En las Navidades de 1889, el último mito del lejano oeste, el legendario explorador de «elevada estatura y musculatura de acero», llegaba a la Ciudad Condal levantado un enorme revuelo en la prensa
«De
elevada estatura, musculatura de acero, mirada franca, rostro bondadoso,
cabellera larga flotando sobre sus espaldas, gracioso, esbelto y elegante». Así
describía «La Ilustración Artística» al gran William «Buffalo
Bill» Cody la Nochevieja de 1889. No era para menos: el último mito del
lejano oeste, el valiente coronel e intrépido explorador capaz de cazar miles de
bisontes para dar de comer a los trabajadores del ferrocarril, llegaba a Barcelona para exhibir las habilidades que le habían
convertido en una leyenda a ambos lados del Atlántico.
Diarios
españoles como «La Correspondencia de España», «La Ilustración Ibérica», «La Dinastía» o «La Época» fueron alimentando la expectación
creada por la posible llegada del gran Buffalo Hill a
España, cubriendo cada uno de sus pasos y dando a conocer retazos de una
vida que parecía de tebeo.
William Frederick Cody, como se llamaba en realidad, había
alcanzado gran parte de su fama en sus años como explorador y soldado del
ejército estadounidense, durante y después de la guerra civil, «cubriéndose de
gloria en sus épicas luchas con los indios y con las fieras», como describía
ABC el día de su muerte, en 1917, asegurando que el sobrenombre de Buffalo
Bill le venía, «según se cuenta, de que, encargado en 1867 (con 22 años) del
avituallamiento de los obreros que estaban construyendo el Kansas Pacific Railway, les había hecho comer en diez y ocho
meses más de 4.000 búfalos».
Al ejército, antes de los 14
Leyenda
o no, lo cierto es que el «bueno» de Bill supo sacarle partido a esta fama de
cazador de búfalos y pieles rojas, y a una vida precoz como aventurero, que
comenzó antes de cumplir los 14 años, cuando se alistó en el ejército
estadounidense como miembro no oficial de los exploradores
para guiar a los soldados hacia Utah. Y que continuó como soldado recién
cumplidos los 18, combatiendo del lado de la Unión en lo que
restaba de guerra, realizabdo incursiones en territorio indio.
Recién
cumplidos los 20 y ya en la vida civil, la habilidad como cazador de bisontes
durante la construcción del ferrocarril le hizo merecedor de una Medalla de Honor que le fue retirada en varias ocasiones por
esa condición de civil, y repuesta por última vez en 1989.
Tenía 38 años el coronel Cody cuando decidió fundar el
espectáculo que le llevaría a recorrer durante 20 años toda Norteamérica,
dar el salto a Londres, recorrer las principales capitales europeas, triunfar en la Exposición Universal de París y llegar a
Barcelona con una compañía de cientos de trabajadores entre los que figuraban,
como contaba «La Ilustración Ibérica», «los últimos restos que
quedan de aquellos terribles “cowboys” y de aquellos no menos terribles “pieles
rojas” que durante muchos años se habían disputado a muerte el “Far West”».
Buffalo Bill, minuto a minuto
Buffalo
Hill, lejos ya de las praderas americanas, se había convertido en una especie de
extravagante estrella itinerante a la que la prensa dedicaba páginas y páginas,
subrayando episodios de su vida y del «extraño y original» circo que
comandaba. Desde los rumores de su posible paso por España meses atrás, hasta la llegada al puerto de Barcelona el 18 de diciembre de
1889. «Componen la comitiva 200 pieles rojas y otros tantos vaqueros
mejicanos, y 200 animales, entre caballos, búfalos y bisontes», describía «La
Época».
Cualquier
detalle de la compañía de Buffalo Bill era digno de interés para los periódicos:
la contratación del vapor que traería a la compañía, los premisos al Ayuntamiento, sus enormes gastos en publicidad
(superiores a los de muchas corridas de toros), la cabalgata que recorrería el centro de Barcelona antes de
empezar las funciones en el hipódromo de la calle Montaner, los precios de las entradas, las miles de personas que se hacían
con una y las miles que se quedaban sin ella, los servicios especiales del ferrocarril para ver el espectáculo,
los enormes campamentos en los que se alojaban los «cowboy» y los «pieles
rojas», siempre por separado para evitar una nueva «guerra», o las tiendas de
campaña en las que se alojaban los indios, «de las cuales no se les permite
salir a no ser que vayan acompañados de personas de confianza de la compañía,
pues son temibles y cometen toda clase de desmanes al llegar a probar bebidas
alcohólicas», contaba «La Iberia» el 22 de diciembre de 1889.
Era
tal la expectación alcanzada por Buffalo Bill en España, que otros diarios
recogieron en sus páginas ciertos sucesos increíbles. Como el del diario barcelonés «La Dinastía» el último día de
función: «Un niño de ocho años golpeaba a un hermanito suyo de uno y medio,
sin que la madre de ambos se apercibiera del llanto del pequeño, cuando un
enorme perro que estaba allí echado tomando el sol y que, según se dice, pertenece a la compañía de Buffalo Hill, se abalanzó contra el
niño mayor obligándole a huir, aunque sin morderle, y cogiendo luego al
pequeñuelo por la ropilla con los dientes, condújole a presencia de la atónita
madre, la cual todavía no ha vuelto de su asombro».
Buffalo Bill, a la bancarrota
A
pesar del incontestable éxito alcanzado en Barcelona y en sus giras por Europa,
«La Correspondencia de España» recogía en 1913 la noticia de la quiebra de la compañía de Buffalo Bill a
través de la subasta en Nueva Cork de todas sus pertenencias: «El pobre coronel Cody estuvo en Denver para ver por última vez a
“Isham”, su caballo blanco, que montaba desde hacía 25 años», contaba el
diario, que recogía a su vez la palabras de uno de los que pujaban: «No puedo
ofrecer más porque no tengo dinero. Pero si el que se quede con la bestia no le
devuelve el caballo al coronel Cody, yo se la robo al nuevo dueño para
entregársela al antiguo».
No
hizo falta, porque el que la compró tenía la misma intención, por lo que,
«cuando Buffalo Bill se enteró de que el caballo volvía a su poder, rompió a
llorar». Cuatro años después, lejos ya de toda fama, el
coronel Cody moría, y la función se acababa.
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