Mujeres trabajando en la Segunda Guerra Mundial
Con los hombres luchando en los diferentes frentes, las mujeres fueron el relevo imprescindible en las fábricas norteamericanas sin el cual nunca se hubiera podido ganar la Segunda Guerra Mundial. A continuación, repasaremos a través de 30 fotos este hito que significó de facto el inicio del movimiento feminista en los EE.UU.
1.
Doris Duke, 26 años, madre de un hijo, en su puesto de trabajo arreglando bujías.
2.
Virginia Davis, trabajando en la Base Aérea Naval de Corpus Christi, donde estaba destinado su marido, ajustando y supervisando tornillos.
3.
Cora Ann Bowen (a la izquierda) encargada del recubrimiento de motores de avión en la Base Aérea Naval de Corpus Christi. Eloise J. Ellis (a la derecha) trabajaba como supervisora en el departamento de Reparaciones y Ensamblajes.
4.
Mildred Webb, aprendiz, aprendiendo a manejar una máquina de troquelado.
5.
Mary Josephine Farley reparando un motor averiado.
6.
Oyida Peaks remachando tornillos de una aeronave.
7.
Virginia Young y Ethel Mann, viudas tras el ataque japonés sobre Pearl Harbor, en sus puestos de trabajo.
8.
Grace Weaver pintando una insignia sobre el ala de un avión aliado.
9.
Mujer sin identificar trabajando en la Base Aérea Naval de Corpus Christi.
10.
Obreras remachando tornillos en una pieza de avión en Fort Worth, Texas.
11.
Obreras trabajando con el taladro en un ala, en Fort Worth, Texas.
12.
Beulah Faith, de 20 años, trabajando con la fresadora.
13.
Mary Louise Stepan, camarera antes de la Segunda Guerra Mundial, cambió el molinillo del café por un molino industrial.
14.
Mujer sin identificar taladrando el ala de un bombardero pesado de la clase “Liberator”.
15.
Dorothy Cole convirtió su garaje en un taller de agujas de hojalata para fabricar válvulas para botellas de transfusión de sangre.
16.
Elizabeth Little trabajando con la manguera de spray.
17.
Mary Betchner, en su puesto de trabajo de supervisora de cortes de perfiles tubulares.
18.
Lucile Mazurek en la línea de producción de bombillas especiales para aviones.
19.
Dorothy Lucke, empleada de mantenimiento de trenes.
20.
Viola Sievers trabajando como limpieadora de locomotoras.
21.
Mujeres empleadas como operarias de mantenimiento ferroviario durante una pausa para comer.
22.
Mujer trabajando en un aeroplano en la factoría de la North American Aviation, Inc, en California.
23.
Mujer trabajando con precisión en las tripas de un avión.
24.
Mujer en una clase de camuflaje y cartografía (Servicio de Inteligencia).
25.
Mujer terminando la parte delantera de la cabina de un bombardero B-17F (mítica fortaleza volante de la Segunda Guerra Mundial).
26.
Trabajadoras terminando de revestir el interior de la cabina de carga de un avión.
27.
Mujer instalando un motor en Long Beach, California
28.
Trabajadora aeronáutica comprobando un cableado eléctrico.
29.
Una de las fotografías más curiosas de la serie: una mujer afroamericana trabajando en un bombardero ligero en una fábrica de Tennessee. La Segunda Guerra Mundial parecía no entender demasiado de razas ni generos.
30.
Pausa a mitad del día para tomarse un café cargado y ponerse las pilas: ¡la guerra debe proseguir!
Antes de que los Estados Unidos entraran en la Segunda Guerra Mundial, algunas empresas ya tenían contratos con el gobierno para producir material de guerra para los Aliados. Casi de la noche a la mañana, los Estados Unidos entraron en la guerra y la producción bélica tuvo que aumentar dramáticamente en un corto período de tiempo, sin apenas tiempo de reacción. Las fábricas de automóviles se convirtieron en factorías de aviones, los astilleros fueron ampliados y se construyeron nuevas instalaciones de producción a toda velocidad.
Como es de suponer, todas estas instalaciones necesitaban mano de obra. En un principio, las empresas no pensaban que habría una escasez de trabajadores, así que no se tomaron (en ese momento) muy en serio la idea de contratar a mujeres para suplir a los hombres que se acababan de adentrar en la Segunda Guerra Mundial.
Con el tiempo, las mujeres resultaron ser a todas luces necesarias, dado que las empresas estaban firmando grandes y muy lucrativos contratos gubernamentales que necesitaban ojos, manos y cerebros para poder materializarse.
El trabajo no era algo nuevo para las mujeres. Las mujeres de las clases más populares lo sabían bien: la necesidad de traer dinero a casa casi siempre ha vencido frente a cualquier prejuicio machista. Ahora bien, la división cultural del trabajo en función del sexo idealmente colocaba a las mujeres blancas de clase media en casa y a los hombres en los despachos y fábricas. Además, cabe destacar que debido a la alta tasa de desempleo durante el periodo de la Gran Depresión, la mayoría de la gente se oponía a que las mujeres trabajaran, puesto que se consideraba que les quitarían el trabajo a los infelices hombres en paro.
El inicio de la Segunda Guerra Mundial puso a prueba esta manera de concebir las relaciones laborales. Todo el mundo coincidía en que había una gran necesidad de mano de obra.
También había acuerdo a la hora de permitir que las mujeres sustituyesen a los hombres en sus puestos de trabajo en las industrias bélicas mientras combatían en el frente. Eso sí, también se consideraba que solo sería un asunto temporal, limitado a una coyuntura bélica muy específica. Una vez finalizada la Segunda Guerra Mundial, las mujeres deberían volver a ser modélicas y abnegadas amas de casa.
El gobierno de los EE.UU tuvo que enfrentarse a muchos desafíos para lograr que las mujeres se incorporaran a la fuerza laboral. Al poco de comenzar la Segunda Guerra Mundial para los estadounidenses, el gobierno estaba muy insatisfecho con los resultados de los primeros llamamientos para que las mujeres cambiasen el aceite de cocinar por el de engrasar.
Con ello en mente, las autoridades estatales iniciaron una revolucionaria campaña de propaganda orientada a vender la importancia del esfuerzo bélico con la esperanza de atraer a las mujeres a puestos de trabajo otrora inimaginables para ellas.
Esta campaña la protagonizó un personaje de ficción femenino “Rosie, the Riveter” (“Rosie, la Remachadora”), que reunía los atributos de la mujer trabajadora arquetípica e ideal: leal, patriota, guapa y productiva. En 1942, una canción titulada “Rosie, the Riveter” alcanzó una enorme popularidad.
La ilustración de Norman Rockwell en la portada del Saturday Evening Post del 29 de mayo de 1943 fue la primera representación gráfica ampliamente promocionada de “Rosie the Riveter”. Muchas “Rosies” más surgieron por todas partes.
Icónica imagen del conocido cartel de “We Can Do It” (“Podemos hacerlo”)
Las mujeres respondieron a la llamada al trabajo fuera de casa de manera diferente en función de factores como la edad, la raza, la clase, el estado civil y el número de niños. La mitad de las mujeres que aceptaron trabajos relacionados con la Segunda Guerra Mundial pertenecían o bien a minorías o bien eran mujeres de clase baja que ya estaban dentro de la fuerza de trabajo. Cambiaron trabajos mal pagados típicos de mujeres por empleos mejor remunerados en las fábricas.
Lo cierto es que a medida que la demanda de mujeres trabajadoras iba creciendo, las empresas se veían obligadas a contratar a las chicas que acababan de graduarse del instituto, al estar estas en principio libres de cargas sociales que un hombre de la época de la Segunda Guerra Mundial no tenía.
Con el tiempo, quedó claro que las mujeres casadas eran necesarias, incluso a pesar de que nadie quería que trabajasen, especialmente si tenían niños pequeños a su cargo. Era francamente complicado emplear a mujeres casadas puesto que muchos de sus maridos se oponían frontalmente. Otros tiempos, sin duda.
Al inicio de la intervención norteamericana en la Segunda Guerra Mundial, las mujeres con hijos menores de 14 años eran animadas a quedarse en casa cuidando de sus familias. Las autoridades temían un repunte en la delincuencia juvenil. Al final, las demandas del mercado de trabajo aumentaron tanto que incluso hubo que recurrir a las mujeres con menores de 6 años a su cargo.
Aunque el patriotismo tenía su influencia en las mujeres, lo cierto es que a la hora de la verdad eran los incentivos económicos los que motivaban su decisión de incorporarse a la fuerza laboral. Una vez en sus puestos, las mujeres descubrían ventajas no materiales de trabajar como el aprender nuevas habilidades, el contribuir al bien común y el poner su valía a prueba en trabajos que siempre se habían considerado “de hombres” hasta la Segunda Guerra Mundial.
Cuando los EE.UU. entraron en la Segunda Guerra Mundial, ya estaban en activo 12 millones de mujeres (una cuarta parte de la fuerza de trabajo total). Terminada la guerra, el número se había disparado hasta los 18 millones (una tercera parte de la fuerza de trabajo total). A pesar de que al final de la Segunda Guerra Mundial 3 millones de mujeres trabajaban en las fábricas, la mayoría de las que trabajaron durante la guerra lo hicieron en puestos tradicionalmente asociados a la mujer dentro del sector servicios.
El número de mujeres en trabajos cualificados era a la hora de la verdad menos elevado del que cabría esperar. La mayoría de las mujeres ocupaban puestos de trabajo tediosos y poco remunerados con el fin de poder permitir a los hombres librarse de ellos y ocupar puestos mejores o alistarse en uno de los cuerpos del ejército.
El único campo en el que hubo una verdadera mezcla de sexos fue en las fábricas, en puestos de trabajos obreros semicualificados y no cualificados. Los puestos de oficina típicamente ocupados por mujeres, como los de secretaria, lograron mantener su número y emplear a nuevas mujeres.
Estos trabajos resultaban atractivos porque implicaban menos horas de trabajo, mayor seguridad laboral, mejores sueldos y menos agotamiento físico. Cabe destacar que la necesidad de trabajadoras en puestos administrativos era tal que la demanda superaba a la oferta disponible.
“Mujeres en la guerra – NO PODEMOS GANAR SIN ELLAS”
Al igual que los hombres, las mujeres dejaban sus trabajos cuando no estaban satisfechas con el sueldo, con la localización o con el entorno laboral. Ahora bien, sí que había algo que las diferenciaba de los hombres: el llamado “doble turno” (trabajo fuera + trabajo en el hogar).
Durante la Segunda Guerra Mundial, las madres trabajadoras tenían problemas para atender debidamente a sus hijos y la sociedad a veces las acusaba de un aumento en la delincuencia juvenil. Lo cierto es que un 90 % de las madres norteamericanas estaban en casa pese a todo. La mayoría de ellas creía que la mejor manera de contribuir al esfuerzo bélico era permanecer en casa. Durante la Segunda Guerra Mundial, la familia media en el frente doméstico seguía teniendo un ama de casa y un marido que trabajaba fuera.
A algunas mujeres les gustaba trabajar, pero otras no estaban dispuestas a aceptar los inconvenientes. La mayoría de las mujeres ahorraban lo que ganaban. Ciertamente, entre la escasez de bienes en tiempos de guerra y las largas jornadas de trabajo, no quedaba mucho tiempo libre para gastar el dinero.
Las mujeres trabajadoras eran bombardeadas para comprar bonos de guerra para ayudar a sus maridos en el frente. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el dinero conseguido se empleó para comprar casas y comodidades que no había sido posible adquirir ni antes ni durante la contienda.
También es cierto que a medida que más y más mujeres iban incorporándose al mundo laboral, la actitud social general hacia las mujeres trabajadoras iba cambiando. Por ejemplo, los propios empleadores las felicitaban por su esfuerzo. Aunque la imagen de la mujer trabajadora fue relevante durante la Segunda Guerra Mundial, en ningún caso logró relegar al pasado la imagen tradicional colectiva sobre las mujeres como esposas y madres abnegadas.
La sociedad estuvo dispuesta a aceptar cambios temporales por causa mayor (la Segunda Guerra Mundial), pero consideraba que eran nocivos e indeseables a largo plazo. Los norteamericanos les recordaban a las mujeres que su cualidad principal era su capacidad de cuidar de sus hogares y que las mujeres que se lanzaban al mundo laboral no lograrían encontrar un buen marido.
Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, la división cultural en torno a la división del trabajo por sexos quedó más patente que nunca. Muchas mujeres optaron por seguir dentro de la fuerza laboral pero a cambio los empleadores las relegaron de nuevo a trabajos mal pagados “de mujer”. Lo cierto es que la mayoría de las mujeres decidió volver al statu quo de antes de la guerra.
Durante la Segunda Guerra Mundial hubo un cambio en la imagen social de la mujer, pero solo tuvo carácter superficial y temporal. Durante la prosperidad de los años 50, la mayoría de las mujeres volvieron a encerrarse entre las cuatro paredes de sus hogares.
Ahora bien, el camino iniciado por las mujeres en el mundo laboral en la Segunda Guerra Mundial no cayó en saco roto y sirvió para sentar las bases de un cambio social sin precedentes: las hijas y las nietas de tantas y tantas Rosies continuaron su lucha por la igualdad.
Autor: Segunda Guerra Mundial
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