A la caza de los violadores
armados
'The invisible war'
cuenta la pandemia de abusos sexuales en el ejército de Estados Unidos
Toni
García Barcelona
Un grupo de mujeres entrena para
entrar en el cuerpo de los Marines estadounidense. / SCOTT OLSON (GETTY)
Ver The
invisible war (La guerra invisible) es sufrir. Es un documental desnudo,
sin narrador, directo como un martillazo, que cuenta la historia de miles de
mujeres (y de otros tantos hombres) cuyo único error fue alistarse en el
Ejército de los Estados Unidos. Lo que les sucedió (y les sigue sucediendo)
cambió sus vidas para siempre y dejó al descubierto las vergüenzas de una
institución que se considera a sí misma uno de los símbolos de su país.
Kirby Dick, un documentalista solvente, como
ya demostró en aquella excelente película llamada Los censores de Hollywood
(This film is not yet rated), aborda en The invisible war el
terrorífico asunto de las violaciones masivas que han venido produciéndose
durante décadas en el seno del Ejército de Estados Unidos. Las cifras gritan:
más de 3.000 denuncias por agresiones sexuales al año. Si, según datos del
Gobierno estadounidense, se denuncia menos del 20% de los incidentes, podríamos
estar hablando de más de 15.000 casos al año (el Gobierno situó la cifra en
19.000 agresiones solo en 2010). No solo eso, menos del 5% de los violadores
cumple algún tipo de condena por el delito, mientras la mayoría conserva sus
galones, su puesto de trabajo y su categoría profesional. En otros casos, que
rozan el delirio, la víctima fue condenada por adulterio porque el agresor
estaba casado. A veces víctima y asaltante son obligados a compartir espacio
sin más excusa que la de “recobrar la normalidad” en sus respectivas unidades.
En muchas
ocasiones los agresores son reincidentes, auténticos depredadores sexuales cuya
voracidad es conocida por los altos mandos y que sin embargo jamás son
castigados. “No entiendo la postura del Ejército. Creo que sería magnífico para
ellos afrontar esos casos abiertamente y ser implacables con los culpables: eso
mejoraría muchísimo su imagen. Ocultándolo solo lo perpetúan”, cuenta Dick (Tucson,
Arizona, 1952) vía telefónica desde el otro lado del Atlántico.
The
invisible war ha causado
tal conmoción en la sociedad estadounidense que hasta los de arriba se han
visto obligados a poner freno a las tropelías. “Leon Panetta, secretario de
Defensa de Estados Unidos, oyó hablar del documental gracias a los pases
privados que realizamos a todo tipo de profesionales, políticos, gente con
influencia en el ámbito social. Le enviamos una copia, la vio y nos dijo que
había quedado muy tocado. Al cabo de dos días convocó una conferencia de prensa
para anunciar que cambiaría las leyes para conseguir que estos casos no
quedaran impunes [el Ejército trata de que sea cada unidad la que tenga la
potestad de juzgar los casos que se produzcan en su seno, algo que Panetta
quiere liquidar, además de crear divisiones especiales específicamente
dedicadas a combatir estos delitos]. Aún no es suficiente, pero es un buen
paso”, admite Dick.
Mucho tienen
que ver en todo ello los rostros de las víctimas que, venciendo sus propios
miedos, accedieron a hablar a tumba abierta del acontecimiento que mató algo
más que la posibilidad de una carrera militar: “Hubo un momento en que todo se
convirtió en algo muy personal. El hecho de escuchar a esas mujeres contar esas
cosas, no solo que fueran violadas, sino la humillación posterior; la
obligación de guardar silencio, las amenazas que recibieron. Algunas fueron
violadas de nuevo… ¿Y sabes una cosa? Todo este proyecto empezó porque hace
unos años leí un artículo sobre este tema y pensé que era algo de lo que había
que hablar. Sin embargo, cuando empecé a buscar más información me di cuenta de
que había una increíble falta de periodismo al respeto: nadie escribía nada”.
Cuando a Dick se le pregunta si de alguna forma el documental ha tomado el rol
de denuncia que hace un par de lustros ejercía el periodismo más militante, se
le encienden las palabras: “Estoy totalmente de acuerdo. No digo que no haya
buen periodismo ahí fuera pero creo que los documentalistas hemos tomado el
relevo y estamos llenando un hueco que no debería existir”.
Este documental, cuyas imágenes han
conseguido que todos los críticos del país se pongan de acuerdo (un 100% de
críticas positivas en la popular web rottentomatoes.com), es de una sencillez apabullante,
plagado de testimonios que cuesta digerir, vergonzantes vistas públicas en el
Senado que nunca sirven de nada y entrevistas que ponen al descubierto la
lamentable actitud de la cúpula militar. “Quiero decir algo: esto pasa en todos
los Ejércitos del mundo en los que la mujer tenga un papel activo: pasa aquí, en
el Reino Unido, en Israel… ¿En España hay mujeres en el Ejército? ¿Sí? Pues te
puedo asegurar, sin aventurarme demasiado, que algo así puede estar pasando
también allí”, asegura Dick. En uno de los últimos comunicados del Ejército al
respecto, se aseguraba que “la violación es uno de los riesgos del trabajo” y
que cualquier mujer que se aliste sabe a lo que se expone. Pero como Dick
cuenta en The invisible war, este no es solo un problema para ellas: el
propio Ejército considera que al menos un 1% de los hombres que prestan
servicio en la institución ha sido agredido sexualmente por sus camaradas hasta
llegar a más de 20.000 afectados. Quizás Dick consiga lo que varias décadas de
vergüenza no han evitado: que la guerra invisible se combata —por fin— en los
despachos y en los cuarteles, sin más excusas ni promesas baratas. “Las
víctimas se lo merecen”, remata Dick.
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