Diez historias heroicas del día D
Día 06/06/2013 - 11.11h
El libro de Antony Beevor sobre el Desembarco está plagado de anécdotas relatadas por los soldados que sobrevivieron al Día Más Largo1
1 El día D empieza con el desayuno más largo
Una de las cosas más nocivas del desembarco en Normandía fue la poca previsión dietética que realizaron los Aliados aquel día D, el 6 de junio de 1944. Los cocineros de los buques nodriza americanos desde los que las lanchas se desplegaron quisieron tener un detalle con los 130.000 hombres que se iban a jugar la vida y muchos prepararon opíparos desayunos.
En el «Samuel Chase» les dieron "tantos filetes de cerdo y de pollo y tantos helados y dulces como pudieran comer", según relata Antony Beevor en su libro "El día D". Otros barcos ofrecieron judías, salchicas, café y donuts. La Marina Real británica fue más frugal e incluía una copita de ron, que hizo recordar a más de uno los tiempos de Nelson.
Por si esto fuera poco, las tripulaciones a veces cedieron generosamente sus raciones a los hombres que iban a desembarcar. Tales ingestas previas a la batalla se aliaron con los nazis, llenaron de mareos y vómitos las barcazas en el mar picado, e hicieron que los hombres llegaran agotados a Omaha, Utah, Gold, Juno y Sword, las playas del Día D. Claro que muchos vomitaron también por la protección antigás con la que untaron sus trajes de faena. ¡Cómo olería, puesto que los llamaron los "trajes mofeta"!
2 Vivos y muertos en la hora H
No todos los equipos desplegados tuvieron puntería. Las operaciones comenzaron de noche. Para desembarcar a la hora H: las 06:30, media hora después del amanecer, las barcas de la primera oleada partieron de las naves nodrizas a las 05:20. Cuando estaban a poca distancia de la playa de Omaha, la más infernal, observaron que las bombas lanzadas por los aviones caían muy lejos de la cima del acantilado, así que ni deshicieron los campos minados ni siquiera golpearon los nidos de ametralladoras o las fortificaciones: "¡Lo único que han hecho ha sido despertarlos!" se quejó amargamente el comandante Scott-Bowden.
Se había fijado la hora H en parte por la confianza en la precisión de los bombarderos americanos, abandonando la idea británica de arribar a la playa en mitad de la noche. Los jóvenes marinos británicos, tripulantes de las lanchas, en ocasiones se asustaron tanto al llegar a la playa que quisieron bajar la rampa antes de tiempo y solo aguantaron a punta de pistola hasta el lugar convenido. Los guardacostas americanos, con más experiencia apagaban los motores para sortear bancos de arena y llegaron hasta la misma playa.
3 El sufrimiento infinito de la población civil
El Día D recibió muchos nombres. No sólo Rommel lo bautizó como "El día más largo". Mientras que los aliados hablaban de invasión, fue imposible que esa expresión triunfara en Francia. Para los franceses, la invasión era lo que ya sufrían, es decir, la ocupación nazi. Así que encontraron una manera de espantar el fantasma de esa opresiva experiencia bautizando la llegada de los ejércitos liberadores como desembarco, debarquement.
Pero, pese a ser uno de las más grandes operaciones militares de la historia, el desembarco era sólo parte del principio. Por duro o sangriento que fuera, después quedaba la mayor parte del trabajo, de la toma del terreno ocupado por el Ejército alemán. La población civil francesa sufrió miles y miles de bajas durante la operación. Sólo en el bombardeo de los dos primeros días murieron 800 personas en Caen. De los 60.000 habitantes de esa población, pronto sólo quedaron 17.000 entre las bajas y los refugiados.
4 Paracaidistas que no llegaron vivos al suelo
No todos los hombres llegaron en lanchas a las playas aquel 6 de junio. Antes del desembarco, una gran operación de tropas aerotransportadas fue lanzada detrás de las líneas enemigas. 1.200 aviones con tres divisiones. Algunas compañías tomaron tierra en planeadores Horsa de madera, remolcados por bombarderos Halifax. El aterrizaje de estos frágiles aparatos, cargados con hombres, vehículos y pertrechos varios, fue trágico en algunas ocasiones. Otros se deslizaron hasta el punto correcto, como el Horsa cuyo objetivo era el puente del canal de Caen, que tomaron tras un breve combate.
Los Horsa de madera contrachapada fueron llamados "hearses" (coche fúnebre). Poco después, empezaron a caer paracaidistas por toda la región, en los campos y sobre las poblaciones; algunos tuvieron la mala fortuna de caer junto a cuarteles alemanes o sobre posiciones fuertemente defendidas. Muchos murieron antes de tocar el suelo. Las campanas de sus paracaídas fueron acribilladas a balazos por el fuego de las metralletas.
5 Desde un avión que no frenaba
El relato del viaje de los soldados aerotransportados que llegaron la noche del día D a su destino en suelo francés resulta estremecedor. Los aviones cargados de paracaidistas iban tan solo a 300 metros de altura, al alcance de las baterías antiaéreas. El zigzag de los aparatos para esquivar el fuego lanzaba a los hombres y los equipos de un lado a otro en el interior. Los proyectiles que llegaban a golpear el fuselaje resonaban "como grandes piedras de granizo contra un tejado de hojalata". Un paracaidista que fue herido en las nalgas fue obligado a ponerse de pie para la cura, puesto que se ordenó que nadie quedase a bordo.
Todos iban a saltar, y la orden se cumplió. El problema es que los pilotos no redujeron la velocidad por miedo a parecer mejores blancos, así que, en el momento de saltar, los paracaidistas sufrieron un tirón mucho más fuerte de lo normal. Un paracaidista que consiguió aterrizar vio un avión a tan poca altura que no dio tiempo a que ninguno de los hombres que de él saltaron pudiera abrir el paracaídas. Comparó el sonido sordo de los cuerpos al estrellarse "con el que hace una sandía cuando cae de un camión en marcha".
6 Los obuses resuenan en los cuerpos
Un espectáculo insólito sorprendió a las tropas embarcadas en las lanchas que se dirigían a las playas en mitad del mar picado. Con la primera andanada del fueo de cobertura de la Armada, pegaron un brinco en las barcazas. El acorazado americano Texas y sus dos compañeros el Arkansas y el Nevada, disparaban todos sus cañones al unísono, mientras que los británicos lo hacían de manera secuencial.
La onda expansiva era de tal magnitud que algunos pensaron que el barco había saltado por los aires. En las barcas la sentían, como dijo Ludovic Kennedy, "te producen en el pecho la sensación de que alguien te ha abrazado y te ha dado un buen achuchón. Sobre las barcazas comenzaron a volar los pesados obuses en dirección a tierra que sonaban como "vagones de mercancías".
Desde cualquier punto se veía a las barcazas desaparecer detrás de las olas y volver a aparecer entre la fuerte marejada. A las explosiones de los cañonazos les seguía otro espectáculo. El vacío creado por los pesados proyectiles de 14 pulgadas, según lo describe un sargento de la I División, produjo una visión extraña: "Ver cómo el agua se levantaba y seguir el rastro de las bombas y comprobar cómo volvían a caer en el mar".
7 La escena real que pudo inspirar a Spielberg
Testimonio directo, nada más tocar la playa, que recuerda la magnífica reconstrucción de aquella terrible mañana realizada por Spielberg en "Salvar al soldado Ryan": «Cuando bajó la rampa vimos que el tiroteo alcanzaba directamente a nuestra lancha», escribió un soldado del 116.º, que desembarcó en el sector occidental de Omaha. «Mis tres jefes de pelotón, que iban delante, y algunos otros hombres fueron alcanzados. Algunos saltaron por el costado. A dos marineros les dieron de lleno. Cuando salí, el agua me llegaba sólo a los tobillos. Intenté echar a correr, pero de pronto el agua me llegaba a la cintura. Nadé para ocultarme detrás del obstáculo de acero colocado en la playa. Las balas rebotaban en él y atravesaban mi mochila sin darme. Otras alcanzaron a muchos compañeros.»
«Muchos fueron alcanzados en el agua, al margen de que fueran o no buenos nadadores», escribía el mismo soldado. «Se oían gritos de socorro de los heridos que se ahogaban agobiados por el peso de la carga ... Había cadáveres flotando en el agua y hombres vivos que se hacían los muertos para que la marea los arrastrara a tierra.»
8 Ametrallados «como mazorcas»
Desde los hombres que saltaron por los aires de una lancha bombardeada a los heridos que el mar arrastraba, ahogándose a medida que subía la marea, la manera en que morían quienes acudían a ayudar a los heridos... Los primeros ingenieros de combate que llegaron tuvieron que actuar como si fueran soldados de infantería. Habían perdido casi la mitad de sus pertrechos de demolición durante el desembarco.
El fuego enemigo era demasiado intenso para que pudieran hacer nada hasta que llegaran los bulldozers blindados. «Algunos hombres lloraban, otros lanzaban maldiciones», recordaba un joven oficial del 116.º de Infantería. «Yo me sentía más un espectador que un participante real en la operación.» Cuando fueron bajadas las rampas y las ametralladoras abrieron fuego, escribió un sargento originario de Wisconsin, «los hombres caían abatidos como caen las mazorcas de maíz de una cinta transportadora».
9 La hora de los héroes insospechados
Después del primer fragor de la batalla, algunos soldados tuvieron unos minutos para pensar. Heridos, en medio aún de los terribles tiroteos y un combate feroz, el capitán Hall, un auxiliar de cirujano asignado a la 1.ª División, que resultó herido cuando llegó al banco de guijarros, escribió que los hombres «estaban tumbados en las piedras húmedas, temblando de frío y de miedo». Lleno de admiración y asombro, observó a uno de sus asistentes médicos.
«El cabo A. E. Jones, que siempre fue un canijo —58 kg de peso y 1,65 m de estatura—, era el último del que habría podido esperarme que hiciera algo espectacular. En medio de aquel tiroteo, cuando prácticamente nadie habría tenido la menor oportunidad de bajar a la playa y volver con vida, él lo hizo seis veces y trajo a varios hombres.» En una ocasión, fue a examinar a uno de los heridos y volvió donde estaba el capitán Hall para describir la lesión y preguntarle lo que debía hacer.
10 Un garfio como arma ultrasecreta de la Armada Aliada
Algunos Rangerse tenían como misión tomar un promontorio, donde había una batería. Pero parecía que iban a tener mala suerte. El timonel de la Marina Real británica los conducía demasiado al este, casi al centro de la propia playa Omaha. Perdieron media hora luchando contra la corriente en torno a la Pointe du Hoc. Una vez que las embarcaciones estuvieron en posición al pie del acantilado, fueron utilizados garfios impulsados por cohetes, recurso inventado por los comandos británicos. Muchos de ellos se quedaron cortos, en parte porque las cuerdas pesaban demasiado a causa del agua, pero varios lograron agarrar y los primeros hombres empezaron a trepar por el acantilado. Los alemanes no podían creer que los garfios procedieran de las lanchas de desembarco situadas al pie del acantilado. El cuartel general de la 352ª División de Infantería fue informado de que «desde los buques de guerra en alta mar el enemigo dispara contra los acantilados bombas especiales de las que salen escalas de cuerda». Los Rangers acabaron pronto el trabajo y tomaron las baterías.
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