Siria, bajo la espada de Damocles del gas sarín
Día 02/06/2013 - 12.22h
ABC visita la zona de los supuestos ataques con armas químicas cerca del barrio damasceno de Jobar
Los cazas sobrevuelan a muy baja altura el Hospital Francés del barrio damasceno de Qassa’a. Su destino son las ciudades del cinturón rural del este de la capital como Jobar, con fuerte presencia de grupos armados de la oposición. La proximidad, apenas tres kilómetros, hace que los combates en Jobar casi se puedan tocar desde el despacho del director del centro, el doctor Joseph Nasrala, pero sobre todo se escuchan y se huelen.
«El domingo 26 de mayo, por la tarde, recibimos 78 pacientes que presentaban los mismos síntomas, problemas respiratorios leves y picor en los ojos, que los tenían enrojecidos. Es la primera vez que nos pasa algo parecido», informa este cardiólogo que dirige el hospital desde 1963 y recibió en 2008 la Orden del Mérito Nacional francesa, país donde cursó sus estudios, de manos del por aquellos días presidente Nicolás Sarkozy. El tratamiento que se aplicó a los afectados fue a base de cortisona, ventolín y unos minutos de oxígeno.
El doctor Nasrala está al corriente del reportaje del diario «Le Monde» publicado esta semana, en el que se acusaba al régimen del uso de armas químicas en el vecino Jobar. «No sabemos la causa de los problemas en los pacientes, no tenemos pruebas para decir que fueran armas químicas. Yo, y los demás profesionales del centro, creemos que si se empleara gas sarín en Jobar, como dice la prensa francesa, no hubieran vuelto a sus casas en diez minutos. Lo que hay es mucho miedo y cada vez que hay un olor extraño muchos vienen directos al hospital», subraya con vehemencia.
Ese mismo domingo los vecinos de la zona enviaron decenas de mensajes de alerta a la cadena Sham FM, canal privado de noticias de la radio y televisión, y el tema voló por las redes sociales, lo que provocó que en todo Damasco cobrara fuerza la idea de que se habían usado este tipo de armas en Jobar. La falta de información en los medios oficiales, donde el tema es prácticamente tabú, contrasta con la información que desde hace semanas publican las páginas web de régimen y oposición con instrucciones sobre cómo protegerse en caso de ataque químico. Compra de máscaras, sellado de puertas y ventanas con silicona, remedios caseros para combatir la toxicidad…
Hay que alzar la voz cada vez que pasa un caza del Ejército y, en un momento de la entrevista, el doctor abre la puerta de su despacho y muestra el tejado de un ala del hospital que sufrió el impacto de dos morteros lanzados por los grupos armados de la oposición hace unos días. Parece que el objetivo era el cuartel contiguo de las Fuerzas Aéreas, pero cayeron en el hospital y «fue un milagro que no hubiera víctimas», dice el director. Qassa’a y la plaza Abassyeen son la frontera que delimita la zona bajo control del régimen y la que es territorio de los grupos armados de la oposición, y el Hospital Francés es el centro médico más cercano a esta especie de línea del frente.
Fábrica de cerillas
La calle donde más se sintió el fuerte olor en la tarde del domingo pasado fue la misma en la que se encuentra el hospital. Visitamos diferentes comercios acompañados por un funcionario del Ministerio de Información para conocer la opinión de los vecinos. Mahmoud Al Halabi regenta una zapatería frente a la entrada principal del centro hospitalario y piensa que «gracias al Ejército nos sentimos protegidos, pero la oposición armada es capaz de usar este tipo de armas para obligarnos a huir». Bassam Anton, dueño de un restaurante, sintió «un olor parecido al del azufre y la verdad es que costaba respirar, yo creo que se debió al bombardeo de una fábrica de cerillas en Jobar por parte del Ejército. En dos días desapareció y la vida vuelve a ser normal».
Marwan Al Shaib, empresario que vivió durante 23 años en España y que tiene doble nacionalidad, no sintió nada especial pese a vivir en la misma zona aunque le llegaron «rumores de que grupos terroristas (forma que los medios oficiales emplean para referirse a la oposición armada) habían tirado una bomba con estos gases tóxicos en Abassyeen». Al Shaib, padre de tres hijos también españoles, quiere añadir que «en la guerra de Irak de 2003 la Embajada de España en Damasco repartió máscaras de gas y kits de supervivencia ante la posibilidad de que Sadam Husein empleara estas armas, ahora se han marchado a Líbano y ni siquiera nos llaman para saber cómo estamos».
El portavoz de Exteriores sirio, Yihad Makdessi, ahora en Londres, abrió la caja de Pandora el verano pasado al responder a una pregunta sobre el tema en una rueda de prensa asegurando que este tipo de armas se emplearían «únicamente en caso de agresión externa». A partir de entonces el resto de altos funcionarios han intentado maquillar el tema o culpar a la oposición de su uso.
Después de más de dos años de guerra, masacres y ejecuciones de todo tipo grabadas y difundidas por Internet «se ha perdido la noción de la realidad y la población se siente víctima de las dos partes.
Los sirios vivimos en un ambiente de quiebra emocional y de fatiga al combate», diagnostica la doctora Hanadi Nwelati, psiquiatra del hospital Avicena de la ciudad de Adra, situada 30 kilómetros al noreste de Damasco, en plena zona de combate. Si tuviera que hacer un diagnóstico sobre el tema de las armas químicas la doctora escribiría que «la población vive bajo un estado de terror extremo» ante su posible uso, un sentimiento basado en «más de dos años de guerra en los que se ha empleado de todo».
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