Tras participar convencidos en el golpe de Estado contra la República, se enfrentaron al Generalísimo para evitar que se perpetuara en el poder... sin ningún éxito. Acabaron desterrados, detenidos, degradados o desquiciados
«Podías
sentir el vértigo en él por todo aquello. Como los escaladores que han subido
más de lo que pueden, se sentía mareado por haber alcanzado aquella altura con
unas habilidades limitadas», escribió en sus memorias el general Alfredo Kindelan (1879-1962) sobre Franco.
Un sentimiento de rechazo, e incluso odio, que compartieron algunos sus
generales, convencidos de que el Caudillo
no debía perpetuarse el poder.
Tella, Aranda, Varela, Galarza, Latapié, Solchaga, Ponte… todos comenzaron a presionar, una vez terminada
la Guerra Civil, para desplazar al dictador, poner en cuestión su opción del
mando único y, en la mayoría de ellos, restablecer la monarquía, ese «modo de gobierno genuinamente
español, que hizo la grandeza de nuestra patria», tal y como le hicieron saber a
Franco
algunos de estos jerarcas militares a través de una carta.
El
envío de esta misiva, en septiembre de 1943, no fue más que una
de la acciones «conspiratorias» que estos elementos llevaron a cabo contra
Franco, y por las que el Caudillo se vio obligado a actuar con la dureza y la
urgencia necesarias como para dilapidar rápidamente la amenaza. A cada reunión
secreta, un destino forzoso, una degradación, un destierro, un encarcelamiento o
un envío a la reserva, sin importar las hazañas que
hubieran acumulado sus generales durante la guerra.
Objetivo: invasión de Hitler
Las
primeras maniobras comenzaron en 1942, al principio con conversaciones solapadas
que no desembocaban en ninguna acción concreta y, después, a través de un comité
encabezado por el abogado del Estado Eugenio Vargas Latapié (1907-1985), que fue el encargado de
tantear a estos generales, al considerarlos los únicos que podían ponerle las
cosas difíciles al dictador.
Uno
de los primeros planes ideados fue que los alemanes ocupasen la península para
permitir la creación de un Gobierno monárquico en el exilio,
presidido por el general Aranda (1888-1979), «el más enérgico y
vocinglero de los conspiradores», según el
historiador Paul Preston.
En
cuanto Franco tuvo conocimiento de la primeria reunión, ordenó el arresto de
Latapié y del político Pedro Sainz Rodríguez, que en el último
instante consiguieron huir. El general Aranda, sin embargo, fue arrestado,
aunque liberado poco después por su condición de héroe de guerra. Esto no evitó
que fuera paulatinamente retirado de los escalafones de poder: de la Capitanía general de Valencia, a la dirección de la Escuela Superior del Ejército y, en 1949, directamente a la
reserva.
El caso del general Tella
En
este ambiente de presión monárquica, hubo generales que destacaron por su apoyo
a la causa, a los que Franco
persiguió con dureza. El peor parado fue el general
laureado Helí Rolando de Tella y Campos, un
monárquico convencido –y durante un tiempo ayudante personal del Infante Don Carlos de Borbón–, que conservaba su enemistad con
el Generalísimo desde sus tiempos mozos en la Academia de Toledo.
En
cuando terminó la guerra, Tella fue destituido como gobernador militar de Burgos
y quedó en situación de disponible acusado de participar en la conspiración monárquica. Con más carácter que Aranda, le dijo
a Franco que él no había hecho la guerra para que se perpetuara en el
sillón, sino para restaurar la Monarquía. Poco después fue enviado a la reserva
y, más tarde, acusado de «irregularidades administrativas».
Tella, completamente apartado del Ejército, perdió el juicio
con el paso de los años, obsesionado por la «injusticia» de la que decía había
sido objeto, hasta que murió en 1967.
Kindelan y su enemistad con Franco
Alfredo
Kindelan, pionero y creador de la fuerza aérea española, tuvo siempre claro
que el poder civil y militar acumulado por Franco durante la guerra, en parte
con su ayuda, debía acabar nada más terminada esta, con el objetivo de dar
paso a Don Juan de Borbón. Al resistirse Franco, ambos chocaron de tal
manera que el Caudillo terminó por arrestarle y humillarlo al ofrecer el
Ministerio del Ejército del Aire a Yagüe,
en contra de lo que todo el mundo pensaba que era lo justo.
Desde
ese momento, la estrella de Kindelan comenzó a
palidecer, y fue nombrado por Franco capitán general de Baleares con el único fin de encima. Tras
la destitución del otro conspirador, Aranda, fuera nombrado director de la Escuela Superior del Ejército, donde permaneció
hasta su retiro.
Y
así fue ocurriendo, de manera más solapada o haciendo uso de la contundencia que
fuera necesaria, con el resto de generales, militares, políticos y diplomáticos
que, aun habiéndole apoyado al principio, trataron de apartarle después.
Desde
la primeras reuniones conspiratorias del coronel Ansaldo, al que le impuso seis meses de arresto en
Cádiz, aunque consiguió evitarlos huyendo a Portugal, hasta las cartas de
presión enviadas por un grupo de sus tenientes generales, encabezados por el
general Varela, o el famoso «Manifiesto de los Diecisiete», firmado por los generales Ponte y Galarza, junto a otros 15 procuradores, con
la intención de restaurar a Don Juan de Borbón, y que acabaron siendo
destituidos.
El
Franco de «habilidades limitadas» al que hacía referencia Kindelan se salía con
la suya... para desgracia de Tella, Aranda, Galarza o Ponte y los demás
compiches.
Día 05/01/2012 - 08.51h
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