Patrimonio memoria histórica
El hospital sangriento y la colina maldita: así fue el Alepo de la Guerra Civil
En las faldas donde excavan los arqueólogos que han encontrado explosivos sin estallar sucedió uno de los choques más crueles de la contienda, mientras Madrid trata de mantener su actividad.
“La columna de Asensio, con la 6 bandera de
la Legión y los tabores I y II de Tetuán, logra tomar el Asilo de Santa
Cristina y alcanza el Hospital Clínico. Dentro del hospital quedan
hombres de los dos bandos peleando habitación por habitación, con
granadas de mano y bayonetas”. Jorge M. Reverte publicó
hace una década su investigación sobre la batalla de la Ciudad
Universitaria. Es la jornada “más dramática, la más amarga, la más
sangrienta” para los atacantes, legionarios y regulares que combaten a
las órdenes de Asensio.
Los arqueólogos a la órdenes de Alfredo González-Ruibal que estos días remueven las tierras de la ladera cercana al Clínico han encontrado todo tipo de munición. Tanta como nunca antes habían visto en las muchas excavaciones que el científico del CSIC lleva a sus espaldas. No sólo granadas, explosivos, munición de Máuser español, Máuser alemán, y de pistola. Balas de 9 milímetros y casquillos de 7,65.
“Las líneas estaban tan cerca, que las armas cortas pudieron usarse en cualquier momento de la guerra”, cuenta Ruibal. "M
ientras
los soldados se batían a granadazos a las puertas de Madrid, la gente
intentaba hacer su vida normal (dentro de la normalidad que permite una
guerra) a unos pocos cientos de metros del frente", cuenta el arqueólogo en su blog, en una imagen que recuerda al conflicto en Alepo (Siria).
La zona del inmenso cráter causado por una gran mina, que se puede ver desde el Clínico, está plagada de balas. Los arqueólogos han encontrado una veintena en los primeros días de trabajo. Cuentan a este periódico que casi todas ellas visibles en la superficie. Son el testimonio vivo y oxidado de los combates continuados en este sector. El Hospital Clínico es, desde que los franquistas logran cruzar el Manzanares el 15 de noviembre de 1936, uno de los mayores ejemplos de crueldad. Otros hablarán de “bravura”. Una obsesión para defensores y atacantes. Es la cuña más avanzada hacia el centro de Madrid y las bajas son muy numerosas.
Jorge Reverte narra los hechos de noviembre, diciembre y
enero de 1936, momento en el que se crea esta cuña franquista en la zona
universitaria, que se mantendrá hasta el final de la guerra. Los parte
del Ejército sublevado apuntan que avanzan firmes, que van ocupando
lugares como la Fundación del Amo, el Instituto Rubio, el Hospital
Clínico, la Residencia de Estudiantes, el asilo de Santa Cristina” y
otros edificios del paseo de la Moncloa y del Parque del Oeste.
Y el parte sigue así: “Todos los intentos de reacción enemiga fueron duramente rechazados, quedando las avenidas cubiertas de cadáveres, en su totalidad aventureros extranjeros de los que saquean nuestras ciudades en poder de las hordas rojas”. Precisamente, Javier Reverte, hermano de Jorge, cuenta en su su novela El tiempo de los héroes (Debolsillo) cómo en esos días los brigadistas internacionales, estudiantes de Cambridge y Oxford, instalaron ametralladoras en el edificio de Filosofía. Levantaron barricadas con libros en el interior del edificio. Uno de ellos, experto en tragedia griega, bromeaba al calcular que las balas del enemigo no pasarían de la página 350.
“Bajo sus escombros yacen decenas de hombres que no han sido enterrados por sus compañeros, sino por la artillería. Huele a muerto, a carne putrefacta. La comida y las municiones no llegan hasta que ha anochecido, porque los caminos están batidos por las ametralladoras republicanas”, escribe Reverte.
En el Clínico se improvisan nuevas formas de combate:
los soldados enemigos se escuchan a otros a través de los gruesos
tabiques que separan las estancias. Con un pico abren huecos en las
paredes, meten el cañón del fusil ametrallador “y se rocía de balas el
espacio”.
El anarquista Durruti llega al hospital convertido en carnicería con la intención de conquistarlo. Al bajar de su coche, frente al hospital, una bala le atraviesa el pecho. Lo trasladan al hotel Ritz, donde los anarquistas han instalado su hospital de sangre.
Nuevo parte republicano de los días de noviembre: “Se ha
combatido con extraordinaria dureza atacando las tropas facciosas y
contraatacando nuestras fuerzas briosamente en distintos puntos de la
Ciudad Universitaria y la Casa de Campo”.
La arqueóloga Alicia Torija ha definido esta zona como “una losa de olvido”. Para la especialista el entorno universitario tiene un gran potencia de educación, cultura y memoria. “Y sin embargo su historia permanece silenciada”. Le gustaría que se empleara como un diálogo con el pasado y el patrimonio por el que pasan miles de personas. Está convencida de que es una herramienta útil paa educar en valores democráticos.
En las laderas del Clínico, los muertos se amontonan. Son
tantos que los camilleros de la Garibaldi están agotados de recoger
cadáveres y heridos. En dos días de combate, los italianos han perdido
un cuarto del batallón.
Ni los hombres de Asensio, ni los de Miaja pueden los unos con los otros. Tras días de muerte y asedio, empate sin solución. Los hombres se matan los unos a los otros en el Clínico y alrededores, pero no importa en el resultado de la batalla. Hay batallones que se desmoralizan y piden traslado.
Madrid es un fracaso para las fuerzas de Franco, pero la Ciudad Universitaria se ha convertido en un punto inexpugnable para los republicanos, gracias a los más de 3.000 combatientes franquistas atrincherados. Aunque estén rodeados por 10.000 republicanos. Se ha creado una cuña en la zona defensiva de Miaja y Rojo. La sangría está servida. El puesto se mantuvo activo hasta la rendición del Ejército republicano y final de la guerra en estas lomas.
EL ESPAÑOL
Los arqueólogos a la órdenes de Alfredo González-Ruibal que estos días remueven las tierras de la ladera cercana al Clínico han encontrado todo tipo de munición. Tanta como nunca antes habían visto en las muchas excavaciones que el científico del CSIC lleva a sus espaldas. No sólo granadas, explosivos, munición de Máuser español, Máuser alemán, y de pistola. Balas de 9 milímetros y casquillos de 7,65.
La zona del inmenso cráter causado por una gran mina, que se puede ver desde el Clínico, está plagada de balas. Los arqueólogos han encontrado una veintena en los primeros días de trabajo. Cuentan a este periódico que casi todas ellas visibles en la superficie. Son el testimonio vivo y oxidado de los combates continuados en este sector. El Hospital Clínico es, desde que los franquistas logran cruzar el Manzanares el 15 de noviembre de 1936, uno de los mayores ejemplos de crueldad. Otros hablarán de “bravura”. Una obsesión para defensores y atacantes. Es la cuña más avanzada hacia el centro de Madrid y las bajas son muy numerosas.
Y el parte sigue así: “Todos los intentos de reacción enemiga fueron duramente rechazados, quedando las avenidas cubiertas de cadáveres, en su totalidad aventureros extranjeros de los que saquean nuestras ciudades en poder de las hordas rojas”. Precisamente, Javier Reverte, hermano de Jorge, cuenta en su su novela El tiempo de los héroes (Debolsillo) cómo en esos días los brigadistas internacionales, estudiantes de Cambridge y Oxford, instalaron ametralladoras en el edificio de Filosofía. Levantaron barricadas con libros en el interior del edificio. Uno de ellos, experto en tragedia griega, bromeaba al calcular que las balas del enemigo no pasarían de la página 350.
Hospital muerte
En La batalla de Madrid (Crítica), Jorge M. Reverte cuenta cómo el Hospital Clínico es uno de los lugares más disputados en el “salvaje combate” por el control de la Universitaria. Los legionarios y los brigadistas se pelean entre las habitaciones. “Los hombres caen a racimos”.“Bajo sus escombros yacen decenas de hombres que no han sido enterrados por sus compañeros, sino por la artillería. Huele a muerto, a carne putrefacta. La comida y las municiones no llegan hasta que ha anochecido, porque los caminos están batidos por las ametralladoras republicanas”, escribe Reverte.
El anarquista Durruti llega al hospital convertido en carnicería con la intención de conquistarlo. Al bajar de su coche, frente al hospital, una bala le atraviesa el pecho. Lo trasladan al hotel Ritz, donde los anarquistas han instalado su hospital de sangre.
La losa del olvido
Los escombros del hospital que caen por las explosiones de la artillería son aprovechados para montar nuevos parapetos. Regulares y legionarios resisten los ataques. “Y cuando hay calma, los tiradores moros se acoplan durante horas a su fusil hasta que dan con el incauto que no ha tomado las precauciones necesarias”.La arqueóloga Alicia Torija ha definido esta zona como “una losa de olvido”. Para la especialista el entorno universitario tiene un gran potencia de educación, cultura y memoria. “Y sin embargo su historia permanece silenciada”. Le gustaría que se empleara como un diálogo con el pasado y el patrimonio por el que pasan miles de personas. Está convencida de que es una herramienta útil paa educar en valores democráticos.
Ni los hombres de Asensio, ni los de Miaja pueden los unos con los otros. Tras días de muerte y asedio, empate sin solución. Los hombres se matan los unos a los otros en el Clínico y alrededores, pero no importa en el resultado de la batalla. Hay batallones que se desmoralizan y piden traslado.
Madrid es un fracaso para las fuerzas de Franco, pero la Ciudad Universitaria se ha convertido en un punto inexpugnable para los republicanos, gracias a los más de 3.000 combatientes franquistas atrincherados. Aunque estén rodeados por 10.000 republicanos. Se ha creado una cuña en la zona defensiva de Miaja y Rojo. La sangría está servida. El puesto se mantuvo activo hasta la rendición del Ejército republicano y final de la guerra en estas lomas.
EL ESPAÑOL
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