domingo, 16 de septiembre de 2012

GAGOMILITARIA NOTICIAS.-ROTA LA SEDE EUROPEA DE LOS MARINES QUE PROTEGEN LAS EMBAJADAS DE LOS EE.UU


La seguridad de Stevens estaba en Rota

La base es la sede europea de los marines que protegen legaciones de EE UU.



Miembros del cuerpo especial FAST, en una base de Norfolk (Virginia) en marzo de 2009. / REUTERS

Si un pelotón de marines de la Flota de Seguridad y Antiterrorismo (FAST, en sus siglas en inglés) hubiera estado allí, quizás Christopher Stevens, el veterano embajador norteamericano asesinado por una turba en el Consulado de Bengasi y las otras tres víctimas habrían salvado su vida, pero los soldados de la FAST responsables de la seguridad de la Embajada en Libia se encontraban de guardia en su base de Rota (Cádiz) porque ningún informe de inteligencia había advertido del riesgo de que una vulgar película en la que se ridiculiza a Mahoma y el aniversario del 11-S ponían a Stevens y a sus colegas en varios países árabes en el centro de una gigantesca diana. El error se ha cobrado vidas.
El pasado miércoles sonó la alarma en la base de Rota, una sirena dirigida exclusivamente a la compañía de marines de los FAST, la unidad de Infantería de Marina encargada de la seguridad de las embajadas e instalaciones de los EE UU en todo el planeta. Su base para Europa está en Rota aunque por motivos de seguridad no se publicita, según señalan fuentes de la inteligencia española. El área del Pacífico la cubre otra compañía de la FAST establecida en Japón y Guantánamo, y la Central, una tercera compañía con base en Bahréin, un archipiélago de 33 islas en el golfo Pérsico. Quinientos marines con una misión tan global como ambiciosa que se resume en su logo: Any Time, Anyplace (En cualquier momento, en cualquier lugar).

Cuando la fotografía con el cuerpo inerte del embajador Stevens, de 52 años, ocupaba las portadas digitales de los principales periódicos del mundo, cincuenta marines de la compañía FAST volaban a Bengasi desde Cádiz a bordo de aviones C-130 para hacerse cargo de la seguridad de la legación diplomática norteamericana, donde también murió Glen Doherty, de 42 años, un veterano marine de los Navy SEALS, el cuerpo de élite que acabó con Osama Bin Laden en su refugio paquistaní de Abbottabad, en la sierra de Pir Panjal.

Doherty trabajaba para el Departamento de Estado y, según explicó días antes a las cámaras de la cadena de televisión ABC, su trabajo consistía en localizar y destruir por toda Libia los miles de lanzamisiles portátiles desaparecidos desde la caída del régimen de Muamar el Gadafi. Un ejército de exmercenarios de Gadafi diseminados por Mauritania, Malí y Níger cuenta con lanzagranadas y lanzamisiles portátiles de fabricación rusa SA-7 y SA-24 o manpads por sus siglas en inglés (man-portable air-defense system) un arma capaz de derribar aviones.

El Ejército libio disponía antes de la reciente guerra civil de más de 20.000 unidades. Muchas han desaparecido y el SEAL Doherthy y su equipo las buscaban. Junto al marine falleció también Sean Smith, un militar de las fuerzas aéreas que estaba a cargo del servicio de comunicaciones.

El marine muerto en Bengasi era francotirador y había estado destinado siete años en Irak y Afganistán al igual que varios de los miembros de la FAST que han viajado a Libia desde Rota, alguno de los cuales han cubierto misiones de alto riego en países como Somalia, Liberia, Haití, Panamá, Macedonia y Arabia Saudí, entre otros.

Allí donde hay una crisis o un atentado como el del portaviones USS Cole en Yemen en 2000 o el ataque contra la Embajada de EE UU en Nairobi en 1998 aparecen los soldados de la Flota de Seguridad y Antiterrorismo fundada en 1987, dependiente del jefe de Operaciones Navales y con base en Virginia. “La gente oye equipo especial y al instante lo asocia con Chuck Norris y Rambo, una mala caracterización de la unidad”, contestó el capitán Andrew Petrucci a un reportero de la revista Marine Times.

Las misiones de esta unidad especial son siempre limitadas y se reducen exclusivamente a situaciones de alto riesgo como la que se vivió en Bengasi o las que padecen ahora las embajadas norteamericanas en Yemen, Túnez o Egipto. Los gunslingers (pistoleros), apodo con el que se les conoce por su extraordinaria preparación en tiro de precisión, han sido entrenados en tácticas de guerrilla urbana, contravigilancia, artes marciales y en el manejo de toda clase de armas entre las que se incluye material nuclear de submarinos.

El Convenio de Cooperación de la Defensa entre España y Estados Unidos autoriza la presencia permanente de determinados niveles de fuerza norteamericana en las bases españolas de Rota y Morón. Entre ellas están la FAST, aunque el número exacto de marines se desconoce y mantiene en los límites establecidos en el convenio firmado en 1988 y que presumiblemente se prorrogará durante ocho años más, hasta 2021. El acuerdo permite un máximo de 4.750 soldados norteamericanos, una cifra que no se ha alcanzado.

España ha autorizado al amparo del artículo 25.3 del Convenio de Cooperación la presencia hasta el próximo día 28 de dos aviones C-130 para trasladar a personal y material para reforzar la seguridad de las embajadas de EE UU como consecuencia de los últimos acontecimientos en la región, según asegura un portavoz del Ministerio de Defensa español.

Los marines de la FAST no desarrollan ninguna operación en España, aunque todos los años llevan a cabo maniobras con varios ejércitos europeos y africanos. En las más recientes participaron efectivos de Marruecos. En los ejercicios Lisa Azul y Phoenix Express han compartido ensayos con unidades españolas.

“Somos defensivos por naturaleza. Sitio seguro es nuestro pan y mantequilla”, describía el capitán Petrucci.


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Doce horas de batalla en Bengasi

El consulado de EE UU se convirtió en una ratonera tras el ataque de la turba que sirvió de escudo para los atacantes armados con lanzagranadas y morteros


Un hombre armado frente al consulado estadounidense en Bengasi (Libia) tras el ataque al edificio. / MUSTAFA EL-SHRIDI (EFE)

Estaba anocheciendo, eran alrededor de las siete de la tarde del undécimo aniversario del 11-S en Bengasi, cuando una turba de hombres empezó a congregarse frente al Consulado de Estados Unidos gritando contra el hasta ese momento ignoto vídeo Inocencia de los musulmanes. Lo que derivaría en un brutal y aún confuso ataque, solo terminaría a las siete de la mañana del día siguiente, y causó la muerte del embajador de EE UU en Libia, Christopher Stevens, y la de tres militares de élite estadounidenses.

A esa turba, en principio espontánea, se le había unido una hora antes del asalto un grupo de 50 hombres armados hasta los dientes que, según un testigo citado por The Washington Post, ni coreaban lemas ni llevaban pancartas. “Tan solo dijeron que eran musulmanes, que defendían al profeta y al islam”, declaró el periodista Firas Abdelhakim.

La manifestación continuaba, y en algún momento se escucharon tiros que varios congregados, desde la calle, interpretaron como un ataque desde dentro del Consulado. Los hombres armados, confundidos con la multitud, fueron los que empezaron a disparar enseguida, según la versión de The Washington Post. Entre las nueve y media y las diez de la noche, la multitud logró penetrar en el recinto, en el que hay un edificio de una planta rodeado de un jardín vallado y una piscina en un barrio acomodado de la ciudad. Se veían hombres trepando por los muros del consulado al grito de “¡Dios es grande!”, describe Associated Press (AP). Entonces comenzó el caos: Volaron los tiros y las granadas, según el relato de la agencia Reuters.

Hamam, un chico de 17 años que formaba parte de la protesta, aseguró a Reuters que “los manifestantes corrían alrededor del recinto buscando estadounidenses, lo único que querían era encontrar a uno para atraparlo”. También afirma que “había fuerzas de seguridad libias, pero en cuanto estallaron las bombas caseras, huyeron” y que la multitud empezó a incendiar el edificio. Hamam aseguró que vio a un estadounidense, cuyo cuerpo estaba cubierto de cenizas, morir frente a él.
Aunque algunos datos sugieren que fue un ataque planeado, no se sabe con certeza, ni si está vinculado al aniversario del 11-S.

El viceministro del Interior libio, Wanis el Sharef, está convencido de que fue un ataque planeado con precisión, y de que el grupo armado se sirvió de los manifestantes para enmascarar su objetivo de atacar a EE UU en el aniversario del 11-S. El Sharef dijo a AP que la turba se formó por etapas: primero un pequeño grupo de hombres armados, después el gentío furioso y luego más hombres fuertemente armados con coches blindados y lanzagranadas. Había unos 200 atacantes. De acuerdo con su reconstrucción, poco después empezó el asalto.

A partir de aquí, se produce un cortocircuito en la sucesión de los hechos. Aunque algunos datos sugieren que fue un ataque planeado, no se sabe con certeza, ni si está vinculado al aniversario del 11-S. “No hay indicios de que haya sido así”, apuntó una fuente anónima del Gobierno de EE UU a The New York Times. El otro punto ciego de esta historia es qué le ocurrió exactamente al embajador de EE UU, que se encontraba de visita en Bengasi para reunirse con ejecutivos de la empresa estatal de petróleo. También se investiga cómo falleció Sean Smith, militar especializado en el servicio de comunicaciones, igualmente muerto en el consulado.

El descontrol se había apoderado del recinto diplomático durante el asalto, con zonas incendiadas y abundante humo. Miembros de seguridad sin uniforme trataban de evacuar del consulado al personal diplomático en medio del pánico. El embajador había sido separado del grupo principal durante la confusión. Su guardaespaldas intentó ponerle a salvo a él y a Smith, pero se separaron en medio del humo, narra The Washington Post. El guardaespaldas logró salir y regresó con refuerzos para buscarlos entre las llamas. Encontraron a Smith, que ya estaba muerto, pero no lograron dar con el embajador Stevens en medio de un intenso fuego cruzado que se prolongó durante horas, de acuerdo con la versión de Reuters.

Un guardia de seguridad libia asegura que vio cómo conducían a Stevens escoltado hasta un ala del recinto fuera del edificio principal dotada de una puerta de hierro camuflada por otra de madera, informa The New York Times. El guarda del recinto, citado también por el periódico estadounidense, dijo haber visto a un grupo de personas entrar por una ventana rota y salir después llevando consigo al embajador. “No sabemos qué pasó con Chris Stevens”, reconoció la portavoz del Departamento de Estado.

Ziad Abu Zaid, un médico que estaba de guardia en urgencias en el Centro Médico de Bengasi, dijo a Reuters que, sobre la una de la madrugada, un grupo de civiles libios llevó al hospital a un hombre que, según le dijeron, era estadounidense. “Entró en un estado de parada cardiaca”, explica el doctor. “Le practiqué una reanimación durante 45 minutos, pero murió de asfixia debido a la inhalación de humo”. El médico no reconoció inmediatamente a Stevens. Ni siquiera quienes le trasladaron parecían saber que era el embajador de EE UU.

El grupo de estadounidenses evacuados, 37 personas, fue conducido a una casa de emergencia, un sitio seguro situado, según AP, a 1,5 kilómetros del consulado. “Se supone que era un lugar secreto y nos sorprendió que los grupos armados lo conocieran. Hubo un tiroteo”, dijo a Reuters El Sharif, el viceministro del Interior, quien aventuró a AP que el hecho de que los atacantes supieran de este lugar apunta a la existencia de un topo entre las fuerzas de seguridad. Sin embargo, como sostiene Reuters, también es posible que los atacantes hubieran seguido al convoy con los evacuados hasta su refugio para tenderles una emboscada. De hecho, la llegada de las fuerzas de seguridad coincidió con la de los hombres armados.

El capitán Fathi el Obeidi, comandante de una fuerza especial de operaciones de la Brigada 17 de Febrero, detalló a Reuters que recibió una llamada desde Trípoli a la una y media de la madrugada, en la que se le informaba de que un helicóptero iba de camino desde el aeropuerto de la capital con un grupo de rescate de marines. Él se encontró con ellos en el aeropuerto de Bengasi con un convoy de diez vehículos, uno de ellos dotado de una batería antiaérea. Los marines condujeron a El Obeidi y a sus hombres hasta la casa fortificada donde estaba el personal diplomático que había sobrevivido al primer ataque.

Cuando llegaron, según la narración del capitán, se encontraron con que había 37 personas que rescatar, y no 10 como ellos esperaban, con lo cual no había coches suficientes para todos. Justo entonces comenzó un ataque brutal contra la casa. “La precisión con la que nos alcanzaron los morteros era demasiado buena como para que procediera de revolucionarios comunes”, dijo El Obeidi a Reuters, y añadió que varias bombas de mortero cayeron directamente en el camino hacia la casa y que otro proyectil impactó directamente en el edificio y lanzó al suelo a un estadounidense que estaba apostado allí. La situación era desesperada: “Me bombardearon a llamadas de todas partes de Libia para que los sacara de allí rápidamente”, cuenta El Obeidi, “pero necesitaba más hombres y más coches”.

En la escaramuza murieron Glen A. Doherty y Tyrone S. Woods, ambos militares de élite, y hubo heridos. Libia envió los coches que faltaban y se logró repeler el ataque, informa Reuters. Cuando la imagen de Stevens malherido y trasladado en volandas por civiles se vio en todo el mundo, partían desde Rota a la ciudad libia 50 marines de refuerzo.

Amanecía en Bengasi, eran las siete de la mañana, cuando los supervivientes llegaron al aeropuerto y abandonaron, junto a los caídos, la ciudad.


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