Creció en 1912 de Sömmeringstraße, Ehrenfeld, un barrio de Colonia. Su padre quiso enseñarle un oficio y durante unos años trabajó con él en su taller. Al mismo tiempo, y al igual que a sus dos hermanos, quiso dar a su hijo una educación musical. El chico tomó clases de violín, siendo además muy apreciado como stuccoist. En aquella época, Colonia era el corazón del ciclismo alemán. Siempre estuvo fascinado por los deportes y comenzó a competir a la temprana edad de 16 años sin decírselo a su padre, quien se llevó un gran disgusto al enterarse de la afición de su hijo por el ciclismo, cuando el muchacho se rompió la clavícula en un accidente.
Estando desempleado en 1932, decidió dedicarse profesionalmente al deporte que le apasionaba. Su entrenador y representante, el judío Ernst Berliner lo envíó a París, capital europea del ciclismo en pista en aquellos años, donde Richter a pesar de echar mucho de menos su país alcanzó un gran éxito. Poco a poco comenzó a pasar más temporadas compitiendo en el extranjero que en Alemania. Su fama creció y el joven empezó a estar considerado en el grupo de los mejores velocistas internacionales, con muchos de los cuales trabó amistad; como con el belga Jef Scherens y el francés Louis Gérardin. Los tres juntos eran comúnmente denominados Los Tres Mosqueteros. En el Campeonato Mundial de Ciclismo de Leipzig en 1934, Scherens fue el ganador quedando en segunda posición Richter y en tercera Gérardin. Richter se hizo con el tercer puesto en los mundiales de carrera en pista desde 1933 a 1938.
Mientras tanto el nazismo ascendía en Alemania. Para el nuevo gobierno los deportistas alemanes se convertían en una pieza clave para la exaltación nacional. Richter en cambio, nunca ocultó su animadversión hacia la nueva dirección política que estaba tomando su país. Ignorando los consejos de sus amigos y familiares, se negó a sustituir a su representante Ernst Berliner al cual le unía una profunda amistad desde su juventud. En los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, así como en otras tantas competiciones y actos públicos, el ciclista se negó a realizar el saludo nazi. También rechazó llevar el traje oficial con el escudo del gobierno y la esvástica cuando competía por su país, e incluso rehusó participar de cualquier manera en la II Guerra Mundial.
Los nazis no olvidaron estas humillaciones. En enero de 1940 fue capturado por la Gestapo mientras intentaba escapar a Suiza. El dinero que intentaba sacar del país para ayudar a un amigo judío fue confiscado y sirvió como excusa para detenerlo. Fue trasladado a la cárcel de Lörrach donde murió el 2 de enero. La versión oficial del gobierno fue que el ciclista, no pudiendo soportar su culpa, se había suicidado, aunque esto difícilmente fue creído por el resto del mundo. Cuando uno de sus hermanos solicitó ver el cadáver, en el depósito le mostraron el cuerpo de Albert bañado en sangre y con su traje repleto de agujeros. Tras la II Guerra Mundial, Berliner regresó a Alemania a pesar del rechazo social que aun existía hacia los judíos e intentó que se reabriera el caso de la muerte de su joven discípulo y amigo, para esclarecer la verdad. Todos sus intentos fueron infructuosos.
En 1997, se inauguró en Colonia el velódromo Albert Richter en honor al famoso ciclista. En 2005 se rodó en Francia un documental en el que se narraba la biografía de Richter bajo el título Albert Richter: el campeón que dijo “no”.
Albert Richter, el campeón que dijo no
Albert Richter, un ciclista alemán que se atrevió a desafiar al régimen Nazi.
Albert Richter cometió uno de los pecados más infames para el Nazismo. Cometió la desfachatez de tener un entrenador judío, y a pesar de todas las presiones recibidas continuó con él.
Se negó a realizar el saludo romano en las competiciones en las que participaba dentro de su país, incluido en las Olimpiadas de Berlín de 1936 y no se enfundo la elástica nacional con la esvástica.
Todas estas afrentas no fueron olvidadas y en 1940 fue detenido por la Gestapo cuando huía a Suiza. Murió día después en los calabozos de la policía secreta. Según la versión oficial, Albert Richter, no aguanto la presión de estar encarcelado y se suicido ahorcándose. Cuando el hermano de Albert pidió ver su cuerpo le ensañaron el cadáver de Albert Richter ensangrentando y con la ropa agujereada por disparos.
Albert Richter perdió su vida por no doblegarse a las imposiciones de los Nazis.
Cuando veo casos como este siempre me viene a la cabeza la misma pregunta ¿Qué habría hecho yo si me hubiera tocado vivir en aquella época? ¿Hubiera sido uno de los millones que miraron a otro lado o habría sido capaz de hacer algo? o aún peor ¿Me hubiera dejado llevar por la atmosfera reinante y me habría convertido en un miembro del NSDAP? En mi fuero interno espero que no, pero es una pregunta recurrente a la que no tengo respuesta válida. No se puede juzgar el pasado conociendo de antemano el resultado final.
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