domingo, 18 de marzo de 2012

GAGOMILITARIA NOTICIAS.-Los mandos estadounidenses le prometieron que la de Afganistán sería su última misión. El domingo, tras ahogar sus penas en alcohol, el sargento Robert Bales salió de su cuartel y mató a los primeros dieciséis civiles que encontró


Borrachera sangrienta

Los mandos estadounidenses le prometieron que la de Afganistán sería su última misión. El domingo, tras ahogar sus penas en alcohol, el sargento Robert Bales salió de su cuartel y mató a los primeros dieciséis civiles que encontró

Día 18/03/2012 - 06.41h
Le habían prometido que no volvería a la guerra, después de haber sido tres veces desplegado en Irak, donde tuvo dos heridas, una en la cabeza y otra en el pie, parte del cual le fue amputado. Pero los mandos concluyeron que su situación física y psíquica no impedía una nueva misión, esta vez en Afganistán. El sargento Robert Bales pudo buscar refugio en el alcohol, para ahogar el estrés y la supuesta tensión con su esposa por la nueva ausencia. También para superar anímicamente el grave ataque sufrido el día anterior por otro soldado y amigo, cuya pierna quedó destrozada, cuando se encontraba a su lado. Así lo habrían indicado dos compañeros con los que al parecer estuvo bebiendo el sábado por la noche. Su abogado niega que el alcohol influyera.

A las dos de la madrugada del pasado domingo, el sargento salió de su base, en la provincia afgana de Kandahar. Llevaba dos armas y equipamiento para ver en la oscuridad. Caminó casi dos kilómetros hasta llegar a un grupo de casas. En la primera mató a cuatro afganos. En la segunda acabó con la vida de una chica, su madre y su abuela, y luego reunió en una habitación a cuatro niños y cuatro niñas y les disparó a todos, a la mayoría en la cabeza: once muertos de una misma familia. En una tercera parada, mató a su víctima número deiciséis. Al cabo de hora y media, tras una acción que ponía patas arriba una guerra de años en Afganistán, Bales regresó a la base. Las cámaras de vídeo instaladas fuera le recogieron regresando solo, de lo que la investigación concluye que actuó sin compañía.

Sin embargo, una comisión afgana cree que en el ataque pudieron estar implicadas «entre 15 y 20 personas». Tras ser desvelada su identidad y difundirse sus primeras imágenes, el sargento fue trasladado a la prisión militar de Fort Leavenworth (Kansas) sin que los investigadores afganos hayan tenido oportunidad de preguntarle. El equipo parlamentario ha estado recogiendo declaraciones de testigos y supervivientes durante dos días. «Estamos convencidos de que un soldado no puede matar a tantas personas en dos localidades, en una hora y al mismo tiempo, y de que los dieciséis civiles, la mayoría niños y mujeres, fueron asesinados por dos grupos», ha dicho el investigador Hamizai Lali.

«Hombre familiar»

Aunque interesa saber aún muchas cosas sobre el cómo, donde hay más interrogantes es en el porqué. ¿Por qué una persona madura de 38 años, residente en Ohio, calificada como «hombre familiar y dedicado padre» de dos hijos pequeños, de 3 y 4 años, con servicios felicitados desde que se alistó justo tras el 11-S, provocó tal matanza? Su abogado, John Henry Browne, está orientando la defensa hacia la culpabilidad de sus mandos en el cuartel originario de Seattle, por haberle forzado a un nuevo despliegue.
Algunas respuestas quizá puedan encontrarse precisamente en la Base Conjunta Lewis-McChord, el cuartel de donde procedía y que ha estado en el ojo de la polémica desde hace tiempo, por el elevado número de suicidios, por los crímenes cometidos por sus soldados y veteranos (dos de ellos sometieron a «waterboarding» a sus hijos; cuatro fueron condenados por asesinar a tres civiles en Afganistán) y por la supuesta minusvaloración de lesiones psíquicas de sus efectivos. ¿Fue ese último el caso del sargento, de quien se asegura que en 2010 sufrió traumatismo craneoencefálico (TCE) tras recibir un golpe en la cabeza en un accidente en Irak? ¿Estaba recuperado del todo cuando en diciembre, después de tres turnos en Irak, afrontó un cuarto despliegue, esta vez en Afganistán?

Trastorno por estrés

«Conocemos miles de soldados que tienen TCE y eso no les hace asesinos de civiles», advierte la asociación Veteranos de Irak y Afganistán de América. Pero esta entidad admite que la base de Lewis-McChord es «una concentración de problemas». A unos cincuenta kilómetros de Seattle, es el mayor destacamento militar de la costa oeste de EE.UU., con 40.000 soldados. Su hospital, el Madigan Army Medical Center, está bajo sospecha.

El equipo psiquiátrico ha sido acusado por numerosos soldados de no querer reconocer que padecen trastorno por estrés postraumático (TEPT), una dolencia muy común entre quienes han estado de misión en Irak y Afganistán. En una exposición ante empleados del centro, uno de sus directivos recalcó que cada caso de TEPT supone al Ejército 1,5 millones de dólares en costes médicos y de pensión. Tanto ese directivo como el jefe del hospital han sido apartados momentáneamente del cargo. Una nueva revisión médica realizada en otro lugar otorgó la condición de TEPT a la mitad de los soldados que habían presentado su queja. Además, una investigación ha indicado que desde 2007 el Madigan Center alteró la condición médica a un total de 280 soldados, rebajándola a dolencias que suponen menos gasto público.

La mala reputación del cuartel no acaba ahí. Tiene una de las tasas de suicidio más altas del país. En el último año se suicidaron 16 soldados; 68 lo han hecho desde el comienzo de la guerra de Irak, en 2003. Además, se registra un elevado número de crímenes cometidos por soldados y veteranos. Dos soldados aplicaron a sus hijos la técnica del simulacro de ahogamiento, considerada como tortura por muchas instancias. Uno, porque el niño no sabía recitar el abecedario; el otro, porque el pequeño se había meado en la cama. Un veterano de 24 años disparó recientemente contra el guardabosques de un parque nacional. Meses atrás, un médico de combate condecorado, con dos turnos en Irak, se suicidó después de dispararle a su mujer y matar a su hijo, de 5 años. Esta misma semana, un teniente coronel del cuartel fue imputado por amenazar de muerte a su mujer, de la que se está divorciando, y a su superior.

«Kill Team»

El cuartel ya fue titular en 2010, cuando trascendió que dentro de una unidad enviada a Afganistán operaba el autollamado «Kill Team». Cuatro soldados fueron condenados por asesinar al menos a tres civiles afganos desarmados, simulando situaciones de guerra para encubrir su acción. En sus ataques utilizaron granadas y rifles, y en algunos casos guardaron como trofeos partes de los cuerpos de sus víctimas, un chico de 15 años, un hombre sordo y retrasado mentalmente y un clérigo. Otros siete soldados resultaron condenados por encubrimiento. Fotos y vídeos de sus acciones fueron filtrados a la prensa y provocaron una gran consternación, tanto de la Casa Blanca y el Pentágono como de las autoridades afganas. Como ahora ha ocurrido.

«Salisteis a disparar a civiles para asustarles y se os fue de las manos», argumentó el juez en la corte marcial contra el «Kill Team», como buscando una explicación a lo sucedido. «El plan era matar gente, señor», replicó Jeremy Morlock, uno de los implicados, de 22 años.

Tres oscuros precedentes

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