las puertas, construyeron dispensarios. Para entrar en casa, da fe Palumbo, había que perdirle permiso a un esbirro del clan que vigilaba la portería con una jaula de perros al lado. Pero la faida que enfrentó en 2004 y 2005 al clan Di Lauro con un grupo de disidentes dirigidos por Raffaele Amato, conocidos como Los scissionisti o Los españoles —Amato se ocupaba de los enlaces con España— dejaron más de un centenar de muertos en las calles. Aquello le debilitó terriblemente y en 2005, sin que la policía hubiera podido jamás escuchar su voz en ninguno de las cientos de llamadas interceptadas, terminó condenado a tres cadenas perpetuas en régimen de aislamiento. Sucesores, sin embargo, no le faltaban.
Cosimo, su heredero natural, el primogénito, era vanidoso y mal gestor. Vestía de negro, con la melena recogida en una cola. Despreció el poder de los históricos capos y provocó una rebelión. También fue detenido. Marco, F4 en el argot contable del padre, terminó siendo el jefe de la organización casi por eliminación. Franco Roberti, fiscal general antimafia de Italia entre 2013 y 2017 y actual consejero de Seguridad en la región de Campania, delinea sus características. “Él calcaba las hormas paternas. Era un líder de la organización, y gracias a ello también ha estado 14 años huido. Tenía más capacidad organizativa. Y fíjese, durante su desaparición no se movió nunca del territorio. Ningún capo verdadero lo hace. Lo contrario significaría perder poder político criminal. Si te alejas, careces del control necesario y estás sobreexpuesto a las investigaciones de la policía, porque no tienes la protección que solo te garantiza tu territorio”.
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