El golpe de Casado y el final de la guerra
Un grupo de anarquistas y socialistas se rebeló el 5 de marzo de 1939 contra el Gobierno de Negrín. Querían negociar la inminente derrota republicana. No les sirvió de nada, Franco no tuvo piedad con los vencidos
No había ninguna conspiración comunista. Negrín no actuaba al dictado del PCE
El triunfo franquista acabó con las conquistas de la clase obrera y la burguesía de izquierdas
La historiografía académica (Aróstegui, Bahamonde, Cervera, Graham, Preston) comenzó hace tiempo el derribo de los mitos que todavía alimentan cuidadosamente autores que pasan por autoridades. ¿Cabe hacer más? Sí. Hay que expandir la gama de fuentes primarias, coetáneas de los hechos y menos contaminadas ideológicamente que las reconstrucciones posteriores. Son las que permiten recuperar los entresijos de lo que sucedió y, por ende, apuntalar una historia que prescinde de mitos y, en lo posible, de prejuicios.
Hay que indagar en tres grupos de factores estructurales para explicar la gestación del golpe de Casado. Ante todo, en los conflictos intra-socialistas que se desarrollaron desde el comienzo de la guerra y durante la cual la última dirección (Ramón González Peña, Ramón Lamoneda) se superó para sostener el esfuerzo bélico y apoyar al Gobierno en pugna con la "izquierda socialista", de impronta caballerista. Después, en los celos e incompetencia del movimiento anarco-sindicalista, incapaz de subordinarse a la disciplina que imponía la contienda. Por último, en el sectarismo de la política comunista, imbuida -como ha dicho Graham- del deseo de defender un "republicanismo fundacional", pero de forma tal que condujo inevitablemente a su aislamiento.
A ello hay que añadir factores locales derivados de la evolución político-ideológica, relativamente autónoma, en Madrid tras el corte del territorio republicano en abril de 1938. Pocos meses después, anarquistas y socialistas "ensayaron la rebelión", por tomar prestada una expresión de Grass. Sin éxito. En marzo de 1939 pretendieron alcanzar un final de la guerra que les permitiese afrontar un futuro incierto en la mejor posición posible, preservar sus cuadros y ganar apoyos entre las potencias occidentales, en espera de que la configuración de un presunto y ensoñado orden europeo antibolchevique pusiera en valor sus esfuerzos por erradicar la influencia comunista en España. Mézclese todo ello con comportamientos personales, dilucidables sí, pero difíciles de contrastar. Casado en busca de gloria. Besteiro decidido a echar a la cuneta a Negrín. Mandos militares convencidos de que la resistencia era imposible pero que la rendición podría, quizá, salvarles. El pueblo llano, engañado.
El golpe casadista y el contragolpe que estalló en Madrid fueron, por lo demás, perfectamente evitables. Tras la tardía y un tanto egocéntrica dimisión de Azaña, el presidente de las Cortes, Diego Martínez Barrio, puso condiciones a Negrín para asumir interinamente la presidencia de la República con objeto de hacer la paz.
Ningún historiador neo-franquista ha demostrado que, tal y como ocurrió, Negrín y el Gobierno, incluido el vituperado PCE, las aceptaron. Casado, que interceptaba muchos de los radiogramas que emitía Negrín o que le llegaban, se enteró de la reacción el mismo 5 de marzo. Lo primero que hizo fue impedir que Martínez Barrio recibiera la respuesta. Tal y como había dicho a los agentes de Franco, Casado sabía perfectamente que los comunistas no representaban un peligro.
Los anarquistas y los socialistas antinegrinistas que apoyaron el golpe se equivocaron clamorosamente en el pronóstico de lo que iba a ocurrir. Pensaban en términos de la dictadura primorriverista y en un periodo de represión con posibilidad de posterior retorno a la superficie. Por el contrario, Negrín y los comunistas acertaron de pleno. El triunfo franquista no significaría una etapa breve de gobierno reaccionario ni una simple derrota parcial o pasajera. Sería el fin de todo lo que la clase obrera y la burguesía de izquierdas habían conquistado durante décadas así como el aplastamiento de las libertades. La errática reacción comunista demostró, sin embargo, que el PCE carecía de un plan para salir de la guerra.
Más tarde, esta historia complicada, de dobles y triples juegos, de espías y traiciones, se embelleció con un estéril debate sobre las posibilidades de resistencia. Negrín sabía que no existían pero de ahí a tirar la toalla como hizo el CDN había un gran salto. Uno de sus errores estribó en no prestar mayor atención a la situación de la Flota, como se le había recomendado insistentemente. Tras el golpe de Casado vendría no el tiempo de las cerezas sino el de las represalias. Como nunca se habían conocido en la historia de España. ¡Ah! y la mitografía subsiguiente. Todavía subsiste, con alguno de sus representantes que vocea su posesión de la única verdad. Llega el tiempo de la desmitografía.
EL PAÍS
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