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lunes, 4 de febrero de 2019

BATALLA DE TETUÁN 4 DE FEBRERO DE 1860

La batalla de Tetuán La Guerra de África Julio Albi
Vista de la batalla de Tetuán en el Atlas histórico y topográfico de la Guerra de África (1861). 

Los hombres de Prim marchaban enardecidos por una arenga de este, que el día 2 les había dicho, señalando al enemigo: «¡Yo quiero que aquellos cañones sean para los soldados que mando!», y estaban decididos a cumplir sus deseos, espoleados por una segunda orden, en pleno combate: «¡Adelante, que no se os anticipe el III [Cuerpo, del teniente general Ros de Olano; en la batalla de Tetuán, Prim mandaba el II Cuerpo]!».

Las bandas tocan al unísono la orden de ataque general y el ejército se lanza a la carrera decisiva, casi al mismo tiempo que, ya a alcance corto de fusil, los parapetos de los marroquíes, que habían observado una notable disciplina, se encienden con los disparos de las espingardas. Es entonces cuando los de Isabel II empiezan a sufrir bajas significativas, que no les arredran.

Los hombres de Ros no encuentran grandes dificultades. Han desbordado las fortificaciones del contrario por la izquierda, y no tienen otro obstáculo ante sí que los propios adversarios, a los que fácilmente ponen en fuga con una carga a la bayoneta, penetrando en su campo.

mapa batalla de Tetuán Guerra de África
Mapa de la batalla de Tetuán, incluido en el libro ¡Españoles, a Marruecos! La Guerra de África 1859-1860, de Julio Albi de la Cuesta.

En el sector de Prim, en cambio, todo resulta más complicado. Primero, hay que vadear una zona pantanosa, «como un arrozal», cubierta de hierba y flores que existía allí, delante de los parapetos. Los soldados se hunden en ella hasta las rodillas, ofreciendo un fácil blanco a los marroquíes y a sus cañones, que «hicieron a quemarropa dos o tres disparos de metralla sobre los Voluntarios Catalanes, sobre los Cazadores de Alba de Tormes y sobre otro batallón que no recuerdo». Era el 1.º de Saboya, de la II Brigada de la 1.ª División, que se encuentra ya toda en primera línea. Solo un impacto en la compañía de granaderos dejó fuera de combate a un teniente, todos los sargentos y 35 hombres. Poco antes, su capitán había dicho a Prim: «mi general, quíteme de delante esta guerrilla», a fin de poder lanzarse al asalto, lo que hizo, a pesar de las bajas. La descarga espanta al caballo de Yriarte, que se encabrita y le hace caer en el «barro, espeso y blanquecino como la leche», de «olor fétido e inmundo», del que con dificultad, ayudándose unos a otros, se van extrayendo los soldados, para continuar el ataque; «varios, que iban cargando a la bayoneta, permanecieron algunos instantes de pie y como clavados en el fango, después de haber recibido balazos en el pecho y aun en la cabeza que eran mortales de necesidad». Alguien que pasó por allí después hablaría del «barro ensangrentado».
El historiador de la unidad asegura de los catalanes que «nuestros soldados no supieron reaccionar hasta que Prim, que estaba en la retaguardia, se puso al frente y les animó a continuar avanzando». Las cantineras del batallón, que lo habían acompañado, «tuvieron que reclamar ajeno auxilio» para poder salir del barrizal. En realidad, todos los que se encontraron en la angustiosa situación, necesitaron «ajeno auxilio», a la vez que lo prestaban a otros. Fue un sálvese el que pueda, pero para atacar, no para retroceder. Por lo que se refiere a los Voluntarios, lanzar a bisoños a aquel infierno, hacerles soportar en formación cerrada fuego de artillería, para luego entrar en una ciénaga y a continuación salir de ella para asaltar un campo atrincherado, es algo que desafía a toda lógica, excepto la política. Lo asombroso es que no echaran a correr.

Prim Voluntarios Catalanes La batalla de Tetuán La Guerra de África Julio Albi
Cuadro que representa al general Prim y los Voluntarios Catalanes durante la batalla de Tetuán, 

O’Donnell, dejando de lado por primera vez su legendaria frialdad, grita en francés, «En avant!, en avant!». Los momentos son críticos, aún más porque, «ora por haberse anticipado Prim en su ataque a la trinchera, ora por haberse involuntariamente retrasado el general Ros en su marcha envolvente, no coincidieron ambos cuerpos como estaba prevenido en el instante mismo del asalto», lo que «hubiera ahorrado mucha sangre». Sea como fuere, en pequeños grupos rebozados de barro, los hombres se arrojan contra la línea de Muley Ahmed. Al parecer, Alba de Tormes y los catalanes lo hicieron de frente, mientras que Prim se corre a la izquierda, con Princesa, León y Córdoba, hasta que encuentra un hueco –una tronera, afirman muchos– y entra por ella en el campamento, matando, al hacerlo, de un tiro o de un sablazo, según las fuentes, a un artillero.

Se ha hablado de encarnizados combates cuerpo a cuerpo, pero más bien parece que los marroquíes, como lo reconocen sus propios cronistas, al ver superadas las defensas, a la vez que el III les atacaba por su flanco derecho, no tardaron en apelar a la fuga. Era lo mejor que podían hacer, en esas circunstancias. Borobio, que estaba con sus Cazadores de Llerena, pertenecientes a dicho cuerpo, lo cuenta todo en pocas palabras: «tan luego como asaltaron las trincheras nuestros soldados, empezamos con ellos a la bayoneta, huyendo todos los moros, llenos de terror y espanto».
Los artilleros fueron una excepción. Continuaron tirando hasta el último momento «con cuatro piezas desmontadas, sufriendo la voladura de un repuesto, y teniendo multitud de sirvientes hechos pedazos por los cascos de nuestros proyectiles». Luego, con los españoles ya dentro, siguieron defendiéndose, hasta que la intervención de López Domínguez, con los de su compañía de montaña del 5.º Regimiento, «impidió que los pocos artilleros marroquíes heridos […] que sin retroceder una pulgada, ya que no podían los cañones, disparaban las espingardas, fueran rematados a bayonetazos». Navarrete, al que pertenecen estas palabras, añade el mayor de los elogios: «no ambicionaría en mi hoja de servicios empresa más loable que haber mandado una batería» como lo hicieron aquel día los marroquíes.

La batalla de Tetuán La Guerra de África Julio Albi
Choque de la infantería marroquí y la española durante la batalla de Tetuán (1870),
óleo de Vicente Palmaroli (1834-1896), Museo del Ejército, Toledo. 

Todo indica que, en efecto, no se dio cuartel, lo que nada tiene que extrañar en el curso de un asalto, cuando los atacantes, tras haber sufrido al descubierto el fuego enemigo, pueden por fin tomarse cumplida venganza. Prim era la viva imagen de la tensión por la que todos habían pasado: «su semblante está verde, los labios apretados por nerviosa contracción; la placa de Carlos III estaba rota; el sable lo tenía torcido, y secó en la mantilla del caballo la sangre que empapaba la hoja»; su montura estaba herida.

Parece que la primera bandera que se plantó fue la del 1.º de León, cuyo coronel dio el asalto seguido por solo 29 hombres, ya que los demás habían quedado empantanados. Dejaron en el barro un jefe con tres tiros, 12 oficiales heridos, 9 soldados muertos y 128 heridos.

Mientras caía el campamento de Muley Ahmed, Enrique O’Donnell, con su 2.ª División del II Cuerpo, marchaba contra el de Muley el-Abbás, que fue abandonado sin lucha.

Había sido un triunfo en toda la línea, «una brillante acción», en la que «los españoles se portaron muy bien». «La infantería española, tan famosa por su reputación en los siglos pasados, pero que tan poco había hecho en mantenerla en la primera mitad del actual, puede aún recobrar su elevado prestigio entre los ejércitos europeos», tras su celebrada actuación el 4 de febrero en la batalla de Tetuán.


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